martes, 28 de febrero de 2023

Mi Lina Morgan

“MI” LINA MORGAN Tengo todo el derecho a llamarla mía, y por eso la título "Mi" Lina Morgan, la mía, y es de esa de la que voy a hablar. Porque vivo enfrente de la casa donde ella nació y veo todos los días y a todas horas desde hace ya bastantes años -tampoco demasiados- su placa conmemorativa, no sólo cuando paso por delante sino también desde mi balcón. Por ello la siento como mía, porque me la encontré sin pretenderlo cuando, por azares y avatares de la vida, fui a dar con mis huesos, ya en el comienzo de la edad adulta, en el mismísimo corazón de Madrid, en el Madrid más castizo, el llamado de los Austrias, muy cerca del Teatro de La Latina y equidistante, como ella y su casa, de la que habitó Beatriz Galindo, llamada La Latina, que es quien da nombre al barrio. La placa de la que hablo está colocada a la altura del primer piso "puesta por el ayuntamiento" en la fachada de una de las pocas casas modernistas que hay en Madrid. Y no hay placa más leída, más contemplada ni más descifrada, creo que más aún que la piedra de Rosetta, para calcularle la edad a María de los Ángeles Segovia, nuestra querida Lina Morgan. Leen y leen y vuelven a leer y, de repente, llevándose un dedo a los labios, rezan y susurran: "A ver, pues si resulta que nació en 1937... tiene... No, no puede ser. Sí, sí puede ser, sí, ésta tiene que tener ya..." La poca caridad que habita en los cálculos. Luego dicen esos mismos que la edad es la que se lleva por dentro, cómo una se sienta, qué más quisiera una, y por eso quisiera no repetir lo que otros han dicho tan bien y tan prolijamente de ella. Para ello, para salirme del surco y porque Mi Lina es mía, me limitaré a cuatro cosilllas que para mí definen el personaje y marcan su biografía sentimental de cómica. Una vida que se alimenta de sonrisas cuando ha muerto en Madrid el 20 de agosto de 2015, con 78 años, que no es edad. Hoy en día los 78 no son edades para morirse. Sus últimas apariciones públicas siempre iban ligadas a las causas benéficas, siempre al lado del Padre Ángel, de Mensajeros de la Paz, para apadrinar sus campañas a favor de los niños y los viejos y aportar ella misma, si fuera preciso, los fondos necesarios para asistirlos. Primero, los niños "porque no hay derecho que haya un niño, sea de donde sea, que pase hambre", palabras de oro con que ella cerraba sus intervenciones. Después, los viejos, los mal llamados abuelos porque eso incluye también a los que no lo son. Y recuerdo especialmente un Día de los abuelos, año 2012 o 2013, que ambos los amadrinó ella "para que ningún abuelo se quedara sin la visita de sus majestades los Reyes Magos y su regalito", y allí estaba ella dispuesta a poner lo que hiciera falta para lograrlo. En una de estas intervenciones con el Padre Ángel en la Comunidad de Madrid (patio del edificio de Pontejos) tuvo una actuación antológica de las suyas, una de esas recreaciones geniales que no sabría yo decir si son espontáneas o que le salen así de espontáneas a fuerza de ensayarlas: "Yo ya sabéis -dijo, con los ojos echando chiribitas- que no soy abuela. No soy abuela, no, no he tenido hijos ni nietos. Nada (Risas entre los abuelos). Nada. Como éramos muy pobres, nunca creí que iba a llegar a nada, y venga a trabajar y trabajar, del teatro al cine, del cine al teatro, para arriba y para abajo y vuelta a empezar... Y nada de nada, ¡Ay qué lástima este cuerpo!" Y sin dejar de mirarnos con aquel gesto suyo entre infantil y embobado, arrancó una estruendosa carcajada con este enunciado que estremecía de pura verdad. Pero ¿quién habla de penas? Todos a reír y a aplaudir porque nos había divertido muchísimo con aquel resumen de su vida que, quién me lo asegura, no era la pura verdad. Le había salido del tirón, de las mismísimas entretelas del corazón, y seguro que esa broma encerraba más verdad que muchos discursos. He seleccionado dos documentos para mostrar más aún el carácter alegre y fiel, sin rencores ni cuentas con el pasado, de una mujer satisfecha con la vida y agradecida porque, según ella misma, le ha dado mucho más que le quitó: uno es la entrevista con Mary Carmen y sus muñecos, concretamente con Dª Rogelia, y el otro es con Pedro Ruiz: En la entrevista con Mary Carmen y Doña Rogelia, dentro del espacio titulado Ay, vida mía, colgada en YouTube el 7/6/2013, Doña Rogelia le inquiere incisiva: ¿Por qué nunca hablas de tu vida privada? -Porque no tengo vida privada -responde Lina-. Yo no tengo vida privada -repite-. Y no por mi profesión, bendita sea, que me ha dado mucho más de lo que me ha quitado, qué va, qué va, pero la vida ha venido así, pues ha venido así. En esta entrevista se emociona al hablar de su hermano José Luis: -José Luis y yo lo decidimos, José Luis y yo, José Luis y yo... No encontraría otro compañero de fatigas más fiel que su hermano, hasta en el momento de buscarse nombre artístico. Como Angelines era muy largo, Lina viene de acortar Angelines, y Morgan por la Banca y el pirata Morgan, a ver si nos traía suerte, y vaya, no nos podemos quejar. ¿Deudas? -inquiere implacable Doña Rogelia-. -Ninguna. Tengo pagado todo el Teatro. Sí, hasta el gallinero. Estoy en un momento de paz, oye, qué bien estoy, una tranquilidad, una calma. Concluye Mary Carmen, ante las impertinencias de Dª Rogelia: -Lo bueno de lo nuestro es que se puede contar casi todo, ¿verdad Lina? -Pues sí- asiente Lina con brillo alegre de lágrimas en los ojos. -Que todo es verdad, en el escenario y aquí.- concluye Mary Carmen. La Latina era el Teatro de sus amores y de sus éxitos. Ella lo rescató de las cenizas con su capital muy bien ganado y fue suyo desde 1978 hasta 2010. Ella se preocupó de adecentarlo exigiendo al arquitecto que se pusieran baños y sofás en los camerinos, lugar de descanso de los actores, que hasta entonces no los tenían. Por cierto, y aunque nadie me lo ha consultado, diré que no estoy de acuerdo en que se cambie de nombre a un teatro, sobre todo si el nombre está tan bien puesto como La Latina. Espero que sea sólo la ocurrencia del momento. Así como Luis Escobar compró y restauró el Teatro Eslava sin exigir que llevara su nombre, tampoco La Latina debe dejar de llamarse así y de hacer honor al barrio en el que está. Vale De la misma época es el otro documento, una entrevista con Pedro Ruiz en el espacio titulado La noche abierta que le sirvió para recordar su infancia pobre, su colegio cerca de la Calle Hortaleza, lo que le gustaba que le llamaran Nines (sobre todo a la hora comer, Nines, a comer!) en aquellos años duros de la lejana postguerra. No sé por qué la han etiquetado en papeles de fea si era guapa, guapa. La ponían a hacer de fea y mendiga de amor, la pobrecita que no se atreve a declarar lo que siente y que cuando lo declara, mueve a risa, y visto el éxito... Pues hala, si queréis risa, cuanto más, mejor. Hablaré de amor en solfa En Compuesta y sin novio, finge que un hombre con el que está prometida, la espera en la habitación: -¡Que pasen una feliz noche! - les grita el conserje del hotel, a ella y a su acompañante casual. -¡Qué más quisiera yo!- exclama ella, ya a solas, bellísima y solicitada. Colsada, el empresario de revista por excelencia, afirma que era guapa, muy guapa, pero que no daba el tipo de revista porque era bajita. Había que ser muy alta y despampanante para, subida al escenario, deslumbrar. Sin embargo, acabaría haciendo carrera con él y es impensable pensar en la revista española de los años 50 y 60 sin la figura de Lina Morgan dominando el cotarro. Ella, su belleza y su gracia consiguieron imponerse a las guapas de más altura. Cualquiera puede ver que era guapa, sin embargo donde de veras lucía su genio era en el papel de chacha joven, la ingenua sirvienta sedienta de amor. De amor del bueno, del que calienta el alma. Como ejemplo, La tonta del bote (con Arturo Fernández en el papel de galán), donde ella exclama llorando: -Porque lo que a una le cuesta las lágrimas es para otros motivo de risa. (Y en otra escena de la misma:) -Que tengo el trapo (la bayetita amarilla de Ballerina en las manos) que parece un canario de puro limpio. No se podía ser más ingenua creyendo que por limpia la iban a querer más. Ese afán de ser amada y no sólo querida sino amada, amada y deseada, se ve en esas frases que ella decía en son de guasa pero que le salían del corazón. Acababa llorando, y seguramente sabríamos más de ella, de lo que fue su vida, a través de estos personajes, que con la narración pormenorizada de la misma. Otro ejemplo, que no son nada difíciles de encontrar en sus obras, sería el de Vaya par de gemelas, donde exclama: -¡Ni catarlo! ¡Ay, qué pena! Frases que luego se aplicaría casi calcadas ante los abuelos. Es evidente que tomaba frases de sus "ficciones" para aplicarlas a su propia vida con gran exactitud. Lo que más me gustó de cuanto leí a su muerte fue este breve epitafio colgado en las redes por alguien que la trató y la conoció muy bien, como periodista que lo fue de la revista Lecturas, Agustín Trialasos: "Lina, buen viaje al firmamento. Tu estrella seguirá brillando durante mucho tiempo por haber sido una gran artista y una gran mujer. Y como creyente que eras, que Dios te reciba con los brazos abiertos y su mejor sonrisa." Seguramente les sonará a poco esta semblanza y pensarán que soy vaga y maleante, no como Lina, y tienen razón, pero ya su biografía ha sido tratada con exactitud por maestros periodistas, expertos en Teatro además, como Antonio Castro, que publicó la suya en Madriddiario, a los dos días de su muerte, y que culmina con estas certeras palabras: "Lina Morgan recibió en 1999 la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Su final ha sido dramático. Durante más de nueve meses permaneció ingresada en el hospital Beata Mariana, siendo tratada en la unidad de cuidados intensivos. Desde su ingreso, el secretismo absoluto rodeó al estado de la artista. Desde entonces no se ha permitido que recibiera visitas. Solo se han tenido noticias de ella a través de un portavoz. En los últimos meses la noticia de su muerte se ha difundido al menos en un par de ocasiones. La de hoy ha sido la real." Yo sólo quería dar ocasión a que reflexionaran con cuántas Linas se han encontrado en su vida, y no sólo en el mundo de la farándula o de la ficción, personas que han sacrificado todo para sacar adelante a su familia y a la de los demás, sin tener nunca tiempo para ellas mismas. Eran épocas de necesidad extrema, había que elegir, pero todavía hoy las podemos encontrar y si nos contaran... ¡Ay, si nos contaran! Me quedo con una cita extraída de La Razón en los días posteriores a su muerte, donde hay un hombre que va a ser compañero para siempre, un alma protectora que le sale a Lina, y es en La graduada (1971), en la que el genial Antonio Ozores exclamaba: “Esta señorita de la vida es cosa mía.” Nunci de León Nun

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