martes, 28 de febrero de 2023

CARTAS A ARIEL, DE RAFAEL CASTEJÓN

CARTAS A ARIEL, DE RAFAEL CASTEJÓN Rafael Castejón escribe su biografía en la colección Memorias de la Escena Española que, bajo los auspicios de AISGE, dirige la artista multidisciplinar Amparo Climent y coordina, en taller de escritura, Juan Jesús Valverde, actor y escritor. Un libro publicado en 2009. Se trata de una autobiografía escrita en forma epistolar, 50 cartas a su nieto Ariel, de 14 años, hijo de Nuria Castejón, para que sepa quién es -y sobre todo quién fue- su abuelo y pueda recordarlo cuando ya no esté. Se convierte así el librito en un testamento vital en el más puro sentido de la palabra, la entrega amorosa de lo mejor de su vida como actor y como hombre. Previene así las habladurías de algún zascandil ("en el Teatro, nieto, también hay retorcidos") que pudieran dañar su imagen cuando ya él no esté para defenderse, aunque con un pudor extraordinario, Rafael Castejón se niega en redondo a mencionar a quienes le hicieron alguna mala pasada, que los hubo. Un adolescente recibe estas cartas de su abuelo. Cartas de un folio, de fácil lectura, es lo que le permite su aliento de escritor novato, una extensión asequible a su temperamento de hombre de acción (sobre las tablas) pero para quien la escritura diaria de este folio requiere un esfuerzo titánico. Son cartas con un contenido completo, que resumen y compendian con una anécdota sabrosa, una situación que marcó su vida, y que requieren un reposo -también para el que las lee- y un hasta mañana. Por eso siempre se terminan con "Un beso, Ariel. Tu abuelo que te quiere". Esto, que puede sonar repetitivo, es sumamente importante para el remitente, y así nunca se le olvida mencionarlo, de ahí que no sea nada extraño que la última carta sea la del nieto hacia él, lo que prueba que las recibió a tiempo. Tiene miedo el abuelo a resultar pesado, o pudor de exhibir sus logros, "sus batallitas de abuelo" como él mismo se burla, pero no es modesto ni mucho menos le gusta la falsa modestia. Allí donde hubo un éxito, lo cuenta, allí donde cree que él tuvo algo que ver en el éxito, también. Donde se queda corto es en nombrar a los que le hicieron una faena, que las sufrió en lo vivo (en el teatro también hay malnacidos) y prefiere pasar de puntillas: "No te digo su nombre porque ya no está en este mundo, que Dios le tenga en su gloria". Como tampoco da nombres de los empresarios ("Perdón, productores") que no pagaron por él ni por su mujer, Pepa Rosado, la Seguridad Social que, sin embargo, a ellos sí les habían descontado puntualmente. No los nombra porque quizás están muertos, como arriba dice, o por no molestar a hijos y herederos, siendo como es padre de 3 genios de la escena española y universal: Jesús, Nuria y Rafael Castejón. Los padres son precavidos también por su prole. Habla de lo que le gusta la buena vida: "Porque tu abuelo, Ariel, ha sido siempre un vago". O también: "El destino ideal del hombre es estar tumbado sin hacer nada, nieto". En esto parece imitar a sus personajes de zarzuela, o a los de Arniches que tantas veces representó colgando el bendito cartel de no hay entradas, porque lo que es él, trabajó a lo bestia y lo normal es que compaginara dos trabajos diarios en diferentes sitios y hasta dos papeles en la misma obra. Con miedo al avión, empezó los viajes trasatlánticos para actuar en Buenos aires, México, Chile, EEUU... en barco. Conoció a Miguel de Grandy, con cuya autobiografía yo me reí tanto que la voy a volver a leer. Pues bien, Rafael Castejón fue gran amigo suyo y promete hablar de él más por extenso, de cómo los conoció a él y a su mujer, y me he pasado el libro esperando a que lo cumpla. Es su único fallo. Siempre de la Ceca a la Meca, de España a América y de América vuelta España, toda su vida fue un no parar y al jubilarse, se encuentra con que tiene que esperar hasta los 70 porque no hay méritos. 60 años cotizando y hay que seguir en la brecha hasta los 70 para poder cobrar la pensión. De España a América, lo corriente era estar en manos de empresarios que se han acostumbrado a la frase: "Mira a ver si te arreglas con esto", y era dinero para dos días el que ponían en tus manos cuando te adeudaban la gira entera. Desesperante. Curiosamente, sólo a partir del nacimiento de su tercer hijo, Rafa, que vino al mundo con un pan bajo el brazo, pudo empezar a rechazar papeles que lo le gustaban. La aventura viajera empezó con su nacimiento mismo: nacido en Barcelona por azar en 1932, la familia se traslada inmediatamente a Alicante y luego, como le gustaba tanto el mar, por estar equidistante de ambos mares, se instala en Madrid, su cuartel general. Aquí fue donde se consagró como actor, en el Teatro Fuencarral, y adonde siempre volvía en busca de nuevos contratos. Habiendo nacido en el 32, no es extraño que pasara hambre: hambre en la casa paterna y hambre en las giras de "cómico de la legua" que empezó desde muy joven, casi niño. Pues la afición al Teatro le viene desde que, por complacer a su padre (que se pasó los 3 años de la guerra en la cárcel), se hizo catequista de Acción Católica en Alicante. Hambre con la excepción de los benditos "Festivales de España" que, inventados por Manuel Fraga Iribarne, al que nunca le agradecerán bastante los cómicos este invento, los llevaban durante todo el verano a través de la geografía española, de punta a punta en el plazo de una noche, de Gijón a Cádiz, de Sevilla a San Sebastián, en galas únicas que les hacían atravesar la península de parte a parte varias veces, y que no faltaran. Como los taurinos de ruedo en ruedo, iban ellos con sus músicas y sus zarzuelas a los teatros principales de San Sebastián, Sevilla, Bilbao siguiendo las fiestas patronales. Merece la pena recordar con él las luces y sombras del año 1983: "España golea a Malta por 12-1. José Luis Garci recibe el Óscar pro Volver a empezar. Mario Camus gana con La colmena el Oso de oro de Berlín, pero por otro lado se nos van Luis Buñuel, nuestro extraordinario payaso Charlie Rivel y el gran vanguardista Joan Miró. También el escritor y poeta José Bergamín y el filósofo Xavier Zubiri. Igualmente sentimos la pérdida del gran actor inglés David Niven y el dramaturgo norteamericano Tennessee Williams. Pero lo que más me afectó, querido Ariel, fue el incendio de la discoteca Alcalá 20 en el que murieron 81 personas. Fíjate que yo solía bajar todas las noches porque estaba representando en el Teatro Alcázar "Anacleto se divorcia", y aquella noche no pude bajar, era el año del divorcio en España y había que aprovechar la coyuntura." En teatro está orgulloso de haber repetido en distintos foros Los cuernos de Don Friolera, de valle-Inclán, 1976; Alma de Dios, 1978; La venganza de la Petra, 1979/1991 (Arniches le parece un genio al que no se ha hecho justicia ni en España ni en Alicante. Con él tuvo los mayores éxitos); El santo de la Isidra, 1979; El pobre Valbuena, 1979; Anacleto se divorcia, 1980; El caso de la mujer asesinadita, 1982; Americano corto, americana larga, 1986; Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, 1986; Los caciques, 1987/2001. Hizo género español con Antoñita Moreno “Madrid, ¡Claro que sí!”, revista con Amparo Sara “Caritas y carotas”, con Antonio Casal “Un marido por favor”, con Addy Ventura “La turista dos millones”, opereta con Amengüal “La viuda alegre”... Con la madurez pudo volver a la zarzuela incorporando los personajes característicos en títulos como: La Bruja, 1979; La Dolorosa, 1981; Agua, azucarillos y aguardiente, 1986; La Revoltosa, 1987; La chulapona, 1988; La verbena de la Paloma, 1994; La viejecita, 1998 y La leyenda del beso, 2008. Aquí, en el estreno, sus tres hijos les prepararon por sorpresa un homenaje a él y a su mujer. Les hicieron subir de nuevo a escena, acabada la función, y sentándolos en sendos sillones, empezaron a proyectar en el telar las fotos de toda su vida juntos. Fue tal la emoción, "que acabamos todos a moco tendido, nieto, tú también, de vernos llorar." Resultó que toda la familia estaba en la obra trabajando y el público entero se sumó al homenaje inesperado. En cine no destacó aunque no rechazó ningún papel de los que le ofrecieron, todos cómicos. Sin embargo en televisión pudo hacer otro tipo de papeles durante más de treinta años en producciones como: La Caramba, 1963; Curro Jiménez, 1975; Luisa Fernanda, 1978; Los semidioses, 1981; Los chamarileros, 1981; El jardín de Venus, 1983; La romanza de Madrid, 1989; El obispo leproso, 1990; La venganza de la Petra, 1992 y Villa Rosaura, 1993. Todavía en la última década apareció en series como Hospital Central (Carlos Junyent) y Herederos. Rafael Castejón murió el 15 de marzo de 2014, un mes después de morir su esposa. 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MIGUEL DE GRANDY II: UNA SAGA DE ARTISTAS Y UNA VIDA DE TEATRO

MIGUEL DE GRANDY II: UNA SAGA DE ARTISTAS Y UNA VIDA DE TEATRO Miguel de Grandy II titula sus memorias ¡Que me quiten lo bailao! Con tan expresivo título, este cubano de ascendencia española, afincado en España desde que volvió con su madre en 1971, publicó en 2008 su autobiografía en la colección Memorias de la escena española que dirige Amparo Climent y coordina en Taller de escritura Juan Jesús Valverde. Miguel De Grandy II, así llamado desde niño ya que su padre también se llamaba Miguel de Grandy, nace en La Habana en 1934, hijo de la gran actriz cómica española Julita Muñoz (nacida en la Calle Sagasta, más castiza imposible, que debutó en 1910 con tan sólo 2 años) y del legendario tenor cubano Miguel De Grandy, quien estrenó zarzuelas de Lecuona, Roig y Prats que compusieron sus galanes expresamente para él. Su abuela materna, doña Julia Galé Casal, era una recia castellana de Rioseco (Valladolid) que marchó con toda su familia a México en plena revolución mexicana ante una buena oferta de trabajo. Había sido artista del Apolo, una de las grandes figuras de la lírica a las que, por ello, se dejaba elegir repertorio. Su padre, por el contrario, no tenía antecedentes artísticos y era hijo de una canaria y de un chicharrón. Como él dice en sus memorias, “mis padres eran dos celebridades en Cuba” y de casta le viene porque, además de ser un artista de la escena, De Grandy II es un gran narrador. Con esos antecedentes, su nombre completo es Miguel de Grandy Muñoz Pérez Galé. Cuando tenía 2 años, sus padres se separaron, pero él no notó para nada la ausencia paterna y no queda de esta separación ningún resentimiento ni sensación de abandono. Así lo subraya en sus memorias. Ello se debió en parte a que su madre se casó al año en EEUU con Ángel Arboleda Noa, quien siempre lo trató como a un hijo y que, al mismo tiempo, hizo las veces de maestro, dándole clases durante las giras para que a la vuelta pudiera incorporarse, no ya al nivel correspondiente a su edad, sino a uno más avanzado, como sucedió. .Pues bien, si hay un a vida de aventura y fe, es la de Miguel de Grandy hijo. Sólo con los viajes de este artista (actor, cantante de zarzuelas, recitador de poesía, tejedor de jerséys, socorrista y chico de la Cruz Roja) se podría construir una novela bizantina de aquellas que tanto juego daban a los guionistas de las grandes series, con incendios, naufragios, temblores de tierra, fugas, aterrizajes forzosos y revoluciones a los que sobrevivió Miguel de Grandy II para contarlos, ya darían para una novela larga. Pero él los sintetiza en este libro de pequeño formato con la agilidad de un saltimbanqui (también trabajó en el circo) y la precisión de un maestro, que también lo fue de artistas y de autoescuela. La anécdota con la monja a la que enseñó a conducir se sitúa en Miami y la treta que urdió para que ella perdiera el miedo y los nervios a la hora de examinarse, no tienen desperdicio, teniendo en cuenta que ello ocurrió a la espera de estrenar zarzuelas en Miami cuando acababa de fundar Grateli. Por cierto que en Miami, cuando llevó allí las zarzuelas, el coro estaba formado por cantantes y bailarinas que eran todas americanas y altísimas, bellísimas, pero que no conseguían decir a derechas la frase ¡Ay qué zaragatero es usted!, sino que pronunciaban !Ay qué zaRRagatero es usted!, cosas de la fonética, causando gran peculiaridad y encanto en el género chico. Su madre, la famosísima Julita Muñoz, estuvo a punto de hacer Shirley Temple, pero su abuela, la recia castellana, se negó a ir a EEUU si no iban todos -y además con una lengua extraña-. (No hay duda de que la copiaron para el personaje, que es idéntico a ella: con sus ricitos rubios, su voz y su oído extraordinarios y su encantadora naturalidad en nada parecidas a una niña prodigio). Con la otra Shirley, Shirley MacLaine, también tiene su aventura en México, cuando ésta, sentada a una mesa al lado del escenario durante su actuación en la obra Casino Parisién, le desenredó el micrófono que estaba a punto de trabarlo y hacerle caer (entonces, era el año 60, no había inalámbricos), para lo cual no dudó en abandonar su asiento y asistirlo con el cable sin que nadie lo notara. “Una mujer que me quiere, que lleva conmigo 30 años y que está dispuesta a cuidarme por lo menos 30 años más , así reza el colofón de su libro en la edición de 2008, y que yo sepa, nada ha cambiado. Esa mujer que le quiere y piensa seguir queriéndole es Concha del Val, la española con la que se casó en segundas nupcias en el año 1979 y con la que tiene un hijo, Adolfo de Grandy, tenor. El niño nació cuando su padre acababa de ser abuelo en 1982, el mismo día en que se celebraba en Mónaco el funeral de Grace Kelly, y su padre, por asistir al parto, se lo perdió. Le hacía muchísima ilusión presenciarlo, aunque fuera por TV. Por entonces ya estaba instalado en España (desde año 1971) y ya tenía toda una vida a sus espaldas con dos hijos, fruto de su anterior matrimonio con la actriz cubana Berta Sandoval. Pero no hay obstáculo invencible para este hombre pequeño de estatura pero gigante en escena: con sus dos mujeres y sus tres hijos ha hecho que formen una familia muy bien relacionada (juntos pero no revueltos), hasta el punto de rendirle homenaje todos en Miami al cumplir sus 65 años de profesión con “La rosa del azafrán”. Antes había tenido el homenaje por sus bodas de oro con el teatro, también en Miami, y sus dos mujeres, la ex y la actual, estaban con él en “Cena para dos”. Cubano y descendiente de españoles, los Muñoz (el clan o la tribu, que así lo llamaban porque eran numerosísimos y viajaban juntos, con la abuela Julia, los hermanos Pilar, Julita su madre, Elisa y Eduardo Muñoz) habían emigrado de Madrid a México para acabar instalándose en Cuba. “O vamos todos o ninguno”, lanzaba su abuela materna y allá se iban en barco a México o a donde surgiera la oferta de trabajo. En Cuba recibe una formación de baile español, ballet clásico y danza moderna e incursiona en la radio en programas como el famoso serial “Ángeles de la calle”. De niño prodigio pasó a joven cantante de zarzuela de la mano de Marcos Redondo encarnando papeles tan memorables como el Aníbal de Luisa Fernanda cuando aún no había cumplido los 17 años. Luego volvería a actuar con Marcos Redondo, ya en España a partir de 1971, él y su madre. En la catedral de Santo Domingo les robaron el bolso de su madre con todo el dinero ganado en la gira cambiado ya en dólares, así que volvieron a Cuba (o a Caracas, o a Bogotá) sin dinero pero con un nuevo contrato. Guarda de esta etapa dominicana, siendo aún muy niño, el recuerdo del naufragio en el que perecieron sus amigos del circo Rizzore el 16 de julio y porque en ese día, pero de 1960, salió él de Cuba a México con el vestuario del Café Parisién a tiempo y para nunca más volver. En 1954, boda con Bertha Sandoval, cantante que compartía espectáculo con él (el que ella cantara en su espectáculo el famoso bolero “Tú me acostumbraste” le valió su primer hijo) aunque luego tuvo con ella a Julie y a Miguel De Grandy Sandoval, artista ella y él hoy en día uno de los mejores abogados de EEUU. Actúa junto a Olga Guillot, madrina luego de su hija Julie, y con Amparo Rivelles, gran amiga con la que trabajó en Cuba y en México. Con todos contrajo extraordinarias amistades de por vida. El culmen de su carrera fue “La bella y la bestia” en La Gran Vía madrileña, eso fue el broche de oro artísticamente hablando, porque en lo personal y familiar, lo fue “La rosa del azafrán”, homenaje a sus 65 años de profesión (págs. 150-51) en el que intervino toda la familia, sus tres hijos, una nieta y sus dos esposas. En esto se ve la similitud con la familia de Rafael Castejón y su amistad cotejada por ambos en sus memorias, ya que a ambas familias los hijos les prepararon parecido gran homenaje (los unos en Miami, los otros en Madrid) al acabar su representación de una zarzuela que culminaría su carrera, que en el caso de los De Grandy fue “La rosa del azafrán”, y para los Castejón fue “La leyenda del beso”. Con los Castejón llegaron a actuar juntos él y su madre, tanto en zarzuelas, como en la compañía de Antonio Garisa representando “Los caciques de Arniches”, e incluso Jesús Castellón ha dirigido a Adolfo de Grandy como tenor. Su amistad con Fidel y los barbudos de Sierra Maestra, su apoyo incondicional a la revolución cubana como asistente de enfermería (siempre fue un chico de la Cruz Roja) y recogiendo fondos y provisiones, ocupan páginas memorables. Tenía una gran confianza con Fidel desde que Miguel había hecho de Batista en una obra y cuando lo saludaba siempre lo llamaba Batista. Una noche, a la salida del teatro, entró con su mujer Berta a un bar que tenía fama por los bocadillos y apareció Fidel Castro. Le invitaron a sentarse con ellos y aceptó. En aquella primera época, a Fidel se le conocía por sus acompañantes, que eran siempre los mismos. Más tarde, cuando se obsesionó con los atentados, los cambiaba mucho y nunca se sabía dónde iba a dormir esa noche. Después de compartir con Fidel unos bocadillos, y de oír a Fidel hablando sin parar durante una hora larga, el matrimonio llega a casa y De Grandy le dice a Berta: De aquí hay que salir cuanto antes. Si se quita la propiedad privada, esto se va al garete. Su matrimonio también hacía aguas por lo cual el 7 de mayo de 1960 sale de Cuba hacia México con el show del Casino Parisién, pero antes de empezar con el show ha de volver a Cuba y lo hace por 11 días a la chita callando a buscar el vestuario que se había quedado allí. Estando en Cuba esos 11 días actuó en la CMQ donde puso en práctica lo que había aprendido con los Rizzore, sus amigos del circo que conoció en su gira por Venezuela y que todos perecieron en un naufragio (una de las experiencias más traumáticas de su niñez) y el día de la Virgen del Carmen se fue de vuelta a México saliendo definitivamente de Cuba. Consiguió sacar el vestuario y a los dos meses cerraron las puertas y ya no se podía sacar nada de la Isla. Cuando salió de Cuba, donde nunca más ha podido volver, lo peor fue ver por el hueco de la escalera la carita de pena de su tía Elisa (su segunda madre, puesto que al no poder bailar por haber sufrido un accidente, lo había cuidado de niño en las giras del clan Muñoz) sabiendo que no iba a volver a verla. Inmediatamente se pone a la tarea de sacar a sus hijos y a su madre (la de sus hijos y la suya propia) de Cuba. En México, al acabar las representaciones del Casino Parisién, sin trabajo y consumiendo los pocos ahorros, aprendió a tejer por vencer la inanición y para ahorrar en jerséys cuando llegara el invierno. Supo de la muerte de su tía Elisa y de una operación delicadísima del corazón a su hijo Miguel de apenas 3 años, hoy abogado y honorable, y se rompió las rodillas pidiéndole a la Virgen de Guadalupe que todo saliera bien. Salió, él no podía hacer nada. También se metió a socorrista y voluntario de la Cruz Roja, cosa que siempre había sido. Durante ese tiempo en México, le ocurrió la anécdota con Olga Guillot, que si bien estaba allí como estrella invitada, como tantas grandes figuras de la escena cubana al haber salido de Cuba, estaba estrellada (sin un duro) y con un bebé (Olga María), sin casa, sin dinero para un alquiler y sin siquiera una nevera donde conservar el biberón. Se las urdieron entre algunos amigos (más uno que tenía chequera, los cubanos no tenían cuenta bancaria) para comprar todo el ajuar con un cheque sin fondos pero (ojo), sólo sin fondos en el momento de darlo, ya que Olga no cobraba hasta el domingo por la noche. Luego el lunes, a primerísima hora, estaban ellos apostados en la puerta del banco para ingresar y así no se notó que no había fondos. La nevera rosa de segunda mano decoró después la cocina de Olga cuando se trasladó al lujoso chalet en el barrio exclusivo de El Pedregal. Por esos días la madre de Plácido Domingo, Pepita Embil, lo invita a comer y luego a un homenaje a ella en el que cantaba su hijo Plácido, al que su profesor no dejaba cantar más que en las clases pero ese día hizo una excepción. El teatro donde se hacía el homenaje en México era el Esperanza Iris, el nombre de la artista que tiene a su madre Juli en brazos en una fotografía, ya que su madre debutó con ella cuando sólo tenía 2 años. Ahí oyó cantar a Plácido Domingo “Gigantes y cabezudos” en homenaje a su madre y no pudo resistirse a pronosticarle: “Tienes una carrera imparable, hijo”. También a Victoria Vera, a la que conoció ya en Madrid en Oliver, el Café restaurante que era de Marsillach y lugar de reunión de famosos, le pronosticó un cambio para bien en su carrera y también acertó. Así que también tuvo épocas en que, lejos de las tablas, le faltaba el dinero y le sobraba el tiempo. De México viajó a Panamá y la República Dominicana con la compañía del gran cómico cubano Leopoldo Fernández, pero por defender al chico Leopoldito contra los que él creía malos tratos de la mujer de Leopoldo (yo siempre he sido abogado de pobres), les rescindieron el contrato. Va a Santo Domingo. De nuevo dos trabajos a la vez para vivir y pagar el cole: manager assistant de tienda y ascensorista de hotel por la noche. Las propinas le salvaron el colé de sus hijos. Entra de vigilante de robos el Día de acción de gracias en NY y compagina la zarzuela con su trabajo en la fábrica de aviones donde se hacían los motores para la Panamerican y aviones del ejército. Llega a Madrid con 37 años y en España ha triunfado durante casi cuatro décadas dentro del teatro, el cine y la televisión. Entre sus trabajos más memorables, la comedia “Esta noche gran velada”, de Fermín Cabal, dirigida por Manolo Collado. Pero no todo sería un camino de rosas. Ya hemos contado que en aquel 1971, el hecho de haber huido de la revolución cubana y de proceder de Miami, unido a que Miguel llevaba siempre al cuello un crucifijo, le acarrearon fama de facha entre los actores. Nada más lejos, pero lo cierto es que cuando salió de gira, en los mentideros del bar del María Guerrero, se decía: “El cubano va a estar de vuelta en dos días”. Y de eso nada, la gira fue un éxito. Con su compañía De Grandy II, estrena en el Teatro Muñoz Seca el vodevil “Salga de mi alcoba, señora”, cuyo título original y prohibido aquí era “Una mujer en mi alcoba”, del italiano que había trabajado mucho en Cuba Ugo Chiaramonte (1971) y de nuevo en el Muñoz Seca (1973), donde en pleno verano madrileño (yo no sabía que aquí no iba nadie al teatro en verano), mantiene 3 meses de lleno total. Con él, su madre, que ya había llegado, haciendo de tío rico, papel que él cambió par ella por el de tía rica. Es seducido por Colsada para el Paralelo por su gran éxito con la obra Chopin, que llena, y luego le invita a seguir, pero no acepta porque él no aspiraba a eso y vuelta a Madrid, donde fracasa con una de Alfonso Paso (éste decía que nadie sabía hacer el vodevil como de Grandy II) y luego triunfa con otra de ese mismo autor en todos los teatros y que cambió de nombre tres veces conforme a la idiosincracia del país, “Este cura”, que en México pasó a llamarse “¡Qué padre más padre?” y, ya en España, “A Dios rogando y con el mazo dando”. En ésta daba trabajo a su madre y a su ex, que se acababa de quedar viuda y se había venido a España porque él no podía mantener dos casas (¡otra vez!). Cuando actúa en Miami con el género chico (zarzuela) con la compañía Gratelli de la que era socio fundador, da trabajo a su madre y a su padre que no se había perdido, aunque lo perdimos yéndose, recién separados, a Buenos Aires. Con Eloy Arenas formó el dúo cómico Arenas Grandy y con su ahijado Azorín (pág. 104) tiene anécdotas como su intervención necesaria y providencial ante la enfermera sorda a la que tuvo que gritar por tercera vez para que le escuchara (me salió el cubano: “Oígame, coño, haga el favor de llamar a un médico”), ya que el pequeño Eloy Azorín, Eloycín para él, que es su padrino) no sólo no respiraba sino que se ponía cada vez más morado. Salieron de allí dejando al niño en la incubadora. Aquí también hizo invocación a su Virgen del Carmen, que no le falla. En 1979 contrae matrimonio con la actriz española Concha Del Val. La boda la celebran en Santo Domingo con la oposición total de la suegra, doña Concha Aranda, que no veía apropiado para su hija un divorciado con dos hijos que la sacaba años. La suegra Concha, sin embargo, apuntadora de profesión, murió adorándolo. De este segundo matrimonio nació su tercer hijo, Adolfo, quien como él, es actor, cantante tenor ligero y director de cine. Representó con su compañía “Los Tarantos” de Alfredo Mañas, que él tituló Romance gitano. En “La rosa tatuada” de Tennessee Williams, da trabajo a las dos Conchas, mujer y suegra, madre e hija. Chicho Ibáñez Serrador lo contrata para el “Un dos tres…” y actúa en Anselmo B, con Marsillach formando parte durante tres años de la CNTC. Allí trabaja con Amelia de la Torre, conoce a Amparo Climent, siendo uno de los fundadores de Aisge en la calle Carretas. Se fundó sin fondos, él ponía el coche y dedicaba horas a los trámites sin más a cambio que la ilusión. Gira por Italia y bodas de oro con el Teatro a los 57 de edad, en 1991, con la comedia “Cena para dos” de Santiago Moncada, en el Teatro Bellas Artes de Miami. Por ésta ganó el Trofeo “Otto Sirgo” al mejor actor del año, y por su contribución a la difusión del teatro, recibió las llaves de la Ciudad de Miami. Llegamos al final del libro y a Fito (pág. 149), el imprescindible perro con el que sale retratado y que es el rey de la casa. La depresión de Concha por la muerte de su madre y, sobre todo, por no haberla acompañado en su final (estaban de gira por América donde a ella le dieron un premio importante a la mejor actriz), sólo se cura con la compañía del fiel Fito. Lo que más ha amado, con lo que más ha disfrutado, la zarzuela (pág. 159), y por encima de todo, el haber podido hacer bien a tanta gente. No tiene enemigos. Sólo amigos eternos. Nunci de León N

MIGUEL PALENZUELA: LA MEMORIA RECUPERADA

El actor Miguel Palenzuela escribe La memoria recuperada en la colección Memorias de la Escena Española que, bajo los auspicios de AISGE, dirige Amparo Climent y coordina, en taller de escritura, Juan Jesús Valverde. Un libro publicado en 2015. Miguel Palenzuela nace en Ávila y este origen castellano lo marcará de por vida. Inmediatamente trasplantado a Barcelona (su padre era ferroviario), tenía tres años cuando estalló la guerra civil, que cogió a toda su numerosa familia viviendo en los costados de la mismísima estación de Sants. Tal vez por esta circunstancia, en una revisión médica rutinaria, ya en la tercera edad, le encuentran en el cuerpo restos ferruginosos, ¿de metralla? ¡Toma ya! Pues ajo y agua, que no hay otra. Lo de sus visitas médicas daría para una novela de misterio e intriga, menos mal que hasta cumplir los 80 nunca necesitó acudir, porque semejantes rarezas narradas con su gracia (que la tiene por mucho que él lo niegue) son propias de un personaje de Molière al que él dio fama y éxito inenarrable en El Español. Por cierto que Marsillach, cuando lo contrató para la CNTC, le dijo: “Tú ya me naciste clásico y con un trapo que te dé, construyes el personaje y me sales baratísimo. Ahora, no pretendas encima que te lo diga en serio”. (Y también nos salió baratísimo a los españoles al haber seguido trabajando hasta ahora, mucho después de corresponderle cobrar pensión, pues día trabajado-día descontado). Muchas gracias. Pero antes de Marsillach, vivió largas temporadas con la Compañía Lope de Vega, que para él siempre había sido el cénit soñado, a las órdenes de José Tamayo… hasta que se rebeló. La culpa la tuvieron las racanerías en los salarios, el trato casi inhumano en viajes y pensiones baratas y la dirección errática a través de secretarios que pedían lo imposible y encima lo querían “bien hecho”. Pero mucho antes aún había trabajado a las órdenes de Miguel Narros, que fue quien lo bautizó como Miguel Palenzuela (en realidad se llama Saturnino Palenzuela Miguel), en “El caballero de Olmedo”. Y muchos años después de esto, años después de Tamayo y de Marsillach y de Nuria Espert, asiste invitado a la representación de “El caballero de Olmedo” que interpreta Carmelo Gómez, también a las órdenes de Narros, y mirando distraídamente el programa de mano, se queda estupefacto al leer: “Yo dirigí hace mucho tiempo, en este mismo papel del caballero, a un gran actor español de porte aristocrático llamado Miguel Palenzuela…(¡¡¡o sea, yo!!!)” Dios, y pensando de él así Miguel Narros, ¿es posible que hubiera pasado las hambrunas que pasó en Madrid con las consiguientes noches pasadas en los bancos del paseo de El Prado, después de ser tenido en tan alto concepto por alguien tan poderoso? Sólo entonces reflexionó amargamente sobre las limitaciones que tiene, en esto de ser cómicos, el no saber ser un pelota. Para él su patria soñada siempre había sido Barcelona, pero “cuando el nacionalismo enseñó los dientes”, resultó que su acento castellano, a pesar de haberse formado en el Instituto del Teatre y hablar en perfecto catalán, era insufrible a los críticos, por lo que después de dolorosas decepciones, se decidió a cambiar de modo definitivo Barcelona por Madrid. La mili, no obstante, le tocó en Port de la Selva (rincón de la Costa Brava donde fundó La farándula castrense, el nombre se lo puso el coronel), y allí tenían como vecino a Salvador Dalí, que no los visitó nunca. Sí los visitaría años más tarde, cuando fundaron un teatrillo de gran éxito en Cadaqués que acababa cada noche en Bar. Lo de gran éxito era el Bar. Allí se lo pasaban muy bien Dalí y Gala con sus andróginos y sus donceles, pero todo el gozo en un pozo cuando una noche les pasaron la minuta de sus consumiciones. El haber hecho y terminado la carrera de Perito Mercantil, algo a lo que le obligaron compaginándolo con su preparación de actor (precaución lógica de familia humilde) le resultó de una ayuda impagable a la hora de administrar su vida y su carrera de actor. Tanto, que resultó todo un experto en giras de bailes españoles y flamencos con los que hizo ganar dinero a sus componentes y a él mismo. Esto se lo reprocharía mucho Marsillach, pero quien las ha pasado canutas sabe muy bien el valor que hay que dar a cada cosa. Por cierto que en estas giras, particularmente en la que él hacía de promotor por Italia titulada “Flamenco y bailes españoles”, su papel era el de actor recitalist y como tal recitaba, traducido al italiano, el tratado poético de Lorca titulado “Teoría y juego del duende”. Y precisamente aquí, su acento castellano, insufrible e imperdonable en Cataluña, resultaba para los italianos arrebatador. Tanto que su éxito no sabía a qué achacarlo, si al flamenco o a la Teoría lorquiana. Es así como lo cuenta, sin falsas modestias, porque “mis memorias son mías y como yo soy el dueño, hago con ellas lo que quiera.” Todo esto, así como los posibles orígenes familiares y colegiales de su vocación de actor es digno de leerse y no de resumirse. Es fácil imaginarlo ahora subido en un ambón en medio del comedor escolar leyendo a los clásicos para ganarse la beca, pero para un niño tal esfuerzo era el orgullo de ser el mejor lector unido al instinto de supervivencia. De él y de su familia, puesto que también se llevaba provisiones a casa. De no haber nacido en España, Italia sería su preferida, cómo nos quieren y cómo les gustaba lo español. Ahora bien, hubo otras giras no tan gloriosas, como la de Inglaterra, que sólo para llegar a Edimburgo en tren y en barco, con los correspondientes enlaces y trasbordos, ya era La Odisea. Fueron unos diez años de giras (1964-1975) en los que sin embargo nunca dejó el teatro, lo que no estorbó a que Marsillach, cuando por fin volvió del todo, le regalara un libro que aún conserva, con esta dedicatoria: “Por fin has vuelto”. Pero donde más ganó fue con el cine, con los westerns rodados en España en los que él, al lado de americanos e italianos, defendía la parte española. Fue un habitual de Almería. La más famosa de sus películas fue El sabor de la venganza (1971), pero cuando en el extranjero vio el cartel, resultó que él se llamaba Willy Wood. “Así era como defendían nuestros derechos en Filmespaña”. Nunca se lo pasó tan bien como montando a caballo, aunque luego practicar la equitación por cuenta propia sea un deporte de ricos. No se cansa de alabar a las mujeres, a las que encuentra más dotadas para el teatro que el hombre, pero una de las características de sus memorias es el no hablar en absoluto de su vida privada. Esto, en alguien que vive de la imagen, tiene su mérito. En efecto, nada hay, al referirse a las mujeres que menciona, muchas y muy queridas, que exceda de los límites de una amistad o de una gran admiración como actrices: Marta Padovan, Asunción Sancho, Lola Cardona, Berta Riaza, Matilde Almendros, Nuria Expert, Amparo Rivelles, Victoria Vera. De Mary Carrillo, dice que era muy seca, pensando sólo en sus hijas, las Hurtado, si bien tenía un tertuliano entusiasta en el marido Hurtado, gran conocedor y cínico del teatro de Benavente. En su elogio de las mujeres, destaca -por ese su espíritu arriesgado- a aquella actriz que se metió a productora por amor. Esto, que sería escacharrante y despiadado, hace que no la nombre, limitándose a titular el episodio como “alivio cómico” de su escritura, uno de aquellos episodios que entretenían al público entre un acto y otro aligerándolo de tanto peso. Pero sus amistades masculinas son también dignas de mención y así “en la minúscula participación mía en la historia de los 60 quiero que ellos me acompañen”: Antonio Chic y Sergio Schaaff, directores, Enrique Ostembach, autor, José María Espada, figurinista y decorador, Vicente Lluch, director cinematográfico Iván Tubau, uno de los inspiradores de Ciutadans, Juan Germás Schroeder, José María Rodero, los críticos Antonio Armenteras, José María Junyent y Luis Marsillach (padre de Adolfo). Considera vitales a los críticos teatrales que con sus errores de juicio, injusticias e incompetencias, tanto nos han indignado. Lamenta, hablando de Madrid y de Barcelona, tantos teatros desaparecidos: el Goya, el Candilejas, el Fuencarral, el Valle-Inclán (no éste), y habla de funciones como El comprador de horas, que él protagonizó en el Teatro Talía del Paralelo a las órdenes de Nuria Expert, obras que en aquella época hacían llorar y que hoy harían llorar pero de risa. “Ese padre Ybarra, que para salvar el alma de su paisana la prostituta Rolanda se metía en su habitación pagando las horas al precio fijado para los clientes, producía una fascinación enorme a un público reprimido pero en el fondo ávido de tentaciones eróticas… De manera que al salir, después de la función de tarde para ir a cenar yo (que era el temerario cura) tenía que esconderme porque siempre había una bandada de pupilas dispuestas a que las catequizara allí mismo”. (En una errata puse El comprador de “honras”, que sería equivalente y más de lo mismo). Luego vendrían, con Nuria también como pareja, obras tan serias como Deseo bajo los olmos, Gigi, Medea, Anna Christie… con temporada en Barcelona y Madrid, Con Nuria, considera que él era bueno por ella: “Yo veía en la intensidad de sus ojos el ansia de convencer a su amado, y de ellos obtenía yo el eco emotivo que me convenía”. Da muchas claves interpretativas de cómo hacerse con un personaje, y nombra algunos tan poderosos que ellos solos, sin ayuda de nadie, son capaces de ponerse de pie. Por citar algunos de los que consagró, Don Lope y Pedro Crespo de El alcalde de Zalamea, por ejemplo, ambos opuestos en la obra, en los que tan importante es el oponente para lograrse: con Agustín González el uno y en sustitución de Jesús Puente el otro. En contraposición a quienes afirman que los actores viejos hacen el ridículo (cita el texto de un autor mordaz, al que sin embargo no nombra), que hay que retirarse a tiempo y que no hay cosa más triste que un actor fugado (muerto en escena, excedido en sus facultades por su papel), él afirma como dueño y señor de su vida que es, “seguiré actuando lo que me dé la gana”. Y hará muy bien. Porque ridículo o no, es lo que más le divierte. Más que viajar. Asegura Miguel Palenzuela que este esfuerzo de recuperación de la memoria sólo lo hace por lo que pueda servir a otros, pero es evidente que está tan bien hecho y con tanta gracia narrado, que sería imposible no ver en él un poco de vanidad. Además, consulta papeles y notas, prueba de que las tomó en su día. Vanidad necesaria por otra parte para un cómico, qué bella palabra, dice él. Como muestra de su estilo escritor, no me resisto a copiar estas líneas casi finales: “Recordando el desamparo de algunas épocas de mi biografía, me reconforta la serenidad con que afronto mi vejez, aunque ha sido bueno, mediante este libro, cuadrar las cuentas ahora porque no estoy en condiciones de dejar nada para mañana”. A mí, personajes como Pedro López Lagar, me quedan grabados a fuego, tan protector y queriendo contagiarle su pasión por el verso rimado, algo incomprensible para el resto de los mortales y que parece que le llevó a la locura. Y los veranos de Mérida, en cuyo peristilo no dudaría Palenzuela en quedarse e vivir… Un libro que no tiene desperdicio, se abra por donde se abra y que se hace corto. Por eso me quedo con las ganas de saber el nombre de ese autor que tanto odia a los actores viejos. Quiero que me lo diga, así como el nombre de la ciudad donde, en el cuarto del hotel, detrás de un cuadro hortera, encontró el tesoro que cambió su fortuna; quiero que me diga también el nombre de la actriz que se metió a empresaria por amor (aunque es posible que hayan sido varias) y el del cómico al que sustituyó para enderezar una función desastrosa. Quiero que me diga todo esto y, en cuanto lo vea, se lo pregunto. Yo a mi vez, prometo no contarlo. Nunci de León Nunci de León

PALOMA LORENA: COMO UN RELÁMPAGO

PALOMA LORENA: COMO UN RELÁMPAGO Paloma Lorena, actriz desde los primeros años 50 del siglo XX hasta hoy, escribe su autobiografía titulada COMO UN RELÁMPAGO en la colección Memorias de la Escena Española que, bajo los auspicios de AISGE, dirige Amparo Climent y coordina en taller de escritura Juan Jesús Valverde. Un libro de memorias publicado en 2014. Lo del título “Como un relámpago” no se refiere a su vida por muy rápido que haya transcurrido, una vida larga (en noviembre de este año cumplirá 80 años) e inmensamente provechosa, llena de trabajos tanto en teatro, en cine, en la radio y en la casa, sino a su infancia feliz que pasó como un relámpago entre la luz de La Gomera, Tetuán y Tánger y también -esto lo digo yo- a una visión de las cosas inmediata y certera unida a su envidiable capacidad de reacción para sobreponerse a cualquier trance. Paloma Lorena, quien en realidad se apellida Amyach Paredes, es la mujer del dramaturgo Alfredo Mañas (Historia de los Tarantos, La Feria de Cuernicabra, Don Juan…) y la madre de Achero Mañas, el director de películas como El Bola (1997). Y fue precisamente gracias a una beca que ella consiguió para New York, como pudo llevarse para allá a toda la familia, y así fue como Achero empezó a formarse para trabajar, primero como actor a las órdenes de los directores Adolfo Aristarain, Carlos Saura, Ridley Scott, Manuel Gutiérrez Aragón, Jorge Grau, etc, y más tarde lanzarse a dirigir. Pero esto de la beca no lo cuenta ella en sus Memorias, que muy discretamente cierra y concluye cuando el avión despega hacia lo desconocido, sin dar más detalles pero con este bello cierre: A la semana siguiente de echar definitivamente el telón en la Sala Cadarso, emprendí el vuelo Madrid – New York. Pensaba: “Qué privilegio ser actriz. Nacer con la vocación de interpretar es lo mejor que puede sucederle a un ser humano. Interpretar es volar. Y además viajar. Conocer otros seres, otras culturas, otros mares y otros océanos, otros bosques y otras riberas, otros escenarios.” (pág. 194). Era el año 1984. La obra con la que acababa de echar el telón en la Sala Cadarso era Seascape, de Albee, autor de culto en NY al que el crítico de ABC calificó para el estreno en España de “Pulitzer de desconsolación”, en un juego verbal digno de mejor causa. Las críticas eran desiguales, aunque con gran éxito de público. Parece que la crítica iba por un lado y el público por otro, menos mal, y aquí viene a cuento lo que ella aclara humorísticamente: “El distanciamiento brechtiano se lo aplicaban a todo el teatro. Y más de una vez los que habían aplaudido nos ponían a parir.” (pág. 129) Pero vamos a empezar por el principio. Lo primero que se siente al leer esta autobiografía apasionada de Paloma Lorena es pura envidia. ¿O acaso no es de envidiar el haber pasado la primera infancia durante la Guerra Civil en el Peñón de Vélez de La Gomera? Había nacido en Madrid en noviembre de 1935, y a aquel islote solitario y maravilloso -así es como describe ella La Gomera– llegó con menos de un añito gracias a que su padre, que acababa de aprobar las oposiciones a Telégrafos renunciando a una incipiente carrera de actor para mantener a su familia, olfateó la que se avecinaba y pidió el traslado. Allá se van todos, con la abuela la primera, un personaje importante en la vida de la familia, y allí transcurrió su vida durante toda la Guerra, buceando y comiendo frutos rifeños en plena naturaleza, a salvo de lo que se repartía fuera. O eso había creído su padre. Porque en esas circunstancias, su olfato falló y allí la tranquilidad se acaba al llegar un día en un bote los falangistas, que sospechaban que el padre podía ser un agente doble con su maquina de emitir señales cifradas que sólo él conocía, Con lo cual, la familia toda acabó metida en una de espías. Los falangistas que custodiaban el Peñón los tienen vigilados día y noche sin permitirles moverse, ni siquiera a ella que era un bebé a gatas con su tacatá, hasta que, claro, en esas circunstancias una Nochebuena, al estar todos tan juntos, los falangistas acabaron sentándose a la mesa. De allí su joven vida siguió en Tánger y después en Tetuán, ciudades de las que guarda maravillosos recuerdos y amistades de por vida -allí vive aún su hermano cuando ella vuelve con sus hijos y su marido en 1989-, sobre todo porque en la primera estaba la Filodrammatica Dante Alighieri que fue su colegio, situado en el monte Marshan, un internado italiano en el que nació su vocación de actriz con sus primeros papeles escolares, sito en el palacio de Muley Hafid. En este palacio estaban también el Consulado y la Casa de Italia y tenía un teatro de 500 butacas. Era el único teatro además del Cervantes, hoy en ruinas, y tan importante que los periódicos de Tánger mandaban a los críticos a ver las funciones escolares y el público que lo llenaba era variopinto, tanto de familiares de escolares como público en general. El palacio estaba lleno de mármoles y sus techos y paredes eran cerámicas y maderas labradas por lo que, cuando años más tarde vio la mezquita de Córdoba, exclamó: ¡Es como mi colegio!. Allí, en este entorno de privilegio cosmopolita, el profesor Beniamino Gigli, su director teatral, les instruía en Dibujo Pintura y Commedia dell’Arte, y con él fabricaban máscaras, maquetas de decorados, modelados, y les incitaba a leer en voz alta y a improvisar diálogos sobre situaciones, ¿a que da envidia?, por lo que su llegada a Barcelona con 16 años a principios de los 50, fue dura pero rápidamente, gracias a su formación, pudo engancharse en grupos universitarios de Teatro, los llamados Teatros de Arte y Ensayo, particularmente el Teatro de la Juventud que dirigía Jorge Grau. Esto suavizó mucho la llegada a esta ciudad que, por entonces, era absolutamente gris y de espaldas al mar frente a la explosión de luz y cosmopolitismo de Tánger. Mucho más tarde, cuando en 1989 hizo una gira por Marruecos con Noches de luna blanca y pasó con su familia (Alfredo Mañas y dos de sus cuatro hijos) por Casablanca, Rabat, Tetuán y Tánger (su paraíso de la infancia), vio que La Filodrammatica se había convertido en un restaurante de lujo y pudo recorrer de nuevo, “improvisada cicerone enamorada que lleva de la mano a Alfredo”, la medina, la misteriosa casba, los bacalaitos morunos, el Café París, el Zoco Chico… Cada vez que volvía a Tetuán y a Tánger volvía a su verdadera casa, pero cuando en 1984 despegó para Nueva York, lo hizo con la misma alegría. Pero estábamos en los 50. En el cuadro de actores de Radio Barcelona compartió micrófonos con grandes figuras que rápidamente pasaron a compartir con ella la escena (inolvidable la anécdota con Casademont cuando ambos protagonizaban la historia de Chopin y George Sand, El vals del adiós, siendo ella mucho menor que él, al revés que en la historia) y contactó con directores como Ángel Carmona, Diego Asensio, el citado Jorge Grau, todos ellos al frente de grupos experimentales de Barcelona que enseguida la introdujeron en los círculos intelectuales y artísticos de vanguardia de la ciudad, con Gil de Biedma, Caballero Bonald, Goytisolo, Carlos Barral. Allí fue donde conoció a su marido, Alfredo Mañas… y entre los artistas, su en adelante inseparable escenógrafo Guinovart, Tarráts, Tápies… Ya casados, Alfredo y ella se vienen a Madrid y también Jorge Grau al acabar la mili, aunque en adelante se dedicaría al cine. Pero antes, a la vuelta de un viaje teatral a París, su padre, que no había ido, se empeña en que estrenen en el Romea La Feria pagando el alquiler. Alquiler que, aunque la obra fue un éxito y todos cobraron, nunca recuperó. Se ve que al señor Aymach nunca le abandonó el gusanillo del teatro y siempre les ayudó, también en la compra del piso de Carabanchel, donde aún vive Paloma. A la manera de María Teresa León y Margarita Xirgu,, se había empeñado con otros en llevar el teatro por los barrios. Esto ocurría en Barcelona de 1953 a 1957. Eran grupos experimentales antes de formar el Teatro de la Juventud, con el que estrenaron en un local de la calle Ros de Olano Palabras en la arena, del propio Mañas, y la Historia de una escalera, de Buero Vallejo, que tuvo la gentileza de ir a verlos y se entusiasmó. Más tarde ella conocería a Victorita, la mujer de Buero, que por entonces era clavada a Nathalie Wood. Fue así, formando parte de estos grupos, como representó El sueño de una noche de verano, con Carmen Contreras, La rosa de papel, con Julieta Serrano, Amparo Baró, Enriqueta Sevillano (buenísima actriz que nunca aceptó papeles en el Teatro comercial), Las preciosas ridículas de Molière, pero con Fedra de Unamuno, prohibida, debieron hacer trampa y llamarla Hipólito ocultando también el nombre de su autor, aunque los censores descubrieron la trampa y adiós función. Por eso se lanzaron a algo mucho más barato que el teatro: llevar la poesía por las tabernas con el cartel de Guinovart por todo aderezo. Eran los barrios obreros del extrarradio de Barcelona y las tabernas más míseras donde no había más calor que el de los carajillos y los entusiastas aplausos. El poema que más gustaba a los obreros era El niño yuntero de Miguel Hernández, seguido de Un hombre pasa con un pan al hombro, de César Vallejo, amén de Pido la paz y la palabra, de Otero y otros de Nicolás Guillén y Bertold Brecht. Resultó que entre los obreros había “secretas” infiltrados y los recitadores se acostumbraron a dormir en comisaría, si bien “nunca nos tocaron”. Curiosamente, siempre se llevaban los poemas pero nunca el poster de Guinovart. Pemán, con su poesía al Cristo de la Victoria, les salvó más de una vez de ser detenidos en estos recitales revolucionarios. Pero antes de Fedra de Unamuno tuvo la ocasión de representar una de espías, Los pichones ya están en el horno, con Lilí Murati, “actriz húngara bellísima y con mucha clase”, afincada primero en Barcelona y luego en Madrid con compañía propia que le ofreció un contrato con mejores papeles, pero no aceptó al estar ya enfrascada en los ensayos de Fedra. Otro de los privilegios que dan envidia es el haberse codeado, en casa de Tío Alberto, con Cocteau y el actor Jean Marais, invitados permanentes en la casa de Palamós, donde estaban también Luis Escobar, Dionisio Ridruejo, Blas de Otero… Hablamos de Tío Alberto el de Serrat, quien existió de verdad y al que éste en agradecimiento dedicó su canción Tío Alberto, aún me la sé de memoria, un inagotable protector de artistas consagrados y jóvenes promesas que, sobre todo en los veranos, llenaban su casa y allí, compartiendo mantel y tertulia, estaban Paloma y Alfredo: “Tío Alberto, el último mecenas, un ilustrado del textil que acogía en su casa de Palamós a artistas, pintores consagrados y jóvenes promesas.” (Pág. 107). A Otero lo compara semejante en carácter, retraído y huraño, con Víctor García, el director de teatro totem de Nuria Espert, a la que dirigió en Fedra, como a Paloma. Personas muy valiosas pero muy retraídas y que se encogían penosamente ante extraños. En Madrid, gracias a la intervención entusiasta de Antonio Olano a favor de Alfredo Mañas, presentaron La Feria y Fuenteovejuna, ambas dirigidas por Alfredo y protagonizadas por ella, en el IV Festival de la Casa de Campo. No era la primera vez que actuaba al aire libre pues antes había formado parte del elenco de Felipe II, de Pemán, en los veranos de El Escorial. Eran no menos de 30 artistas y los importantes (Mari Carrillo, María Guerrero, Amelia de la Torre, Enrique Diosdado, Guillermo Marín y Ricardo Lucia) dormían en el único hotel de El Escorial, El Miranda, mientras que el resto (ella misma, Fernando Guillén, Laly Soldevila, Jesús Puente, Pablo Sanz y Javier Martín) tenían que ir cada día en autocar desde Plaza de España. Allí, en los calores del autocar, sólo el de masculinidad probada y testada por las mujeres del grupo podía atreverse a sacar un paypay. Y allí, entre risas y jacarandas, a burlarse de la obra de Pemán unos y otros, ja, ja, ja, y el chivatazo de la oportunista que, al llegar a El Escorial, resultó un: “Paloma, tú te vas, que ya estás sustituida” de parte de la jefa Troitiño, y hala, llorando en taxi para casa embarazadísima como estaba. Menos mal que en aquel julio ardoroso de Madrid sucedió el alojarse en la casa palacete de Tío Alberto en Palamós. Yerma ocupa un papel importante en la vida de Paloma Lorena. La pieza había sido estrenada por Margarita Xirgu en 1934 con la presencia del poeta y hasta 1961 nadie se atrevió con ella. Luis Escobar, propietario del Eslava, la dirigió en su teatro en 1960 y 1961, primero Yerma fue Aurora Bautista (Federico, de dos años, hijo de Lorena y Alfredo, era el niño que Fedra llevaba de la mano), sustituida, tras un viaje demasiado lorquiano por México, por Asunción Sancho. La escenografía era de José Caballero. Más tarde, con dirección de Víctor García, estrenada también en El Eslava (1971), la heroína trágica sería siempre la Espert, con escenografía de Fabià Puigcerver. Ella actuaría en dos Yerma, la de Escobar en 1961 y la de Víctor García (1971), que giraría con éxito especialmente por París, donde muestra foto con Víctor: “la mejor Vieja Pagana, Esperanza Navarro, le aseguró Víctor. Lo que significó para España la dirección de Víctor García y sus espectaculares escenografías que recorrieron el mundo. Yerma fue repuesta de nuevo en 1986 (él había muerto en el 82). El estreno de la Yerma de Luis Escobar fue espectacular por la presencia de los “grises” escoltando las puertas (las de la calle y las de las salas, entre el público), con el aplauso inmenso después de los 5 minutos de silencio pedidos por Luis Escobar, En 1955 en París habían estrenado La Feria de Cuernicabra, de Alfredo, en el Teatro de la Cité, con excelentes críticas de Le Fígaro. Merece la pena recordar el viaje al Festival de Spoletto con Yerma, de Escobar, previo a su estreno en El Eslava. Un viaje memorable, propio más de sibaritas del arte (así era Luis Escobar) que de cómicos en el que los dos, Alfredo y Paloma, llevaban siempre en brazos el capacho con su último bebé, Alfredo, al que luego, durante los ensayos, en el palacio donde se alojaban cuidaban unos condes. La condesa, de 30 años, le enseñó a Paloma a preparar la pasta “al dente”. La llegada de ambos con su bebé a Roma y la bajada del avión causó tal sensación que los paparazzi no apartaban el objetivo del capacho, Luis Escobar alucinaba porque allí había grandes figuras de la escena y toda la atención iba al capacho. Porque Luis Escobar no sólo incluyó al bebe en el viaje sino que dio un papel a Mañas en el coro de Yerma para que fueran los tres, exclamando risueño: “¡Ni que fuéramos cómicos de la legua! ¡Y a mucha honra!” A propósito de cuidarle los niños, Paloma Lorena es la primera persona a la que oigo hablar de Marujita Díaz en términos tan elogiosos (y sin necesidad de que se muriera antes, dado que el libro es de 2014): “Antonio Gades hacía sólo unos meses que se había casado con Marujita y ella venía con él a los ensayos. Cuando me traían desde casa al bebé, ella lo cogía en brazos y lo acunaba con muchísimo arte hasta que, en una pausa del ensayo, yo bajaba al patio de butacas y le daba el pecho. No sólo era una magnífica actriz de cine con una comicidad nada rebuscada y una de las estrellas del momento, sino que también era una mujer solidaria y generosa. Gracias, Maruja” (pág. 137) (Los ensayos a los que se refiere eran del Don Juan, de Mañas, que protagonizaba y producía Gades y donde Paloma hacía de Elvira. La obra se estrenó en el Teatro de la Zarzuela el 20 de noviembre de 1965 con música de García Abril.) Y si relacionamos las anteriores palabras con las que dicen que Gades no tenía un clavo cuando se metió a producir la obra ni confesó nunca de dónde había salido el dinero de la producción del Don Juan (pág. 135), tenemos que… Que no hay que ser muy sagaz para encontrarnos con Marujita Díaz metida a productora por amor. Para mí está nítido quién pagó el Don Juan y por qué a Gades no hubo forma de sacarle ni una palabra de quíén era el donante o la donanta. Sobre los viajes de lujo con Luis Escobar, especialmente el referido por Italia en plan sibarita, desde el vuelo en Iberia hasta el palacio donde se alojaban en Spoletto, las visitas guiadas -y pagadas por él- por toda la región de L’Umbria, hay que subrayar el carácter absolutamente excepcional de este trato a los actores que ella ha dejado claro. Lo normal era lo contrario, como se ve en mi anterior semblanza sobre Miguel Palenzuela y en la dedicada a Rafael Castejón. Por lo cual, hablando de la vida azarosa de los cómicos y de sus eternas carencias económicas a cargo de empresarios sin escrúpulos, cuenta Paloma Lorena la sabrosa anécdota que Paco Rabal les refirió una noche en la terraza del Café Gijón con su voz maravillosa de aguadiente “la del alba sería”, la huida de él y su troupe usando las sábanas atadas para descolgarse desde los balcones de una pensión de pueblo. Y eso que no eran cómicos de la legua sino una compañía profesional, lo que no impidió que el empresario se largara dejándoles a deber su trabajo (pág. 22). Yerma, por fin en el Eslava con el genial Luis Escobar, deja anécdotas tan sabrosas como las cenas en el camerino de ella entre las dos funciones, con la lechuga y el tomate atascando los lavabos ¡en un teatro que él acababa de comprar y reformar por entero para su estreno en 1958!, cenas a las que acabó el propio Luis apuntándose. En el reparto, Irene López de Heredia quien, al ser dueña de unas bodegas, aportaba el vino para las cenas, primero clandestinas y animadas por la guitarra y la voz de María Dolores Pradera, también en el reparto, más tarde admitidas y compartidas por Luis. Hubo más obras en el Eslava: Ven y ven al Eslava, un musical con canciones de Nati Mistral... Con José Tamayo, que la dirigió en Bodas de sangre, donde ella hacía la mujer de Leonardo, el ME con que el sabio subrayaba sus órdenes las tenía aterradas y es Pilar Muñoz, famosísima actriz que había interpretado la mujer fértil en Yerma con Margarita Xirgu en 1924, quien puso la nota inolvidable a esta anécdota cuando a ella, que aquí hacía de Luna, Tamayo le requirió de esta forma: -Pilar, quiero que ME pongas la voz de agua. A lo que Pilar respondió sin dudarlo: ¿Cómo la quieres, caliente fría? Paloma Lorena también se mete a empresaria y allí comprueba en cuerpo propio esa maldición que dice que lo peor de pedir una subvención es que te la den (pág. 166) En cine, destaca su intervención en La tía Tula (pág. 180), cuyas mejores escenas se cortaron y se perdieron para siempre, y antes Santa Teresa, de Orduña, en el papel de una monja amiga. En ambas era amiga de la protagonista, Aurora Bautista, quien había sido Yerma en el Eslava. Pues bien, ella era la amiga que fumaba en La tía Tula cuando las amigas de la novia se reunen en vísperas de la boda, y en esas escenas de mujeres solas, ellas hablaban de la virginidad de una manera tan explícita, que los censores las cortaron. No se conservan. De lo que más orgullosa está es de haber trabajado dirigida por su hijo Achero Mañas en Noviembre (2003), y Todo lo que tú quieras (2010). Llego al final de Como un relámpago (desearía copiar cada dato porque cada uno es un bocado de la historia de España) y en estas páginas finales observo una marcada ausencia de Alfredo Mañas, de quien siempre estaba enamorada. Veo en internet que murió en 2001, hecho que no ha mencionado a pesar de que el libro está editado en 2014, supongo que por pudor, o por no amargarse ni amargarnos el final. En realidad el libro se cierra con su marcha a NY en 1984 y, ya en el avión, con la citada égloga a la profesión de actor (pág. 194). Paloma Lorena tiene cuatro hijos y cuatro nietos que muestra orgullosa en las fotos. Nunci de León N

Mi Lina Morgan

“MI” LINA MORGAN Tengo todo el derecho a llamarla mía, y por eso la título "Mi" Lina Morgan, la mía, y es de esa de la que voy a hablar. Porque vivo enfrente de la casa donde ella nació y veo todos los días y a todas horas desde hace ya bastantes años -tampoco demasiados- su placa conmemorativa, no sólo cuando paso por delante sino también desde mi balcón. Por ello la siento como mía, porque me la encontré sin pretenderlo cuando, por azares y avatares de la vida, fui a dar con mis huesos, ya en el comienzo de la edad adulta, en el mismísimo corazón de Madrid, en el Madrid más castizo, el llamado de los Austrias, muy cerca del Teatro de La Latina y equidistante, como ella y su casa, de la que habitó Beatriz Galindo, llamada La Latina, que es quien da nombre al barrio. La placa de la que hablo está colocada a la altura del primer piso "puesta por el ayuntamiento" en la fachada de una de las pocas casas modernistas que hay en Madrid. Y no hay placa más leída, más contemplada ni más descifrada, creo que más aún que la piedra de Rosetta, para calcularle la edad a María de los Ángeles Segovia, nuestra querida Lina Morgan. Leen y leen y vuelven a leer y, de repente, llevándose un dedo a los labios, rezan y susurran: "A ver, pues si resulta que nació en 1937... tiene... No, no puede ser. Sí, sí puede ser, sí, ésta tiene que tener ya..." La poca caridad que habita en los cálculos. Luego dicen esos mismos que la edad es la que se lleva por dentro, cómo una se sienta, qué más quisiera una, y por eso quisiera no repetir lo que otros han dicho tan bien y tan prolijamente de ella. Para ello, para salirme del surco y porque Mi Lina es mía, me limitaré a cuatro cosilllas que para mí definen el personaje y marcan su biografía sentimental de cómica. Una vida que se alimenta de sonrisas cuando ha muerto en Madrid el 20 de agosto de 2015, con 78 años, que no es edad. Hoy en día los 78 no son edades para morirse. Sus últimas apariciones públicas siempre iban ligadas a las causas benéficas, siempre al lado del Padre Ángel, de Mensajeros de la Paz, para apadrinar sus campañas a favor de los niños y los viejos y aportar ella misma, si fuera preciso, los fondos necesarios para asistirlos. Primero, los niños "porque no hay derecho que haya un niño, sea de donde sea, que pase hambre", palabras de oro con que ella cerraba sus intervenciones. Después, los viejos, los mal llamados abuelos porque eso incluye también a los que no lo son. Y recuerdo especialmente un Día de los abuelos, año 2012 o 2013, que ambos los amadrinó ella "para que ningún abuelo se quedara sin la visita de sus majestades los Reyes Magos y su regalito", y allí estaba ella dispuesta a poner lo que hiciera falta para lograrlo. En una de estas intervenciones con el Padre Ángel en la Comunidad de Madrid (patio del edificio de Pontejos) tuvo una actuación antológica de las suyas, una de esas recreaciones geniales que no sabría yo decir si son espontáneas o que le salen así de espontáneas a fuerza de ensayarlas: "Yo ya sabéis -dijo, con los ojos echando chiribitas- que no soy abuela. No soy abuela, no, no he tenido hijos ni nietos. Nada (Risas entre los abuelos). Nada. Como éramos muy pobres, nunca creí que iba a llegar a nada, y venga a trabajar y trabajar, del teatro al cine, del cine al teatro, para arriba y para abajo y vuelta a empezar... Y nada de nada, ¡Ay qué lástima este cuerpo!" Y sin dejar de mirarnos con aquel gesto suyo entre infantil y embobado, arrancó una estruendosa carcajada con este enunciado que estremecía de pura verdad. Pero ¿quién habla de penas? Todos a reír y a aplaudir porque nos había divertido muchísimo con aquel resumen de su vida que, quién me lo asegura, no era la pura verdad. Le había salido del tirón, de las mismísimas entretelas del corazón, y seguro que esa broma encerraba más verdad que muchos discursos. He seleccionado dos documentos para mostrar más aún el carácter alegre y fiel, sin rencores ni cuentas con el pasado, de una mujer satisfecha con la vida y agradecida porque, según ella misma, le ha dado mucho más que le quitó: uno es la entrevista con Mary Carmen y sus muñecos, concretamente con Dª Rogelia, y el otro es con Pedro Ruiz: En la entrevista con Mary Carmen y Doña Rogelia, dentro del espacio titulado Ay, vida mía, colgada en YouTube el 7/6/2013, Doña Rogelia le inquiere incisiva: ¿Por qué nunca hablas de tu vida privada? -Porque no tengo vida privada -responde Lina-. Yo no tengo vida privada -repite-. Y no por mi profesión, bendita sea, que me ha dado mucho más de lo que me ha quitado, qué va, qué va, pero la vida ha venido así, pues ha venido así. En esta entrevista se emociona al hablar de su hermano José Luis: -José Luis y yo lo decidimos, José Luis y yo, José Luis y yo... No encontraría otro compañero de fatigas más fiel que su hermano, hasta en el momento de buscarse nombre artístico. Como Angelines era muy largo, Lina viene de acortar Angelines, y Morgan por la Banca y el pirata Morgan, a ver si nos traía suerte, y vaya, no nos podemos quejar. ¿Deudas? -inquiere implacable Doña Rogelia-. -Ninguna. Tengo pagado todo el Teatro. Sí, hasta el gallinero. Estoy en un momento de paz, oye, qué bien estoy, una tranquilidad, una calma. Concluye Mary Carmen, ante las impertinencias de Dª Rogelia: -Lo bueno de lo nuestro es que se puede contar casi todo, ¿verdad Lina? -Pues sí- asiente Lina con brillo alegre de lágrimas en los ojos. -Que todo es verdad, en el escenario y aquí.- concluye Mary Carmen. La Latina era el Teatro de sus amores y de sus éxitos. Ella lo rescató de las cenizas con su capital muy bien ganado y fue suyo desde 1978 hasta 2010. Ella se preocupó de adecentarlo exigiendo al arquitecto que se pusieran baños y sofás en los camerinos, lugar de descanso de los actores, que hasta entonces no los tenían. Por cierto, y aunque nadie me lo ha consultado, diré que no estoy de acuerdo en que se cambie de nombre a un teatro, sobre todo si el nombre está tan bien puesto como La Latina. Espero que sea sólo la ocurrencia del momento. Así como Luis Escobar compró y restauró el Teatro Eslava sin exigir que llevara su nombre, tampoco La Latina debe dejar de llamarse así y de hacer honor al barrio en el que está. Vale De la misma época es el otro documento, una entrevista con Pedro Ruiz en el espacio titulado La noche abierta que le sirvió para recordar su infancia pobre, su colegio cerca de la Calle Hortaleza, lo que le gustaba que le llamaran Nines (sobre todo a la hora comer, Nines, a comer!) en aquellos años duros de la lejana postguerra. No sé por qué la han etiquetado en papeles de fea si era guapa, guapa. La ponían a hacer de fea y mendiga de amor, la pobrecita que no se atreve a declarar lo que siente y que cuando lo declara, mueve a risa, y visto el éxito... Pues hala, si queréis risa, cuanto más, mejor. Hablaré de amor en solfa En Compuesta y sin novio, finge que un hombre con el que está prometida, la espera en la habitación: -¡Que pasen una feliz noche! - les grita el conserje del hotel, a ella y a su acompañante casual. -¡Qué más quisiera yo!- exclama ella, ya a solas, bellísima y solicitada. Colsada, el empresario de revista por excelencia, afirma que era guapa, muy guapa, pero que no daba el tipo de revista porque era bajita. Había que ser muy alta y despampanante para, subida al escenario, deslumbrar. Sin embargo, acabaría haciendo carrera con él y es impensable pensar en la revista española de los años 50 y 60 sin la figura de Lina Morgan dominando el cotarro. Ella, su belleza y su gracia consiguieron imponerse a las guapas de más altura. Cualquiera puede ver que era guapa, sin embargo donde de veras lucía su genio era en el papel de chacha joven, la ingenua sirvienta sedienta de amor. De amor del bueno, del que calienta el alma. Como ejemplo, La tonta del bote (con Arturo Fernández en el papel de galán), donde ella exclama llorando: -Porque lo que a una le cuesta las lágrimas es para otros motivo de risa. (Y en otra escena de la misma:) -Que tengo el trapo (la bayetita amarilla de Ballerina en las manos) que parece un canario de puro limpio. No se podía ser más ingenua creyendo que por limpia la iban a querer más. Ese afán de ser amada y no sólo querida sino amada, amada y deseada, se ve en esas frases que ella decía en son de guasa pero que le salían del corazón. Acababa llorando, y seguramente sabríamos más de ella, de lo que fue su vida, a través de estos personajes, que con la narración pormenorizada de la misma. Otro ejemplo, que no son nada difíciles de encontrar en sus obras, sería el de Vaya par de gemelas, donde exclama: -¡Ni catarlo! ¡Ay, qué pena! Frases que luego se aplicaría casi calcadas ante los abuelos. Es evidente que tomaba frases de sus "ficciones" para aplicarlas a su propia vida con gran exactitud. Lo que más me gustó de cuanto leí a su muerte fue este breve epitafio colgado en las redes por alguien que la trató y la conoció muy bien, como periodista que lo fue de la revista Lecturas, Agustín Trialasos: "Lina, buen viaje al firmamento. Tu estrella seguirá brillando durante mucho tiempo por haber sido una gran artista y una gran mujer. Y como creyente que eras, que Dios te reciba con los brazos abiertos y su mejor sonrisa." Seguramente les sonará a poco esta semblanza y pensarán que soy vaga y maleante, no como Lina, y tienen razón, pero ya su biografía ha sido tratada con exactitud por maestros periodistas, expertos en Teatro además, como Antonio Castro, que publicó la suya en Madriddiario, a los dos días de su muerte, y que culmina con estas certeras palabras: "Lina Morgan recibió en 1999 la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Su final ha sido dramático. Durante más de nueve meses permaneció ingresada en el hospital Beata Mariana, siendo tratada en la unidad de cuidados intensivos. Desde su ingreso, el secretismo absoluto rodeó al estado de la artista. Desde entonces no se ha permitido que recibiera visitas. Solo se han tenido noticias de ella a través de un portavoz. En los últimos meses la noticia de su muerte se ha difundido al menos en un par de ocasiones. La de hoy ha sido la real." Yo sólo quería dar ocasión a que reflexionaran con cuántas Linas se han encontrado en su vida, y no sólo en el mundo de la farándula o de la ficción, personas que han sacrificado todo para sacar adelante a su familia y a la de los demás, sin tener nunca tiempo para ellas mismas. Eran épocas de necesidad extrema, había que elegir, pero todavía hoy las podemos encontrar y si nos contaran... ¡Ay, si nos contaran! Me quedo con una cita extraída de La Razón en los días posteriores a su muerte, donde hay un hombre que va a ser compañero para siempre, un alma protectora que le sale a Lina, y es en La graduada (1971), en la que el genial Antonio Ozores exclamaba: “Esta señorita de la vida es cosa mía.” Nunci de León Nun

!A ESCENA! 31. 01. 21 by Nuncio de León. Noticias Teatrales. Listado de todos losbiografiados en vida de Salvador Enríquez

¡A ESCENA! Los intérpretes, actores y actrices que día a día crean sobre las tablas los seres humanos que un día se originaron en la soledad del estudio del autor, merecen nuestro respeto y, más aún, nuestra admiración. Ellos crean algo tan efímero y maravilloso como esa vida que termina al caer el telón. A ellos, a los intérpretes, dedicamos esta sección sugerida por nuestra colaboradora Anunciación Fernández Antón (Nunci de León) que se ocupa de escribir las semblanzas que abajo puedes leer. ¡A ESCENA! es la voz que advierte que ya no hay marcha atrás, que el intérprete es el dueño de todo mientras dura la representación. De ellos depende, con frecuencia, un éxito o un fracaso. Índice de ¡A ESCENA! Para ir a cada texto pulsa en la máscara de la izquierda “MI” LINA MORGAN MIGUEL DE GRANDY II: UNA SAGA DE ARTISTAS Y UNA VIDA DE TEATRO PALOMA LORENA: COMO UN RELÁMPAGO MIGUEL PALENZUELA: LA MEMORIA RECUPERADA CARTAS A ARIEL, DE RAFAEL CASTEJÓN AMPARO RIVELLES, QUÉ PENA QUE TE TENGAS QUE IR EL MUNDO DEL TEATRO DESPIDE A LA ACTRIZ JULIA TRUJILLO AMPARO SOLER LEAL: UN ROSTRO CARACTERÍSTICO -Y MUY QUERIDO- DE LA ESCENA ESPAÑOLA MARÍA ISBERT, GRAN CÓMICA DEL CINE Y EL TEATRO (1917-2011) FERNANDO CONDE, ACTOR LA VIDA DE LA VIDAL: MEMORIAS DE UNA VIDA LIGADA AL TEATRO KITI MANVER ASUNCIÓN BALAGUER PEPE SANCHO: MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN PACO ALGORA QUIQUE CAMOIRAS: UN CHICO DE LA CRUZ ROJA PILAR MIRÓ: NADIE ME ENSEÑÓ A VIVIR JOSÉ SACRISTÁN: EL ÚLTIMO CÓMICO DE LA LEGUA LUIS CUENCA ACTOR MULTIDISCIPLINAR LA BARDEM. NADA MENOS QUE TODA UNA AUTOBIOGRAFÍA CONCHA VELASCO: EL CARISMA INCANSABLE DE UNA CHICA YÉ-YÉ FERNANDO FERNÁN GÓMEZ: EL GENIO INABARCABLE E INCOMPRENDIDO MANUEL ALEIXANDRE: GENIAL MAESTRO DE CEREMONIAS JOSÉ LUIS LÓPEZ VÁZQUEZ: 40 AÑOS DE ESCENA ESPAÑOLA EN HOMENAJE A ALBERTO CLOSAS, LA SALA PRINCIPAL DEL TEATRO MUÑOZ SECA, DE MADRID, LLEVARÁ SU NOMBRE SAZA. EL PEQUEÑO DE LOS SAZA MARY PAZ PONDAL TEÓFILO CALLE AURORA BAUTISTA LA ACTRIZ QUE PUSO ROSTRO A TANTAS HEROÍNAS MARÍA FERNANDA D'OCÓN Y Mª JESÚS VALDÉS, DOS DAMAS DE ROMANCE TIRANO BANDERAS SERÁ HÉCTOR COLOMÉ Y NURIA GALLARDO, LA MUJER PACO MERINO: EL MEJOR EN SU PUESTO AGUSTÍN GONZÁLEZ ES UNO DE LOS POCOS ACTORES DE LOS QUE SE PUEDE DECIR QUE LLENA EL ESCENARIO

lunes, 27 de febrero de 2023

Adrian Sauer. Hasta el 29 de febrero en Helga de Alvear Gallery

Adrian Sauer Nacido en Berlín, Alemania, 1976, el fotógrafo Adrian Sauer vive y trabaja en Leipzig y, desde ayer, expone sus trabajos en la Galería Helga de Alvear (Dr. Fourquet, 12, Lavapiés, Madrid). Lo primero que llama la atención al entrar en la galería es encontrarse con una gama de colores en la que el ojo humano distingue apenas dos o tres que van del negro al blanco pasando por los diferentes tonos del gris, para acabar descubriendo que allí hay nada menos que 265 colores. Lo cual, después de apreciarse, ayuda a entender el efecto impactante de la primera impresión. Porque es muy impactante. Es como una invitación a mirar sin quedarse únicamente con aquella primera impresión. Ahondar en una contemplación sin prisas que acabará dando sus frutos tras paciente espera. Y esto, es justo reconocerlo, en el mundo de hoy no se da. Es llamativo. Desafiante. Si nos atenemos al texto que reza en las paredes de la Galería, lo que ha ocurrido es lo siguiente: "Hace unas décadas, cuando el procedimiento digital comenzó a reemplazar la fotografía analógica, no fueron pocos los críticos que anunciaron el principio del fin de la fotografía. Algunos incluso predijeron su muerte. El trabajo fotográfico de Sauer es una decidida protesta contra todas aquellas conjeturas. Sin embargo, el artista no se limita a ilustrar los fundamentos de la nueva tecnología fotográfica y a mostrar cómo esta permite formas radicalmente nuevas de exposición." De ahí que, al final de todo ese proceso, la fotografía propiamente dicha haya desaparecido siendo reemplazada por lo que es más un boceto manual tratado con ordenador. Hay que estar muy ojo avizor para detectar y apreciar los detalles y las diferencias que surgen. Siguiendo con la opinión cualificada del galerista, "Lo que hace Sauer en esta ocasión es utilizar un espectro de expresión inmenso pero finito: el modelo de color RGB, cuyo carácter hermético requiere de una reinterpretación constante. Tanto si se han alineado casualmente de esa manera como si se trata de una disposición perfectamente calculada, los 16.777.216 píxeles que componen cada fotografía solo se repiten una vez. Contemplar un trabajo así equivale a realizar una reflexión con los ojos bien abiertos sobre la relación entre cálculo y belleza." Dónde: Galería Helga de Alvear. Dr. Fourquet, 12, Madrid. Cuándo: 16.02.23 -29.04.23

The quite girl, by Affinity: Solo necesitaba un poco de cariño para expansionarse

The Quiet Girl Cartelera España 24 de febrero Título original An Cailín Ciúin Año 2022 Duración 95 min. País Irlanda Irlanda Dirección Colm Bairéad Guion Colm Bairéad. Historia: Claire Keegan Música Stephen Rennicks Fotografía Kate McCullough Reparto Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Michael Patric, Kate Nic Chonaonaigh, Carolyn Bracken, Joan Sheehy, Tara Faughnan, Neans Nic Dhonncha, Eabha Ni Chonaola La Irlanda rural, 1981. Cáit es una reservada niña de nueve años que está desatendida por parte de su pobre, disfuncional y demasiado numerosa familia. Se enfrenta en silencio con dificultades en la escuela y en casa, y ha aprendido a pasar desapercibida para cuantos la rodean. Cuando llega el verano y se acerca la fecha del parto de su madre, Cáit es enviada a vivir con unos parientes lejanos. Sin saber cuándo volverá a casa, se queda en el hogar de unos desconocidos sin más pertenencias que la ropa que lleva puesta. Poco a poco, y gracias a los cuidados de la familia Kinsella, Cáit realiza notables progresos y descubre una nueva forma de vivir. Pero en esta casa donde reina el afecto y no parece haber secretos, ella descubre una dolorosa verdad. (FILMAFFINITY) Premios 2022: Premios Oscar: Nominada a mejor película internacional 2022: Premios BAFTA: Nominada a mejor guion adapt. y película de habla no inglesa 2022: Premios del Cine Europeo: Mejor fotografía 2022: Festival de Berlín: Generation Kplus: Oso de Cristal (mejor película) 2022: Festival de Valladolid - Seminci: 3 premios, incluyendo Espiga de plata 2022: Satellite Awards: Nominada a mejor película internacional Críticas "Lo milagroso es que nunca cae este quebradizo relato en blandura o sensiblería, sino que localiza con naturalidad, sin ordinarieces visuales o textuales, lo emotivo y lo reviste con sutileza de turbación y emoción (...) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)" Oti Rodríguez Marchante: Diario ABC "A pesar de que Cáit (notable Catherine Clinch) crece sumida en la hostilidad, su hermosa manera de ver el mundo impregna a la película, de una textura preciosa, que no preciosista (...) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)" Sergi Sánchez: Diario La Razón "Una película extremamente delicada, muy paciente, que a ratos recuerda la pausa y la musicalidad del gran cine de Terence Davies. (...) utiliza las imágenes, las palabras y los silencios justos. (...) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)" Quim Casas: El Periódico de España "Resulta demoledora por la sutil precisión con la que retrata la miserable existencia de la pequeña. (...) Una película que usa susurros para gritar las emociones más contundentes (...) Puntuación: ★★★★½ (sobre 5)" Nando Salvá: Cinemanía "La historia profundamente conmovedora de la Irlanda rural ya es un clásico (...) Es una joya (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)" Peter Bradshaw: The Guardian "Pocas películas exploran tanto la soledad como la protección del silencio con la elocuencia de este amable y cautivador drama irlandés" David Rooney: The Hollywood Reporter Mostrar 19 críticas más