martes, 7 de marzo de 2023

Teófilo Calle

TEÓFILO CALLE Tiene la cabeza de vate galaico y visionario, de mendigo ciego y poeta de los caminos que tan bien inmortalizara Ramón María del Valle-Inclán. Pero no es Max Estrella (aunque bien pudiera porque, como él, también escribe libros) sino uno de aquellos ciegos de la Galicia más profunda, la llamada Tierra del Salnés porque, como ellos, es sobre todo actor y vive de la palabra y del gesto. Hablo de Teófilo Calle, a quien veo por primera vez en escena, su voz la conocí mucho antes gracias a la radio. Está sobre el escenario de la Sala Fernando de Rojas (Círculo de Bellas Artes, Madrid) y yo, con el resto de las novecientas personas que llenan el patio de butacas, creo que su mirada encendida (hace de San Juan de la Cruz en un texto de Martín Recuerda) se dirige a mí y que sus palabras me están en exclusiva destinadas. En el calabozo, a oscuras, habla con Cristo mismo, que se le ha aparecido, y su cabeza resplandece como si un foco cenital la iluminara, pero es sólo el resplandor de su mirada. No hay otro igual. Al lunes siguiente, en Garibaldi, la tertulia semanal a la que él había acudido esta vez como ponente, en su día de descanso, no pude menos de preguntarle: -¿Me mirabas, Teófilo? -Sí -respondió. -¿A mí? -insistí, temerosa de la broma que imaginaba típica actoral. -Claro. Eso no tienes que dudarlo nunca. Comenté el hecho con otros de los asistentes a la función, allí presentes, y a todos les había pasado lo mismo: habían sido mirados a los ojos por él, desde el escenario, y se habían sentido impelidos, directa e individualmente, por las palabras inspiradas del Santo Poeta. Ese famoso "Saint John of The Cross" que tanto estudian las universidades extranjeras y que llena los pies de página de tantísimos libros de poesía ilustrada, había tomado cuerpo por unos momentos en la estructura física de Teófilo Calle. Y era sólo teatro leído. ¿Qué no será éste cuando interprete "de verdad" y sin leer?, pensé yo para mis adentros. Por entonces, la obra importante que se traía entre manos era El Tenorio, en la que hacía el papel del muerto, don Gonzalo de Ulloa: Yo no puedo vivir en actor -confesaría en esa misma tertulia- porque si yo me lo creyera, oye, ¡que me matan todas las noches! ¡Y yo tengo mujer e hijos! No podría ir acto seguido a mi casa y ejercer de marido y padre responsable. Qué vehemente es el discurso de Teófilo Calle y quién pudiera creer eso de que "yo no vivo en actor". Yo desde luego, no me lo creo. No hay más que verlo cuando se expresa aquí, entre íntimos, para comprender que algo conserva de todos los personajes a los que ha dado vida sobre las tablas. Así que añade acto seguido: -Esto es un juego y tienes que pensar: ¡Qué bien me engaña éste! O qué mal, según. Con esto ha resumido La paradoja del comediante, de Diderot, autor en el que este actor es ducho y docto. -¿Pero hay algo que no sea un juego? -le interpela Luis Riaza, habitual e íntimo tertuliano de todos los lunes-. -Sí, ser padre responsable no es ningún juego. (Sin duda hablan de distintas acepciones de "jugar", pues es seguro que Teófilo Calle, de padre o de actor, siempre se la juega.) -¿Había mejores actores antes, querido Teófilo? -le aguijonea la voz cascada de otro tertuliano, poniendo sal en la herida abierta de las comparaciones. -Hombre, ahí tienes el acueducto de Segovia que lleva en pie 2.000 años, mientras se nos hunden puentes y torres de cojones. ¿Por qué? Manda la pela. Hoy se aplaude a un chavalito porque es famoso, no porque sea actor. A éste no se le aplaude, mira por dónde. Pero tampoco se le abuchea. Hoy el público pasa (y ahí le duele). Claro, los jóvenes no quieren aprender, no quieren escuchar. Aquí es "yo soy el más grande y me cago en todo lo que se ha hecho hasta ahora", falta educación: ¿Qué es lo que quiere la gente? Si a los niños se les preguntara, no irían a la escuela, irían al río. Así vamos todos, al río. -Pero antes era la dictadura del actor, ¿no? -le pincha de nuevo el de la voz cascada que qué bien sabe provocarle, como que es Enrique Centeno-. Se era de Ribelles o de Merlo. O de Ricardo Calvo. Y esto es inadmisible hoy en día. -¿Dictadura? -se rebela de nuevo Teófilo Calle-. Yo me arrodillo ante mis maestros, lo haría todavía si los tuviera delante. Y es cierto que ahora el actor no cuenta, manda el director de escena, y hasta las luces cuentan más. Estoy de acuerdo en que hoy el actor es el último. Esa misma noche todavía, un implacable Mendizábal lo interpeló también: -Tú mucho teatro leído, pero tu director Robert Muro recibe un buen dinerito de la SGAE y del MEC. Y está mal que yo me queje porque soy un director de éxito, pero siempre se las llevan los mismos, las subvenciones, oye. El vate galaico y visionario ha de hacer frente a algo tan terrenal como hablar de dinero, pero acaba de decir que todo lo humano atañe al teatro y allá va, humilde como el ciego de Misericordia: -Hombre, si me dan a elegir, hubiera puesto una ayuda en ruta en vez de dinero directamente. Pero las cosas están como están y así es como se hace, yo en eso no mando. -Sí -insiste el exitoso-: ¿Y qué harías tú con una ayuda para autobús si te dejan fuera de la RED de teatros? -Pues no sé lo que haría pero algo haría. Haría, haría... -Teófilo, yo te imagino a ti fuera de cualquier RED al frente de una troupe de cómicos, subido a un autobús para ir a comer el bocadillo al campo con tus compañeros de infortunio, improvisando escenas por los arcenes y las cunetas de España. Y hasta te puedo imaginar componiendo versos al bocadillo de chorizo, una especie de loa para amenizar el acto a la manera de los primitivos comediantes. Mira, te regalo el primer verso: "Humilde aunque dignísimo condumio". ¿Qué te parece? -De perlas, me parece de perlas -respondió con la mayor mansedumbre del mundo. Y subrayó la expresión con su mirada luminosa de vate galaico y visionario. Meses después, estrenaría en el Teatro Albéniz, Misericordia, de Galdós, y en ella haría el papel de Almudena, el marroquí harapiento, el mendigo ciego enamorado de la señá Benina. Luego seguiría haciéndolo por todos los escenarios de la bendita RED de Teatros de la Comunidad de Madrid. Desde su retiro en Jerez de la Frontera, donde actualmente descansa por prescripción facultativa, Teófilo Calle dispone ahora de más tiempo para escribir sus artículos, preparar nuevas ediciones de sus libros y dar sus clases magistrales a las gentes de Arte Dramático, con mayúsculas, en un magisterio que no se limita al teatro sino que abarca y se extiende a todo el contenido integral y social de la persona. Es un retiro dorado del que el artista saca tiempo para ocuparse de sus amigos, los que siguen estando en Madrid y los que le nacen por todas partes. Nota: Este texto fue publicado por la revista ACTORES en el número de junio de 2003 y nos ha sido cedido por la autora. María Anunciación Fernández Antón

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