martes, 7 de marzo de 2023

Paco Merino: el mejor en su puesto

PACO MERINO: EL MEJOR EN SU PUESTO Siempre me ha gustado el apellido Merino por lo que tiene de relumbrón medieval y en este sentido no he conocido a nadie, ni actor ni no actor, ninguna cara que para mí mejor represente ese relumbre tan especial al que me refiero, que Paco Merino. No sé si él estará de acuerdo, hablo de mí. Será que lo vi por primera vez haciendo de bachiller cervantino en Las gallinas de Cervantes. Que más tarde lo vi atendiendo una venta de ruidosos arrieros entre los que muy bien podrían encontrarse los dos locos geniales de La Mancha. No sé. Lo cierto es que Paco Merino sigue teniendo para mí, a día de hoy, la cara del posadero afable, la apariencia gratísima del animador incansable de mesones castellanos y fogones medievales. Será, en fin, por todo eso y por lo que no es eso, y porque al conocerlo personalmente no se ha alterado un ápice mi apreciación inicial sobre su natural compechanía y gallardo sentido común, por lo que siempre me lo imagino poniendo orden y cordura en el plato y en los ademanes de sus huéspedes, sean éstos los más levantiscos de la gran venta del mundo. Y ello siempre con una palabra afable y un vaso de buen vino. Un humilde vino que en sus manos es... ¡manjar de dioses! A Paco Merino lo tenían que nombrar embajador de buena voluntad para que acudiera a resolver los conflictos allí donde tuvieran lugar, armado siempre por todo instrumento del jarro desportillado y generoso, con la seguridad de que lograría conciliar, sólo con unas pocas palabras "verdaderas", sabias y prudentes, a los enemigos más encarnizados. Hacen falta muchos Paco Merino. Los ojos negrísimos, redondos como platos de puro asombro ante la vida y ante las cosas, siempre dispuestos a elevarse al cielo (o a volverse hacia sí mismos) para volver de inmediato a la tierra con una frase sensata cargada de humanismo, con una ponderada ironía llena de saber popular y de bondad con que repartir -y departir- a manos llenas. La palabra bien pronunciada y sabia que ilumina de repente, como un cortocircuito, la mayor de las confusiones en la vida y sobre las tablas. Porque eso, esa sabiduría ancestral que para mí lo hace brillar sobre el común de los mortales en cualesquiera foros donde se encuentre (hace nada en la Casa de Galicia celebrando la Festa do Galo do Curral), no quiere decir que nuestro personaje se sitúe por encima de sus semejantes. Muy por el contrario, sabe Paco Merino mirar a la cara a sus interlocutores, sean de la talla que sean, y comunicar con ellos, por medio de una honestidad y una intensidad envidiables, esos sentimientos que con tanta hondura sabe buscar en su interior. Mesonero humanista de venta cervantina. Tal vez incluso podría ser el mismísimo Sancho, un hombre capaz de embarcarse en cualquier locura no por sí, que él está bien donde está y no requiere nada más, sino porque un amigo del alma se lo solicita. Nunca queriendo ser Quijote sino tratando de hacer bien el papel a él encomendado, el más humilde servidor sea cual sea la servidumbre a él destinada. Nunca perdido en las nubes de la nostalgia o de la fantasía de lo que pudo ser sino bien plantado en el suelo a la manera del más humano rechoncho y lleno de sentido común que han visto los siglos: Sancho mismo. Personaje secundario como él pero siempre perfecto allí donde esté, el más necesario en su papel, indispensable para que los demás funcionen y brillen. El que no ataca nunca en primer lugar, pero que si le atacan, sabe defenderse como nadie, con el dardo de la palabra clara que da siempre en la diana certera. El que sabe mostrarse fiero cuando las circunstancias lo requieren, sin perder nunca por ello la educación ni la dignidad. El que a la zafiedad ambiente, opone el humanismo de su humilde sensatez. Así es como yo veo a Paco Merino, un actor al que admiro de lejos, sin conocerlo apenas. No sé nada de su vida privada, no sé ni su fecha de nacimiento ni falta que me hace. Sólo sé lo que he visto con mis ojos y lo que traen los diccionarios, que es escueto pero rotundo: A los treinta años abandona un trabajo seguro en la banca (al menos era seguro hace 30 años) y se dedica, por suerte para nosotros, al teatro. Emprende así una larga carrera de éxitos que han hecho de él uno de los actores españoles de más renombre, pero sobre todo uno de los más apreciados y queridos por el gran público a causa de su gran sensibilidad. Entre sus obras dramáticas, cabe destacar: Los gigantes de la montaña, a las órdenes de Miguel Narros, La detonación, con José Tamayo. Para el Centro Dramático Nacional representó El Proceso, a las órdenes de Gutiérrez Aragón y Noche de guerra en el Museo del Prado, bajo la dirección de Ricard Salvat. Vino después La vida es sueño, dirigido por José Luis Gómez, La salvaje, por José Osuna, Pluto, por Juan Diego, Mata-Hari, por Marsillach, Luces de bohemia, por Lluis Pasqual, Coriolano, por Richardson...Y un largo etcétera que no se agota en una cuartilla y que se prolonga hasta hoy con numerosas películas a las órdenes de directores españoles (Pilar Miró, Carlos Saura, Juan Miñón Trujillo, Martínez Lázaro, Víctor Erice, Carlos Berlanga, Fernando Colomo...), así como numerosos trabajos en televisión. Pero además Paco Merino ha conseguido ser querido por el gran público (se abren sonrisas de simpatía al nombrarlo en cualquier espacio) y, algo rarísimo, es respetado por sus compañeros y no tiene enemigos dentro de la profesión. También ha sabido conectar con las nuevas generaciones para las que es un maestro del buen hacer y del saber estar. Lo admiran al margen de escuelas y tendencias porque saben que donde él está, está como nadie. Que esa calva y esa expresión tan trabajadas encierran toda la sabiduría y la experiencia de los grandes actores y esos ojos asombrados guardan toda la inocencia preservada de los segundones, un epíteto que él dignifica y que también nos lleva de nuevo a la Edad Media, a una casta a la que pertenecía nada menos que El Cid. Porque no es Paco Merino el que manda en el escenario generalmente, casi nunca lo es, pero tan bueno es en lo suyo, que podemos estar seguros de que donde él está, es insustituible. Que cual sea el papel que desempeñe, el más ingrato, lo bordará, y eso es lo que el público de hoy sabe apreciar. Un hombre que es él y sus circunstancias en la escena del mundo y que vive y trabaja sin empeñarse en ser lo que podía haber sido si las circunstancias hubieran sido otras y no las suyas. Toda una lección de buen hacer desde su rincón. La sabiduría de Sancho. Pueblo de León en medio del Camino de Santiago.- Las mujeres se quedan extasiadas ante la pequeña pantalla que ilumina la sobremesa aldeana. Fuera soplan vientos otoñales: "-¡Qué suerte tiene esa señora, haber conocido a ese hombre tan bueno! ¡Y siendo viuda, la pobre!", exclaman casi al unísono varias de aquellas mujeres, casi todas viudas. El hombre bueno de la serie Calle Nueva, que Televisión Española emitía en la sobremesa hacia finales de los 90, era Paco Merino y, sí, verdaderamente la viuda aquella había tenido una suerte loca. Una suerte enorme al encontrarse a Paco Merino en medio de las tribulaciones, con el berenjenal de familia que le había quedado al morir su esposo. Porque el bueno de Paco Merino, aparte de consolar a la pobre viuda, era el encargado de poner calma y sosiego en medio de aquel río revuelto donde todos eran malos malísimos, mucho más de lo que parecían. Verdaderamente... ¡Qué habría sido sin él, sí, de aquella pobre viuda! La cosa daba mucho que pensar. Verdaderamente. Poco después tuve la suerte de conocer a Paco Merino en persona, fuera de la pantalla y aún de los escenarios. Estábamos en la SGAE celebrando la salida del libro de su amigo, el también actor Juan Jesús Valverde (Los pasos de un actor, ed. Ariel) y allí se me mostró tal como es él en la vida real. Cosa curiosa, me encontré con un Paco Merino idéntico al de la serie, igualito al personaje cuyo nombre ya he olvidado. ¿Para qué iba a recordarlo si eran idénticos? Con prontitud inusitada, me dirigí a él en pleno brindis por el libro: -Que dice mi madre que es usted buenísimo, una buenísima persona. Lo ve a usted todas las tardes. -Pues póngame a los pies de su señora madre -repuso Paco con voz pausada, la misma que tenía en la dichosa serie. Empecé a pensar que no era tan vergonzante ver esas series, sobre todo si en ellas salían personajes como Paco Merino. Efecto de la copa, me atreví a pedirle también una foto, que se retratara conmigo a lo que accedió, y fue la actriz Amparo Clíment quien ofició de fotógrafa (todavía no le he devuelto el favor). Así podría yo demostrar en mi pueblo, a todo el que lo pusiera en duda, que lo conocía. Que me codeaba yo en los madriles con tan ilustre personaje. Que rabiaran las viudas. A través de Juan Jesús Valverde, vecino de Los Austrias, acudí a verlos representar Trampa para un hombre solo, en el Teatro Muñoz Seca. Cosa curiosa, Paco Merino hacía un personaje que ni pintado para él. Secundario y perfecto. También por entonces hizo en el Círculo de Bellas Artes aquel monólogo de Salvador Enríquez, El hombre que no vio el mar, y lo bordó. ¿Será que Paco Merino tiene la virtud de hacer que todos sus personajes se le asemejen? ¿Y que tan grande es su apropiación de ellos, que lo logra? Yo creo que los trabaja tanto, que no para hasta identificarse, hasta hacerse él con ellos y ellos con él. Que se los aprende de memoria a través de un enorme trabajo sobre el texto. Es posible y hasta seguro, algo que, de ser así, compartiría con Saza, por ejemplo. No sé. Siempre le he visto magistral en sus papeles sin ser éstos excesivamente importantes y creo que el secreto no es otro que el trabajo minucioso y constante. De compromiso total con su quehacer. A vueltas con mi manía medievalista, voy al diccionario: Merino es, según el Diccionario Etimológico Corominas, "la autoridad puesta por el rey o un gran señor para ejercer funciones fiscales y posteriormente judiciales y militares sobre cierto territorio." Pero también: "perteneciente a la especie mayor (maiorinus) en cualquier materia, aplicado en la Edad Media a las autoridades". Todo me da la razón.Y hasta Merino Mayor había, lo cual es una redundancia, puesto que Merino (maiorinus) ya lo significa de sí y por sí, por contraposición a otros. Un cargo que dio lugar a un topónimo que aún pervive en Castilla la Nueva: Merindades. Haría en esto también Paco Merino honor a su apellido. Sería el Merino Mayor. El mejor en su puesto. María Anunciación Fernández Antón

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