martes, 28 de febrero de 2023

MIGUEL DE GRANDY II: UNA SAGA DE ARTISTAS Y UNA VIDA DE TEATRO

MIGUEL DE GRANDY II: UNA SAGA DE ARTISTAS Y UNA VIDA DE TEATRO Miguel de Grandy II titula sus memorias ¡Que me quiten lo bailao! Con tan expresivo título, este cubano de ascendencia española, afincado en España desde que volvió con su madre en 1971, publicó en 2008 su autobiografía en la colección Memorias de la escena española que dirige Amparo Climent y coordina en Taller de escritura Juan Jesús Valverde. Miguel De Grandy II, así llamado desde niño ya que su padre también se llamaba Miguel de Grandy, nace en La Habana en 1934, hijo de la gran actriz cómica española Julita Muñoz (nacida en la Calle Sagasta, más castiza imposible, que debutó en 1910 con tan sólo 2 años) y del legendario tenor cubano Miguel De Grandy, quien estrenó zarzuelas de Lecuona, Roig y Prats que compusieron sus galanes expresamente para él. Su abuela materna, doña Julia Galé Casal, era una recia castellana de Rioseco (Valladolid) que marchó con toda su familia a México en plena revolución mexicana ante una buena oferta de trabajo. Había sido artista del Apolo, una de las grandes figuras de la lírica a las que, por ello, se dejaba elegir repertorio. Su padre, por el contrario, no tenía antecedentes artísticos y era hijo de una canaria y de un chicharrón. Como él dice en sus memorias, “mis padres eran dos celebridades en Cuba” y de casta le viene porque, además de ser un artista de la escena, De Grandy II es un gran narrador. Con esos antecedentes, su nombre completo es Miguel de Grandy Muñoz Pérez Galé. Cuando tenía 2 años, sus padres se separaron, pero él no notó para nada la ausencia paterna y no queda de esta separación ningún resentimiento ni sensación de abandono. Así lo subraya en sus memorias. Ello se debió en parte a que su madre se casó al año en EEUU con Ángel Arboleda Noa, quien siempre lo trató como a un hijo y que, al mismo tiempo, hizo las veces de maestro, dándole clases durante las giras para que a la vuelta pudiera incorporarse, no ya al nivel correspondiente a su edad, sino a uno más avanzado, como sucedió. .Pues bien, si hay un a vida de aventura y fe, es la de Miguel de Grandy hijo. Sólo con los viajes de este artista (actor, cantante de zarzuelas, recitador de poesía, tejedor de jerséys, socorrista y chico de la Cruz Roja) se podría construir una novela bizantina de aquellas que tanto juego daban a los guionistas de las grandes series, con incendios, naufragios, temblores de tierra, fugas, aterrizajes forzosos y revoluciones a los que sobrevivió Miguel de Grandy II para contarlos, ya darían para una novela larga. Pero él los sintetiza en este libro de pequeño formato con la agilidad de un saltimbanqui (también trabajó en el circo) y la precisión de un maestro, que también lo fue de artistas y de autoescuela. La anécdota con la monja a la que enseñó a conducir se sitúa en Miami y la treta que urdió para que ella perdiera el miedo y los nervios a la hora de examinarse, no tienen desperdicio, teniendo en cuenta que ello ocurrió a la espera de estrenar zarzuelas en Miami cuando acababa de fundar Grateli. Por cierto que en Miami, cuando llevó allí las zarzuelas, el coro estaba formado por cantantes y bailarinas que eran todas americanas y altísimas, bellísimas, pero que no conseguían decir a derechas la frase ¡Ay qué zaragatero es usted!, sino que pronunciaban !Ay qué zaRRagatero es usted!, cosas de la fonética, causando gran peculiaridad y encanto en el género chico. Su madre, la famosísima Julita Muñoz, estuvo a punto de hacer Shirley Temple, pero su abuela, la recia castellana, se negó a ir a EEUU si no iban todos -y además con una lengua extraña-. (No hay duda de que la copiaron para el personaje, que es idéntico a ella: con sus ricitos rubios, su voz y su oído extraordinarios y su encantadora naturalidad en nada parecidas a una niña prodigio). Con la otra Shirley, Shirley MacLaine, también tiene su aventura en México, cuando ésta, sentada a una mesa al lado del escenario durante su actuación en la obra Casino Parisién, le desenredó el micrófono que estaba a punto de trabarlo y hacerle caer (entonces, era el año 60, no había inalámbricos), para lo cual no dudó en abandonar su asiento y asistirlo con el cable sin que nadie lo notara. “Una mujer que me quiere, que lleva conmigo 30 años y que está dispuesta a cuidarme por lo menos 30 años más , así reza el colofón de su libro en la edición de 2008, y que yo sepa, nada ha cambiado. Esa mujer que le quiere y piensa seguir queriéndole es Concha del Val, la española con la que se casó en segundas nupcias en el año 1979 y con la que tiene un hijo, Adolfo de Grandy, tenor. El niño nació cuando su padre acababa de ser abuelo en 1982, el mismo día en que se celebraba en Mónaco el funeral de Grace Kelly, y su padre, por asistir al parto, se lo perdió. Le hacía muchísima ilusión presenciarlo, aunque fuera por TV. Por entonces ya estaba instalado en España (desde año 1971) y ya tenía toda una vida a sus espaldas con dos hijos, fruto de su anterior matrimonio con la actriz cubana Berta Sandoval. Pero no hay obstáculo invencible para este hombre pequeño de estatura pero gigante en escena: con sus dos mujeres y sus tres hijos ha hecho que formen una familia muy bien relacionada (juntos pero no revueltos), hasta el punto de rendirle homenaje todos en Miami al cumplir sus 65 años de profesión con “La rosa del azafrán”. Antes había tenido el homenaje por sus bodas de oro con el teatro, también en Miami, y sus dos mujeres, la ex y la actual, estaban con él en “Cena para dos”. Cubano y descendiente de españoles, los Muñoz (el clan o la tribu, que así lo llamaban porque eran numerosísimos y viajaban juntos, con la abuela Julia, los hermanos Pilar, Julita su madre, Elisa y Eduardo Muñoz) habían emigrado de Madrid a México para acabar instalándose en Cuba. “O vamos todos o ninguno”, lanzaba su abuela materna y allá se iban en barco a México o a donde surgiera la oferta de trabajo. En Cuba recibe una formación de baile español, ballet clásico y danza moderna e incursiona en la radio en programas como el famoso serial “Ángeles de la calle”. De niño prodigio pasó a joven cantante de zarzuela de la mano de Marcos Redondo encarnando papeles tan memorables como el Aníbal de Luisa Fernanda cuando aún no había cumplido los 17 años. Luego volvería a actuar con Marcos Redondo, ya en España a partir de 1971, él y su madre. En la catedral de Santo Domingo les robaron el bolso de su madre con todo el dinero ganado en la gira cambiado ya en dólares, así que volvieron a Cuba (o a Caracas, o a Bogotá) sin dinero pero con un nuevo contrato. Guarda de esta etapa dominicana, siendo aún muy niño, el recuerdo del naufragio en el que perecieron sus amigos del circo Rizzore el 16 de julio y porque en ese día, pero de 1960, salió él de Cuba a México con el vestuario del Café Parisién a tiempo y para nunca más volver. En 1954, boda con Bertha Sandoval, cantante que compartía espectáculo con él (el que ella cantara en su espectáculo el famoso bolero “Tú me acostumbraste” le valió su primer hijo) aunque luego tuvo con ella a Julie y a Miguel De Grandy Sandoval, artista ella y él hoy en día uno de los mejores abogados de EEUU. Actúa junto a Olga Guillot, madrina luego de su hija Julie, y con Amparo Rivelles, gran amiga con la que trabajó en Cuba y en México. Con todos contrajo extraordinarias amistades de por vida. El culmen de su carrera fue “La bella y la bestia” en La Gran Vía madrileña, eso fue el broche de oro artísticamente hablando, porque en lo personal y familiar, lo fue “La rosa del azafrán”, homenaje a sus 65 años de profesión (págs. 150-51) en el que intervino toda la familia, sus tres hijos, una nieta y sus dos esposas. En esto se ve la similitud con la familia de Rafael Castejón y su amistad cotejada por ambos en sus memorias, ya que a ambas familias los hijos les prepararon parecido gran homenaje (los unos en Miami, los otros en Madrid) al acabar su representación de una zarzuela que culminaría su carrera, que en el caso de los De Grandy fue “La rosa del azafrán”, y para los Castejón fue “La leyenda del beso”. Con los Castejón llegaron a actuar juntos él y su madre, tanto en zarzuelas, como en la compañía de Antonio Garisa representando “Los caciques de Arniches”, e incluso Jesús Castellón ha dirigido a Adolfo de Grandy como tenor. Su amistad con Fidel y los barbudos de Sierra Maestra, su apoyo incondicional a la revolución cubana como asistente de enfermería (siempre fue un chico de la Cruz Roja) y recogiendo fondos y provisiones, ocupan páginas memorables. Tenía una gran confianza con Fidel desde que Miguel había hecho de Batista en una obra y cuando lo saludaba siempre lo llamaba Batista. Una noche, a la salida del teatro, entró con su mujer Berta a un bar que tenía fama por los bocadillos y apareció Fidel Castro. Le invitaron a sentarse con ellos y aceptó. En aquella primera época, a Fidel se le conocía por sus acompañantes, que eran siempre los mismos. Más tarde, cuando se obsesionó con los atentados, los cambiaba mucho y nunca se sabía dónde iba a dormir esa noche. Después de compartir con Fidel unos bocadillos, y de oír a Fidel hablando sin parar durante una hora larga, el matrimonio llega a casa y De Grandy le dice a Berta: De aquí hay que salir cuanto antes. Si se quita la propiedad privada, esto se va al garete. Su matrimonio también hacía aguas por lo cual el 7 de mayo de 1960 sale de Cuba hacia México con el show del Casino Parisién, pero antes de empezar con el show ha de volver a Cuba y lo hace por 11 días a la chita callando a buscar el vestuario que se había quedado allí. Estando en Cuba esos 11 días actuó en la CMQ donde puso en práctica lo que había aprendido con los Rizzore, sus amigos del circo que conoció en su gira por Venezuela y que todos perecieron en un naufragio (una de las experiencias más traumáticas de su niñez) y el día de la Virgen del Carmen se fue de vuelta a México saliendo definitivamente de Cuba. Consiguió sacar el vestuario y a los dos meses cerraron las puertas y ya no se podía sacar nada de la Isla. Cuando salió de Cuba, donde nunca más ha podido volver, lo peor fue ver por el hueco de la escalera la carita de pena de su tía Elisa (su segunda madre, puesto que al no poder bailar por haber sufrido un accidente, lo había cuidado de niño en las giras del clan Muñoz) sabiendo que no iba a volver a verla. Inmediatamente se pone a la tarea de sacar a sus hijos y a su madre (la de sus hijos y la suya propia) de Cuba. En México, al acabar las representaciones del Casino Parisién, sin trabajo y consumiendo los pocos ahorros, aprendió a tejer por vencer la inanición y para ahorrar en jerséys cuando llegara el invierno. Supo de la muerte de su tía Elisa y de una operación delicadísima del corazón a su hijo Miguel de apenas 3 años, hoy abogado y honorable, y se rompió las rodillas pidiéndole a la Virgen de Guadalupe que todo saliera bien. Salió, él no podía hacer nada. También se metió a socorrista y voluntario de la Cruz Roja, cosa que siempre había sido. Durante ese tiempo en México, le ocurrió la anécdota con Olga Guillot, que si bien estaba allí como estrella invitada, como tantas grandes figuras de la escena cubana al haber salido de Cuba, estaba estrellada (sin un duro) y con un bebé (Olga María), sin casa, sin dinero para un alquiler y sin siquiera una nevera donde conservar el biberón. Se las urdieron entre algunos amigos (más uno que tenía chequera, los cubanos no tenían cuenta bancaria) para comprar todo el ajuar con un cheque sin fondos pero (ojo), sólo sin fondos en el momento de darlo, ya que Olga no cobraba hasta el domingo por la noche. Luego el lunes, a primerísima hora, estaban ellos apostados en la puerta del banco para ingresar y así no se notó que no había fondos. La nevera rosa de segunda mano decoró después la cocina de Olga cuando se trasladó al lujoso chalet en el barrio exclusivo de El Pedregal. Por esos días la madre de Plácido Domingo, Pepita Embil, lo invita a comer y luego a un homenaje a ella en el que cantaba su hijo Plácido, al que su profesor no dejaba cantar más que en las clases pero ese día hizo una excepción. El teatro donde se hacía el homenaje en México era el Esperanza Iris, el nombre de la artista que tiene a su madre Juli en brazos en una fotografía, ya que su madre debutó con ella cuando sólo tenía 2 años. Ahí oyó cantar a Plácido Domingo “Gigantes y cabezudos” en homenaje a su madre y no pudo resistirse a pronosticarle: “Tienes una carrera imparable, hijo”. También a Victoria Vera, a la que conoció ya en Madrid en Oliver, el Café restaurante que era de Marsillach y lugar de reunión de famosos, le pronosticó un cambio para bien en su carrera y también acertó. Así que también tuvo épocas en que, lejos de las tablas, le faltaba el dinero y le sobraba el tiempo. De México viajó a Panamá y la República Dominicana con la compañía del gran cómico cubano Leopoldo Fernández, pero por defender al chico Leopoldito contra los que él creía malos tratos de la mujer de Leopoldo (yo siempre he sido abogado de pobres), les rescindieron el contrato. Va a Santo Domingo. De nuevo dos trabajos a la vez para vivir y pagar el cole: manager assistant de tienda y ascensorista de hotel por la noche. Las propinas le salvaron el colé de sus hijos. Entra de vigilante de robos el Día de acción de gracias en NY y compagina la zarzuela con su trabajo en la fábrica de aviones donde se hacían los motores para la Panamerican y aviones del ejército. Llega a Madrid con 37 años y en España ha triunfado durante casi cuatro décadas dentro del teatro, el cine y la televisión. Entre sus trabajos más memorables, la comedia “Esta noche gran velada”, de Fermín Cabal, dirigida por Manolo Collado. Pero no todo sería un camino de rosas. Ya hemos contado que en aquel 1971, el hecho de haber huido de la revolución cubana y de proceder de Miami, unido a que Miguel llevaba siempre al cuello un crucifijo, le acarrearon fama de facha entre los actores. Nada más lejos, pero lo cierto es que cuando salió de gira, en los mentideros del bar del María Guerrero, se decía: “El cubano va a estar de vuelta en dos días”. Y de eso nada, la gira fue un éxito. Con su compañía De Grandy II, estrena en el Teatro Muñoz Seca el vodevil “Salga de mi alcoba, señora”, cuyo título original y prohibido aquí era “Una mujer en mi alcoba”, del italiano que había trabajado mucho en Cuba Ugo Chiaramonte (1971) y de nuevo en el Muñoz Seca (1973), donde en pleno verano madrileño (yo no sabía que aquí no iba nadie al teatro en verano), mantiene 3 meses de lleno total. Con él, su madre, que ya había llegado, haciendo de tío rico, papel que él cambió par ella por el de tía rica. Es seducido por Colsada para el Paralelo por su gran éxito con la obra Chopin, que llena, y luego le invita a seguir, pero no acepta porque él no aspiraba a eso y vuelta a Madrid, donde fracasa con una de Alfonso Paso (éste decía que nadie sabía hacer el vodevil como de Grandy II) y luego triunfa con otra de ese mismo autor en todos los teatros y que cambió de nombre tres veces conforme a la idiosincracia del país, “Este cura”, que en México pasó a llamarse “¡Qué padre más padre?” y, ya en España, “A Dios rogando y con el mazo dando”. En ésta daba trabajo a su madre y a su ex, que se acababa de quedar viuda y se había venido a España porque él no podía mantener dos casas (¡otra vez!). Cuando actúa en Miami con el género chico (zarzuela) con la compañía Gratelli de la que era socio fundador, da trabajo a su madre y a su padre que no se había perdido, aunque lo perdimos yéndose, recién separados, a Buenos Aires. Con Eloy Arenas formó el dúo cómico Arenas Grandy y con su ahijado Azorín (pág. 104) tiene anécdotas como su intervención necesaria y providencial ante la enfermera sorda a la que tuvo que gritar por tercera vez para que le escuchara (me salió el cubano: “Oígame, coño, haga el favor de llamar a un médico”), ya que el pequeño Eloy Azorín, Eloycín para él, que es su padrino) no sólo no respiraba sino que se ponía cada vez más morado. Salieron de allí dejando al niño en la incubadora. Aquí también hizo invocación a su Virgen del Carmen, que no le falla. En 1979 contrae matrimonio con la actriz española Concha Del Val. La boda la celebran en Santo Domingo con la oposición total de la suegra, doña Concha Aranda, que no veía apropiado para su hija un divorciado con dos hijos que la sacaba años. La suegra Concha, sin embargo, apuntadora de profesión, murió adorándolo. De este segundo matrimonio nació su tercer hijo, Adolfo, quien como él, es actor, cantante tenor ligero y director de cine. Representó con su compañía “Los Tarantos” de Alfredo Mañas, que él tituló Romance gitano. En “La rosa tatuada” de Tennessee Williams, da trabajo a las dos Conchas, mujer y suegra, madre e hija. Chicho Ibáñez Serrador lo contrata para el “Un dos tres…” y actúa en Anselmo B, con Marsillach formando parte durante tres años de la CNTC. Allí trabaja con Amelia de la Torre, conoce a Amparo Climent, siendo uno de los fundadores de Aisge en la calle Carretas. Se fundó sin fondos, él ponía el coche y dedicaba horas a los trámites sin más a cambio que la ilusión. Gira por Italia y bodas de oro con el Teatro a los 57 de edad, en 1991, con la comedia “Cena para dos” de Santiago Moncada, en el Teatro Bellas Artes de Miami. Por ésta ganó el Trofeo “Otto Sirgo” al mejor actor del año, y por su contribución a la difusión del teatro, recibió las llaves de la Ciudad de Miami. Llegamos al final del libro y a Fito (pág. 149), el imprescindible perro con el que sale retratado y que es el rey de la casa. La depresión de Concha por la muerte de su madre y, sobre todo, por no haberla acompañado en su final (estaban de gira por América donde a ella le dieron un premio importante a la mejor actriz), sólo se cura con la compañía del fiel Fito. Lo que más ha amado, con lo que más ha disfrutado, la zarzuela (pág. 159), y por encima de todo, el haber podido hacer bien a tanta gente. No tiene enemigos. Sólo amigos eternos. Nunci de León N

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