jueves, 23 de marzo de 2023

Reiniel Pérez Ventura. XXX Premio Loewe de poesía

Las sílabas y el cuerpo es el título del poemario con que este cubano de 23 años se ha alzado con tan prestigioso premio.Se convierte así en el más joven poeta en recibirlo. Dedicado a su padre, de quien heredó la alegría de las palabras, Las sísílabas y el cuerpo es un poema unitario, rítmico escrito con gran soltura expresiva y voluntad de innovación,pulso nerudiano y dedicado a la mujer.

martes, 7 de marzo de 2023

Agustín González

AGUSTÍN GONZÁLEZ ES UNO DE LOS POCOS ACTORES DE LOS QUE SE PUEDE DECIR QUE LLENA EL ESCENARIO Agustín González es uno de los pocos actores de los que se puede decir que llena el escenario, la pantalla o el cartel donde le pongan, con su sola presencia. Uno de los pocos, escasísimos en su oficio, de los que se puede decir que estando él en el reparto, uno no se va de allí con las manos vacías. Por mala que sea la obra. Por mucho que no haya nada que salvar de ella, de su argumento, de su temática, de sus métodos, si está Agustín González... ¡Ah, me quedo! Son palabras mayores cifradas en un nombre y en un apellido de lo más vulgares (perdón por la licencia, una misma lleva el sufrido Fernández), lo que significa que en cada una de sus actuaciones Agustín González fue dejando indeleble su huella y marcando con ella lo más profundo de nuestras memorias hasta hacer de su nombre casi una marca registrada. Y uso La palabra 'memorias' en plural porque me consta que no es sólo a mí, ni siquiera a unos pocos aficionados a quienes su figura conmueve, sino que sus actuaciones y su persona forman parte ya de eso tan abstracto pero tan bien entendible que venimos llamando memoria colectiva. Para decirlo con palabras del crítico Andrés Arconada, Agustín siempre sale ileso de sus actuaciones, no hay ni una sola en que él no se salve por malo que sea el papel encomendado. "Agustín, eres un asco, no se puede decir nada malo de ti", rabia amistosamente el crítico. Pero este salir ileso debe extenderse también a la vida privada, porque es imposible encontrar a alguien, ni siquiera un compañero de fatigas que te pueda proporcionar una mala crítica, una malicia sabrosa de esas que tanto gustan y que dan para reírse un rato entre colegas de oficio, mucho menos un chismorreo malintencionado sobre Agustín González. Un hombre tímido, afable, muy currante, con un gran sentido del humor y que hasta canta flamenco y zarzuela. Canta zarzuela y flamenco y la canción que se oye al principio de El Verdugo lleva su voz. Con estas condiciones un actor sólo puede serlo de arriba abajo. Empezó muy temprano en el teatro y aunque el éxito le llegó con Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre, a las órdenes de Luis Prendes en el Teatro Beatriz, ya había debutado antes en el Teatro Español con Tres sombreros de copa, de Mihura, a las órdenes de Gustavo Pérez Puig. A este Teatro ha seguido unido hasta el momento, pues la temporada pasada actuó en el reparto de El alcalde de Zalamea. No era el papel principal, sólo un militar aquejado de gota que deseaba poder encontrar posada y descansar castellanamente, pero aquel dolor en la pierna de Agustín González quedó inmortalizado para siempre. En este Teatro Español representaría la obra que lo consagró definitivamente: Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez (la película también, sí, pero sobre todo la obra de teatro). Sobre este escenario dio entonces Agustín la medida precisa y exacta de lo que es un genio. Un papel dificilísimo para el que, por seguir con el citado crítico Arconada, "hay que ser muy hombre para hacer bien ese papel, no basta con ser buen actor, hay que ser además muy hombre." En sus muchos años en el Teatro Beatriz recreó obras y compuso en ellas personajes inolvidables, tanto españoles como extranjeros, que forman un corpus envidiable capaz de dejar con la boca abierta al más plantado y en el que Agustín González siempre estuvo magistral: Luces de bohemia, de Valle-Inclán, Sopa de pollo con cebada, de Wesker, Todos eran mis hijos, de Miller, y un largo etcétera que no está en mi propósito agotar. También ha triunfado en el cine y en la televisión. Muy recientemente aún, lo he visto hablando en público: era en el salón de cristales del Ayuntamiento de Madrid, donde presentaba (o mejor 'representaba' porque todo él es representación en el más puro sentido de la palabra) la XXV Semana de Cine Español en Carabanchel, que lo ha nombrado padrino de honor y le premia con la entrega del Puente de Toledo. Contó anécdotas, habló de su afición a los toros, de las tardes pasadas en la de Vista Alegre, nos tuvo con la boca abierta, de pie y cansados como estábamos, sin permitirnos el más mínimo bostezo. Eso es un actor, que encanta sobre todo por su sencillez. Cómo sube al escenario, cómo se lo piensa antes de hablar, cómo agacha la cabeza como buscando las palabras que no vienen, cómo carraspea. Yo que odio los carraspeos, me quedo extasiada esperando: ¿Pero no va a decir nada más? Agustín, por favor, di más, que esta gente se merece tu palabra. Y la están esperando. Hay que rogar para que, una vez arrancado, no nos deje así. Que no tenemos prisa con tal de seguir oyéndote, Agustín González. Fotos: Cedidas por los organizadores de la XXV Semana de cine español en Carabanchel María Anunciación Fernández Antón

Paco Merino: el mejor en su puesto

PACO MERINO: EL MEJOR EN SU PUESTO Siempre me ha gustado el apellido Merino por lo que tiene de relumbrón medieval y en este sentido no he conocido a nadie, ni actor ni no actor, ninguna cara que para mí mejor represente ese relumbre tan especial al que me refiero, que Paco Merino. No sé si él estará de acuerdo, hablo de mí. Será que lo vi por primera vez haciendo de bachiller cervantino en Las gallinas de Cervantes. Que más tarde lo vi atendiendo una venta de ruidosos arrieros entre los que muy bien podrían encontrarse los dos locos geniales de La Mancha. No sé. Lo cierto es que Paco Merino sigue teniendo para mí, a día de hoy, la cara del posadero afable, la apariencia gratísima del animador incansable de mesones castellanos y fogones medievales. Será, en fin, por todo eso y por lo que no es eso, y porque al conocerlo personalmente no se ha alterado un ápice mi apreciación inicial sobre su natural compechanía y gallardo sentido común, por lo que siempre me lo imagino poniendo orden y cordura en el plato y en los ademanes de sus huéspedes, sean éstos los más levantiscos de la gran venta del mundo. Y ello siempre con una palabra afable y un vaso de buen vino. Un humilde vino que en sus manos es... ¡manjar de dioses! A Paco Merino lo tenían que nombrar embajador de buena voluntad para que acudiera a resolver los conflictos allí donde tuvieran lugar, armado siempre por todo instrumento del jarro desportillado y generoso, con la seguridad de que lograría conciliar, sólo con unas pocas palabras "verdaderas", sabias y prudentes, a los enemigos más encarnizados. Hacen falta muchos Paco Merino. Los ojos negrísimos, redondos como platos de puro asombro ante la vida y ante las cosas, siempre dispuestos a elevarse al cielo (o a volverse hacia sí mismos) para volver de inmediato a la tierra con una frase sensata cargada de humanismo, con una ponderada ironía llena de saber popular y de bondad con que repartir -y departir- a manos llenas. La palabra bien pronunciada y sabia que ilumina de repente, como un cortocircuito, la mayor de las confusiones en la vida y sobre las tablas. Porque eso, esa sabiduría ancestral que para mí lo hace brillar sobre el común de los mortales en cualesquiera foros donde se encuentre (hace nada en la Casa de Galicia celebrando la Festa do Galo do Curral), no quiere decir que nuestro personaje se sitúe por encima de sus semejantes. Muy por el contrario, sabe Paco Merino mirar a la cara a sus interlocutores, sean de la talla que sean, y comunicar con ellos, por medio de una honestidad y una intensidad envidiables, esos sentimientos que con tanta hondura sabe buscar en su interior. Mesonero humanista de venta cervantina. Tal vez incluso podría ser el mismísimo Sancho, un hombre capaz de embarcarse en cualquier locura no por sí, que él está bien donde está y no requiere nada más, sino porque un amigo del alma se lo solicita. Nunca queriendo ser Quijote sino tratando de hacer bien el papel a él encomendado, el más humilde servidor sea cual sea la servidumbre a él destinada. Nunca perdido en las nubes de la nostalgia o de la fantasía de lo que pudo ser sino bien plantado en el suelo a la manera del más humano rechoncho y lleno de sentido común que han visto los siglos: Sancho mismo. Personaje secundario como él pero siempre perfecto allí donde esté, el más necesario en su papel, indispensable para que los demás funcionen y brillen. El que no ataca nunca en primer lugar, pero que si le atacan, sabe defenderse como nadie, con el dardo de la palabra clara que da siempre en la diana certera. El que sabe mostrarse fiero cuando las circunstancias lo requieren, sin perder nunca por ello la educación ni la dignidad. El que a la zafiedad ambiente, opone el humanismo de su humilde sensatez. Así es como yo veo a Paco Merino, un actor al que admiro de lejos, sin conocerlo apenas. No sé nada de su vida privada, no sé ni su fecha de nacimiento ni falta que me hace. Sólo sé lo que he visto con mis ojos y lo que traen los diccionarios, que es escueto pero rotundo: A los treinta años abandona un trabajo seguro en la banca (al menos era seguro hace 30 años) y se dedica, por suerte para nosotros, al teatro. Emprende así una larga carrera de éxitos que han hecho de él uno de los actores españoles de más renombre, pero sobre todo uno de los más apreciados y queridos por el gran público a causa de su gran sensibilidad. Entre sus obras dramáticas, cabe destacar: Los gigantes de la montaña, a las órdenes de Miguel Narros, La detonación, con José Tamayo. Para el Centro Dramático Nacional representó El Proceso, a las órdenes de Gutiérrez Aragón y Noche de guerra en el Museo del Prado, bajo la dirección de Ricard Salvat. Vino después La vida es sueño, dirigido por José Luis Gómez, La salvaje, por José Osuna, Pluto, por Juan Diego, Mata-Hari, por Marsillach, Luces de bohemia, por Lluis Pasqual, Coriolano, por Richardson...Y un largo etcétera que no se agota en una cuartilla y que se prolonga hasta hoy con numerosas películas a las órdenes de directores españoles (Pilar Miró, Carlos Saura, Juan Miñón Trujillo, Martínez Lázaro, Víctor Erice, Carlos Berlanga, Fernando Colomo...), así como numerosos trabajos en televisión. Pero además Paco Merino ha conseguido ser querido por el gran público (se abren sonrisas de simpatía al nombrarlo en cualquier espacio) y, algo rarísimo, es respetado por sus compañeros y no tiene enemigos dentro de la profesión. También ha sabido conectar con las nuevas generaciones para las que es un maestro del buen hacer y del saber estar. Lo admiran al margen de escuelas y tendencias porque saben que donde él está, está como nadie. Que esa calva y esa expresión tan trabajadas encierran toda la sabiduría y la experiencia de los grandes actores y esos ojos asombrados guardan toda la inocencia preservada de los segundones, un epíteto que él dignifica y que también nos lleva de nuevo a la Edad Media, a una casta a la que pertenecía nada menos que El Cid. Porque no es Paco Merino el que manda en el escenario generalmente, casi nunca lo es, pero tan bueno es en lo suyo, que podemos estar seguros de que donde él está, es insustituible. Que cual sea el papel que desempeñe, el más ingrato, lo bordará, y eso es lo que el público de hoy sabe apreciar. Un hombre que es él y sus circunstancias en la escena del mundo y que vive y trabaja sin empeñarse en ser lo que podía haber sido si las circunstancias hubieran sido otras y no las suyas. Toda una lección de buen hacer desde su rincón. La sabiduría de Sancho. Pueblo de León en medio del Camino de Santiago.- Las mujeres se quedan extasiadas ante la pequeña pantalla que ilumina la sobremesa aldeana. Fuera soplan vientos otoñales: "-¡Qué suerte tiene esa señora, haber conocido a ese hombre tan bueno! ¡Y siendo viuda, la pobre!", exclaman casi al unísono varias de aquellas mujeres, casi todas viudas. El hombre bueno de la serie Calle Nueva, que Televisión Española emitía en la sobremesa hacia finales de los 90, era Paco Merino y, sí, verdaderamente la viuda aquella había tenido una suerte loca. Una suerte enorme al encontrarse a Paco Merino en medio de las tribulaciones, con el berenjenal de familia que le había quedado al morir su esposo. Porque el bueno de Paco Merino, aparte de consolar a la pobre viuda, era el encargado de poner calma y sosiego en medio de aquel río revuelto donde todos eran malos malísimos, mucho más de lo que parecían. Verdaderamente... ¡Qué habría sido sin él, sí, de aquella pobre viuda! La cosa daba mucho que pensar. Verdaderamente. Poco después tuve la suerte de conocer a Paco Merino en persona, fuera de la pantalla y aún de los escenarios. Estábamos en la SGAE celebrando la salida del libro de su amigo, el también actor Juan Jesús Valverde (Los pasos de un actor, ed. Ariel) y allí se me mostró tal como es él en la vida real. Cosa curiosa, me encontré con un Paco Merino idéntico al de la serie, igualito al personaje cuyo nombre ya he olvidado. ¿Para qué iba a recordarlo si eran idénticos? Con prontitud inusitada, me dirigí a él en pleno brindis por el libro: -Que dice mi madre que es usted buenísimo, una buenísima persona. Lo ve a usted todas las tardes. -Pues póngame a los pies de su señora madre -repuso Paco con voz pausada, la misma que tenía en la dichosa serie. Empecé a pensar que no era tan vergonzante ver esas series, sobre todo si en ellas salían personajes como Paco Merino. Efecto de la copa, me atreví a pedirle también una foto, que se retratara conmigo a lo que accedió, y fue la actriz Amparo Clíment quien ofició de fotógrafa (todavía no le he devuelto el favor). Así podría yo demostrar en mi pueblo, a todo el que lo pusiera en duda, que lo conocía. Que me codeaba yo en los madriles con tan ilustre personaje. Que rabiaran las viudas. A través de Juan Jesús Valverde, vecino de Los Austrias, acudí a verlos representar Trampa para un hombre solo, en el Teatro Muñoz Seca. Cosa curiosa, Paco Merino hacía un personaje que ni pintado para él. Secundario y perfecto. También por entonces hizo en el Círculo de Bellas Artes aquel monólogo de Salvador Enríquez, El hombre que no vio el mar, y lo bordó. ¿Será que Paco Merino tiene la virtud de hacer que todos sus personajes se le asemejen? ¿Y que tan grande es su apropiación de ellos, que lo logra? Yo creo que los trabaja tanto, que no para hasta identificarse, hasta hacerse él con ellos y ellos con él. Que se los aprende de memoria a través de un enorme trabajo sobre el texto. Es posible y hasta seguro, algo que, de ser así, compartiría con Saza, por ejemplo. No sé. Siempre le he visto magistral en sus papeles sin ser éstos excesivamente importantes y creo que el secreto no es otro que el trabajo minucioso y constante. De compromiso total con su quehacer. A vueltas con mi manía medievalista, voy al diccionario: Merino es, según el Diccionario Etimológico Corominas, "la autoridad puesta por el rey o un gran señor para ejercer funciones fiscales y posteriormente judiciales y militares sobre cierto territorio." Pero también: "perteneciente a la especie mayor (maiorinus) en cualquier materia, aplicado en la Edad Media a las autoridades". Todo me da la razón.Y hasta Merino Mayor había, lo cual es una redundancia, puesto que Merino (maiorinus) ya lo significa de sí y por sí, por contraposición a otros. Un cargo que dio lugar a un topónimo que aún pervive en Castilla la Nueva: Merindades. Haría en esto también Paco Merino honor a su apellido. Sería el Merino Mayor. El mejor en su puesto. María Anunciación Fernández Antón

Héctor Colomé y Nuria Gallardo en Tirano Banderas

TIRANO BANDERAS SERÁ HÉCTOR COLOMÉ Y NURIA GALLARDO, LA MUJER No podían haber encontrado a otro mejor, no podían haberse ido a fijar en uno que mejor encarnara sobre las tablas la figura del tirano que inmortalizara para el teatro el genio de Ramón María del Valle-Inclán. Cuando me lo dijeron tan sólo hace unas horas, en la sala Manuel de Falla de la SGAE, y el propio Héctor Colomé estaba presente allí mismo, en carne y hueso de actor, comprendí que el papel estaba hecho para él. Que él llevaba toda la vida esperando a ese Tirano y que ese Tirano sudamericano lo estaba esperando a él a lo largo de los años (más de un siglo) para apoderarse de su sustancia humana, que, en el caso de un actor, sólo puede estar hecha "de la misma materia de los sueños". Me basaba en todo lo que de él he visto, en cine, teatro y televisión, pero, pero sobre todo en lo que su persona tiene ya de emblemático para mí, que inevitablemente lo veo pisando la escena hasta cuando va por la calle. O cuando come gambas, como esta mañana. Es decir, no sé nada más de él, ni su edad ni su vida privada me conciernen, todo en él me es ajeno excepto el recuerdo de verlo actuar. Y sus papeles, todos, hacen honor a lo que digo. ¿No hizo acaso hace años en el Teatro de la Comedia el inolvidable Basilio, aquel desgraciado rey de Polonia y padre de Segismundo en La vida es sueño, que sentado en aquel imponente trono dorado tan bien ilustraba, con su perfil de águila y su voz de piedra, todas las glorias y miserias del poder? Por entonces debía de ser muy joven Héctor Colomé, mucho más que ahora quiero decir puesto que ya hace casi diez años de aquella representación. Sin embargo, qué empaque, qué presencia escénica tenía ya allí y qué manera de actuar que dejaba pequeño el escenario, abrumado aquel padre por la horrible carga de tener que encerrar al hijo amadísimo en una torre. O dejarse matar por él, como anunciaron los terribles hados. Qué madurez entonces como actor, lo que da que pensar qué hará ahora cuando, más maduro, se enfrente a Tirano Banderas. Como yo siempre hablo de las clases populares a las que pertenezco, tengo que decir que su papel en la serie de TV recientemente concluida "Luna Negra", salvó muchos días del tedio a los sufridos telespectadores de todas las edades, incluida la llamada tercera edad. Su figura de malo malísimo a más no poder, junto con la de María Luisa Merlo que hacía de moderadora, salvaron los últimos días de una serie que, devorada por el éxito inicial, se extendió hacia el final de sus días en más capítulos de la cuenta. Recientemente me tocó hacer la crítica de Noche de Reyes sin Shakespeare, de Marsillach, que en el María Guerrero dirigía su viuda (de Marsillach) Mercedes Lezcano. "Toda la obra es Héctor Colomé", dije entonces. "Su presencia, su gesto, pero sobre todo su voz, sirven la obra por entero, llenan la escena y es lo único que allí significa". Me parecía crueldad con el resto de la plantilla y con la directora misma, pero era la pura verdad. No podía decir otra cosa que lo que había visto desde la platea. Pero no creo que vaya a suceder ahora lo mismo, porque en este caso su partenaire femenino será nada menos que Nuria Gallardo, la inolvidable Tamar calderoniana (La venganza de Tamar) que tuvimos ocasión de presenciar hace pocos años en el Teatro de la Comedia. Fue un escándalo su desnudo, que casi impidió que se hablara de su buen trabajo, algo que ya era de sobra conocido. Está igual de guapa, pero mucho más hecha como actriz. Sus actuaciones destacadas, igual que las de Colomé, llenarían varios folios como éste. Baste decir que es una actriz que abarca todos los registros y todos los géneros: Lope de Vega, Chéjov, Pessoa... Y que como sucede con Colomé, el teatro en su vida es parte sustancial e inseparable del conjunto. La obra, producida por el también actor Tomás Gayo, empezará a rodar en octubre por provincias para aterrizar posteriormente en Madrid, ojalá que coronada por el triunfo. Quiero nombrar también a mis amigos los actores Cipriano Lodosa, Chema Muñoz, Ismael Elejalde, Julio Escalada, Carlos Santos, Mundo Prieto y Ángel Burgos, a los que conozco muy bien porque acaban de actuar en La Serrana de la Vera, El Caballero de Olmedo y La Celosa de sí misma. María Anunciación Fernández Antón

María Fernanda DÓcón y María Jesús Valdés

MARÍA FERNANDA D'OCÓN Y Mª JESÚS VALDÉS, DOS DAMAS DE ROMANCE Madrid, 24 de mayo, 8 de la tarde. El espacio era ameno, pues se trataba del Casino de Madrid en la Calle Alcalá, foro ya de cultura y no de juego, donde los libros conviven con la nouvelle cuisine y demás zarandajas rococó por techos y escaleras (no hay culpabilidad en ello, que todo esto es cultura, ya lo vamos entendiendo las masas cerriles) en una armonía difícil pero lograda. Salón Real, augusta denominación que ya de por sí invita al descanso, tanto más logrado cuanto que uno asiste al grato evento en calidad de último mono y así es como debe ser. Lo demás, vanidad de vanidades, dijo El Eclesiastés. Ya había allí abundante surtido de académicos (Gregorio Salvador, muy seco él, de la Lengua; Gonzalo Anes, encantador, de la Historia) y teatreros (Gustavo Pérez Puig, siempre accesible), algunos que reunían las dos características juntas (Antonio Mingote, todo gentileza) y celebridades en general del mundo de la cultura y hasta de la política (el exalcalde de Madrid José Luis Álvarez, Federico Trillo, Fernando Suárez, Marina Castaño) como para que una no pudiera tomarse un merecido descanso entre tanto canapé indescifrable y sopa de ajo de diseño. Y por encima de todos ellos, dominando el espacio escénico como una aureola, las dos damas del teatro español y universal cuya presencia ya habría bastado, y de hecho bastaba, para llenar y aún iluminar por sí sola, aquellos salones: María Jesús Valdés y María Fernanda d'Ocón. Tan era así, que el mayor acierto de los organizadores del acto era el haberlas convocado juntas a ellas dos como anfitrionas y madrinas y como reclamo al fin de la fiesta. Dos auténticas damas de la escena que hacen grande hasta lo más ínfimo. Porque el evento no eran ellas, eso estaba claro y era evidente que ellas estaban sólo de adorno y acompañamiento, pero el que las invitó bien sabía lo que iba a ocurrir y a eso vamos, que cuando pienso que Jaime Campmany fue crítico teatral en sus inicios periodísticos, doy saltos de alegría sólo de pensar en el brillante porvenir que me espera. Pues se trataba, en efecto, de la presentación de un libro del citado periodista Jaime Campmany, un libro de romances modernos titulado nada menos que "Romancero de la Historia de España. De Atapuerca a los Reyes Católicos)", título que nos hace esperar (o temer, según se vea) una segunda parte para los más de cinco siglos que quedan sin tocar. La editorial, LA ESFERA. La concurrencia, numerosa. Bien. Hasta aquí todo de lo más trivial, pues ya sabemos que en Madrid, cualquier tarde a esas horas, o das una conferencia o te la dan. Pero el avezado periodista echó mano, en un acto de sagacidad envidiable por demás, de sus conocimientos y de su experiencia como crítico teatral, para invitar, so pretexto de que recitaran sus romances, a las dos damas cuya actuación estelar no sólo le iba a resultar útil a la hora de realzar la indudable calidad de los octosílabos sino también para llenar con su sola presencia los locales del Casino y asegurar de este modo el éxito total del evento y del libro. Así, cuando los oradores que escoltaban al autor en la mesa (Gonzalo Anes, presidente de la Real Academia de la Historia, y Federico Jiménez Losantos, de la COPE) concluyeron su papel de oficiantes padrinos, cuando a los parabienes y felicitaciones de los padrinos se sumaron las palabras del propio autor agradeciendo la presencia allí de todos, se concretó la sorpresa largamente anunciada de las dos actrices madrinas intervinientes, y fue sólo entonces cuando las dos damas, sentadas hasta entonces entre el público asistente, subieron al estrado para recitar. En ese momento María Fernanda D'Ocón tomó por su cuenta el Romance de Florinda La Cava y el rey Don Rodrigo, no el que escribiera aquel poeta anónimo del XV sino el del libro de Campmany, y le añadió todo el ardor guerrero y pasional que ella es capaz de crear para tales personajes sobre un escenario. El escenario que sea. A continuación fue el turno de María Jesús Valdés y con ella en el estrado, La Jura de Santa Gadea, que tan mal deja al gran rey Alfonso VI, pareció que suavizaba, al conjuro de su voz, las rencillas entre reyes y nobleza. Las dos cosecharon enormes aplausos y lo único que puedo desear es que cunda el ejemplo y que se repita el caso. Ojalá que para cualquier evento se contara con las gentes del teatro porque seguro que ellos sabrían poner, con sus actuaciones, el punto de reflexión en medio del desbarajuste que suele reinar en las reuniones y "saraos" culturales en general. Y quién sabe si ello acercaría a las gentes al teatro haciéndolas acudir más tarde a las salas. Nota: Mientras escribía este artículo, la autora tuvo que hacer grandes esfuerzos para que no le salieran pareados. María Anunciación Fernández Antón

Aurora Bautista: el rostro de tantas heroínas

AURORA BAUTISTA LA ACTRIZ QUE PUSO ROSTRO A TANTAS HEROÍNAS Pocas figuras tan dignas de estar en los diccionarios del cine y del teatro español como Aurora Bautista, la actriz que puso rostro a tantas heroínas que han sobrevivido a los avatares de la Historia de España gracias al cine. Pero sea que vivimos demasiado de prisa y todo lo olvidamos muy pronto, sea que Aurora Bautista pertenece al repertorio de caras que los jerifaltes de la cultura asocian con los años más duros de nuestra reciente historia, lo cierto es que su imagen ha quedado relegada al panteón de ilustres heroínas... del pasado: Santa Teresa de Jesús, Agustina de Aragón, Juana La Loca. Y aunque puede decirse que actualmente asistimos a una paulatina recuperación de estas mujeres en el mundo del arte, ello no ha traído, por el momento, la redención de la que tan bien las supo encarnar. Todo se andará. Lo cierto es que, a pesar de formar ya parte indefectible de nuestra memoria colectiva, en mi búsqueda de datos concretos sobre Aurora Bautista me encontré con que el Diccionario Mundial de Actores no la trae. Tampoco el índice de actores del libro "100 años de cine", de Augusto M. Torres. Por suerte, el Diccionario del Cine Español que dirige Juan Luis Borau y edita la SGAE corrige en parte el entuerto, aunque miren lo que dice de Aurora Bautista: Actriz declamatoria y grandilocuente. Por supuesto, hablaba de su papel al frente de las heroínas citadas, digo yo. No de La Tía Tula. Sin embargo nadie duda de que Aurora Bautista es una gran actriz, una de las más grandes, y que en sus inicios cubrió todas las facetas dramáticas, desde el teatro clásico, en el que se inició, hasta el cine, donde triunfó por completo en la década de los 50 y sobre todo de los 60. Pero nunca abandonó el teatro, como veremos. Su infancia y primera juventud parece que fueron duras, al menos tal como imaginamos que debe corresponder a una niña de postguerra, hija de un republicano represaliado y obligado a dejar su ciudad (Valladolid) para vivir en otra bien distinta (Barcelona), adonde hubo de trasladarse con toda su familia al salir de la cárcel. El argumento de su vida resulta así en verdad novelesco como pocos y me recuerda mucho la peripecia vital de una heroína de novela que me impresionó enormemente cuando la leí, Leticia Valle (Memorias de Leticia Valle) cuya autora, Rosa Chacel, también era de Valladolid. Algo que viene muy a cuento con lo que luego diré de Aurora Bautista a la que he conocido en persona hace apenas unos meses. Leticia Valle cuenta sus experiencias de niña de postguerra española, ambientadas en Simancas y otros lugares de la Castilla imperial, en el mismo tono intimista y observador para los detalles mínimos, de aguda nostalgia por la cotidianeidad, que podemos ver en la mirada de Aurora Bautista. En la de las películas y en la de carne y hueso. También en aquella novela hay traslados que causaban ausencias y añoranzas, pues los ojos de la niña se fijaban con tanto detalle en lo que tocaban, que por fuerza había de añorar lo que dejaba atrás aún antes de conocerlo. Preciosismo de lo vulgar, lo han llamado algunos, capacidad para crear microcosmos con la mirada a partir de elementos muy pobres de la cotidiana vida de provincias, limitada casi a ver sin ser vistos, han dicho acertadamente otros. Todo eso es lo que comparte Aurora Bautista con la heroína de la novela de Rosa Chacel. Estas mujeres de postguerra tenían una extraordinaria capacidad para crear mundos insólitos, a la manera de los que crea la pintura, en medio de la más anodina cotidianeidad provinciana. Basta para darse cuenta de ello con recordar a La Tía Tula, la heroína de la película de Miguel Picazo (1964) basada en la novela homónima de Unamuno, a la que ha quedado indisociablemente unido el nombre de esta maravillosa actriz. Su mejor papel, sin duda inolvidable. ¿Alguien se ha aburrido viendo esa película? A mí siempre me ha parecido apasionante, puro suspense. La mujer se ve reducida, como en las novelas de la gran autora que cito y de otras muchas escritoras casi coetáneas (Carmen Martín Gaite, Josefina Rodríguez Aldecoa, Elena Soriano) al espacio doméstico, un espacio privado que resulta asfixiante visto desde fuera. Allí la mujer desarrolla, sin darse cuenta, una forma de desenvolverse y sobre todo de mirar, que es capaz por sí misma de crear, completamente encerrado entre visillos, un auténtico microcosmos. En la Valladolid de Rosa Chacel, en la Salamanca de Carmen Martín Gaite, en el resto de las ciudades del interior de la postguerra española donde sólo se podía mirar a la calle entre visillos (de ahí el título, uno de los más conocidos de Martín Gaite) la mirada de la mujer debía de ser por fuerza así y así ha quedado reflejada en la literatura y en el cine. Las otras tenían el mar (Carmen Laforêt, Mercedes Salisach) y ahí la mirada ya es distinta, pero en la ancha Castilla de Unamuno, no había más remedio que mirar hacia adentro. De ahí que ellas, como Tula, sólo podían crear y recrear su intimidad y el espacio de su mirada era el de su propia interioridad. Una intimidad entrevista, soñada, pocas veces vivida en plenitud, pero que ellas debían defender contra todo y contra todos porque era lo único que tenían. Aurora Bautista tuvo también más tarde el mar catalán, pero le quedó para siempre esa mirada ensimismada, intimista, creadora de microcosmos en los que posarse, llevados ya para siempre y por doquier desde su infancia y adolescencia vallisoletanas. Después de debutar como actriz de teatro clásico en Barcelona interpretando a Shakespeare y a nuestros clásicos dentro del Teatro Universitario de la ciudad Condal, la fama le llegó de inmediato con Locura de amor (1948) a las órdenes de Juan de Orduña, quien la dirigiría también más tarde en Pequeñeces y Agustina de Aragón (ambas en 1950). Hasta aquí lo que dice el Diccionario. Lo otro es la altisonancia. Pero en el último número de Teatro Madrid (Mayo 2.004) se aporta un dato sumamente interesante sobre Aurora Bautista. Es la actriz Ana Marzoa quien habla de su carrera, para lo que enseña una foto en la que junto a ella, se ve actuar a Aurora Bautista: "Recuerdo una obra que tuvo mucho éxito en el Teatro Marquina, se llamaba Paso a paso, dirigida por Ángel garcía Moreno en el 87. Era la historia de una academia de danza, de Richard Harris. Y recuerdo sobre todo a Aurora Bautista porque tenía en ese montaje una comicidad extraordinaria, estaba deliciosa...Era un reparto maravilloso: Encarna Paso, Gemma Cuervo, Aurora Bautista, que estaba fantástica". Estaba fantástica, repite una y otra vez con sincero entusiasmo Ana Marzoa. Versatilidad de una gran actriz, capaz de hacer creíbles papeles tan dispares como los de reina castellana y chica de revista. Y todo ese potencial se sigue adivinando en esa mirada serena, atenta al detalle y hasta escudriñadora, capaz de hacer no obstante, de perfecta y anónima asistente a un evento cultural. Era en la Casa de América, pura casualidad. Apenas dos días antes la había visto en una galería de Arte de la calle General Castaños, y sigue siendo la misma Tula de siempre. Nunca la había visto fuera de la pantalla, pero con toda naturalidad respondió a mi saludo como si se tratara de dos viejas conocidas. Inmediatamente me dijo dónde vivía (cerca del Wellington, menuda suerte) y añadió: "ahora", no sea que yo me equivocara y fuera a verla a su antiguo domicilio. La misma cara de niña asombrada sin una gota de maquillaje, nada que ocultar, nadie de quien ocultarse ni ante quien exhibirse, una más escuchando a José Manuel Caballero Bonald, eufórica porque sigue haciendo películas (la última El Tiovivo, de Garci, me contó, con otros que también son santo de mi devoción, como Juan Jesús Valverde). Si alguien hubiera exclamado en la Casa de América: "¡Es Aurora, Aurora Bautista!", todos se hubieran vuelto hacia ella y el interés por el acto hubiera cambiado de rumbo. No fue así. Si hasta su nombre de nacimiento lo conserva tal cual, que no necesitó cambiárselo para triunfar. Aurora Bautista Zúmel. Así nació y así vive. No iba a cambiarse de nombre La Tía Tula. Declamatoria. Pues vaya. Imágenes de Aurora Bautista tomadas de la Web de Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. María Anunciación Fernández Antón

Teófilo Calle

TEÓFILO CALLE Tiene la cabeza de vate galaico y visionario, de mendigo ciego y poeta de los caminos que tan bien inmortalizara Ramón María del Valle-Inclán. Pero no es Max Estrella (aunque bien pudiera porque, como él, también escribe libros) sino uno de aquellos ciegos de la Galicia más profunda, la llamada Tierra del Salnés porque, como ellos, es sobre todo actor y vive de la palabra y del gesto. Hablo de Teófilo Calle, a quien veo por primera vez en escena, su voz la conocí mucho antes gracias a la radio. Está sobre el escenario de la Sala Fernando de Rojas (Círculo de Bellas Artes, Madrid) y yo, con el resto de las novecientas personas que llenan el patio de butacas, creo que su mirada encendida (hace de San Juan de la Cruz en un texto de Martín Recuerda) se dirige a mí y que sus palabras me están en exclusiva destinadas. En el calabozo, a oscuras, habla con Cristo mismo, que se le ha aparecido, y su cabeza resplandece como si un foco cenital la iluminara, pero es sólo el resplandor de su mirada. No hay otro igual. Al lunes siguiente, en Garibaldi, la tertulia semanal a la que él había acudido esta vez como ponente, en su día de descanso, no pude menos de preguntarle: -¿Me mirabas, Teófilo? -Sí -respondió. -¿A mí? -insistí, temerosa de la broma que imaginaba típica actoral. -Claro. Eso no tienes que dudarlo nunca. Comenté el hecho con otros de los asistentes a la función, allí presentes, y a todos les había pasado lo mismo: habían sido mirados a los ojos por él, desde el escenario, y se habían sentido impelidos, directa e individualmente, por las palabras inspiradas del Santo Poeta. Ese famoso "Saint John of The Cross" que tanto estudian las universidades extranjeras y que llena los pies de página de tantísimos libros de poesía ilustrada, había tomado cuerpo por unos momentos en la estructura física de Teófilo Calle. Y era sólo teatro leído. ¿Qué no será éste cuando interprete "de verdad" y sin leer?, pensé yo para mis adentros. Por entonces, la obra importante que se traía entre manos era El Tenorio, en la que hacía el papel del muerto, don Gonzalo de Ulloa: Yo no puedo vivir en actor -confesaría en esa misma tertulia- porque si yo me lo creyera, oye, ¡que me matan todas las noches! ¡Y yo tengo mujer e hijos! No podría ir acto seguido a mi casa y ejercer de marido y padre responsable. Qué vehemente es el discurso de Teófilo Calle y quién pudiera creer eso de que "yo no vivo en actor". Yo desde luego, no me lo creo. No hay más que verlo cuando se expresa aquí, entre íntimos, para comprender que algo conserva de todos los personajes a los que ha dado vida sobre las tablas. Así que añade acto seguido: -Esto es un juego y tienes que pensar: ¡Qué bien me engaña éste! O qué mal, según. Con esto ha resumido La paradoja del comediante, de Diderot, autor en el que este actor es ducho y docto. -¿Pero hay algo que no sea un juego? -le interpela Luis Riaza, habitual e íntimo tertuliano de todos los lunes-. -Sí, ser padre responsable no es ningún juego. (Sin duda hablan de distintas acepciones de "jugar", pues es seguro que Teófilo Calle, de padre o de actor, siempre se la juega.) -¿Había mejores actores antes, querido Teófilo? -le aguijonea la voz cascada de otro tertuliano, poniendo sal en la herida abierta de las comparaciones. -Hombre, ahí tienes el acueducto de Segovia que lleva en pie 2.000 años, mientras se nos hunden puentes y torres de cojones. ¿Por qué? Manda la pela. Hoy se aplaude a un chavalito porque es famoso, no porque sea actor. A éste no se le aplaude, mira por dónde. Pero tampoco se le abuchea. Hoy el público pasa (y ahí le duele). Claro, los jóvenes no quieren aprender, no quieren escuchar. Aquí es "yo soy el más grande y me cago en todo lo que se ha hecho hasta ahora", falta educación: ¿Qué es lo que quiere la gente? Si a los niños se les preguntara, no irían a la escuela, irían al río. Así vamos todos, al río. -Pero antes era la dictadura del actor, ¿no? -le pincha de nuevo el de la voz cascada que qué bien sabe provocarle, como que es Enrique Centeno-. Se era de Ribelles o de Merlo. O de Ricardo Calvo. Y esto es inadmisible hoy en día. -¿Dictadura? -se rebela de nuevo Teófilo Calle-. Yo me arrodillo ante mis maestros, lo haría todavía si los tuviera delante. Y es cierto que ahora el actor no cuenta, manda el director de escena, y hasta las luces cuentan más. Estoy de acuerdo en que hoy el actor es el último. Esa misma noche todavía, un implacable Mendizábal lo interpeló también: -Tú mucho teatro leído, pero tu director Robert Muro recibe un buen dinerito de la SGAE y del MEC. Y está mal que yo me queje porque soy un director de éxito, pero siempre se las llevan los mismos, las subvenciones, oye. El vate galaico y visionario ha de hacer frente a algo tan terrenal como hablar de dinero, pero acaba de decir que todo lo humano atañe al teatro y allá va, humilde como el ciego de Misericordia: -Hombre, si me dan a elegir, hubiera puesto una ayuda en ruta en vez de dinero directamente. Pero las cosas están como están y así es como se hace, yo en eso no mando. -Sí -insiste el exitoso-: ¿Y qué harías tú con una ayuda para autobús si te dejan fuera de la RED de teatros? -Pues no sé lo que haría pero algo haría. Haría, haría... -Teófilo, yo te imagino a ti fuera de cualquier RED al frente de una troupe de cómicos, subido a un autobús para ir a comer el bocadillo al campo con tus compañeros de infortunio, improvisando escenas por los arcenes y las cunetas de España. Y hasta te puedo imaginar componiendo versos al bocadillo de chorizo, una especie de loa para amenizar el acto a la manera de los primitivos comediantes. Mira, te regalo el primer verso: "Humilde aunque dignísimo condumio". ¿Qué te parece? -De perlas, me parece de perlas -respondió con la mayor mansedumbre del mundo. Y subrayó la expresión con su mirada luminosa de vate galaico y visionario. Meses después, estrenaría en el Teatro Albéniz, Misericordia, de Galdós, y en ella haría el papel de Almudena, el marroquí harapiento, el mendigo ciego enamorado de la señá Benina. Luego seguiría haciéndolo por todos los escenarios de la bendita RED de Teatros de la Comunidad de Madrid. Desde su retiro en Jerez de la Frontera, donde actualmente descansa por prescripción facultativa, Teófilo Calle dispone ahora de más tiempo para escribir sus artículos, preparar nuevas ediciones de sus libros y dar sus clases magistrales a las gentes de Arte Dramático, con mayúsculas, en un magisterio que no se limita al teatro sino que abarca y se extiende a todo el contenido integral y social de la persona. Es un retiro dorado del que el artista saca tiempo para ocuparse de sus amigos, los que siguen estando en Madrid y los que le nacen por todas partes. Nota: Este texto fue publicado por la revista ACTORES en el número de junio de 2003 y nos ha sido cedido por la autora. María Anunciación Fernández Antón

Mary Paz Pondal

MARY PAZ PONDAL Conocí en persona a Mary Paz Pondal hace tan sólo unos pocos meses en la Casa de Asturias, de Madrid, donde ella "formaba mesa" junto con otros (es cargo de la noble Institución), y lo que más me llamó la atención fue la gran simpatía que emanaba de ella y su enorme capacidad de comunicación, de dirigirse con claridad y sencillez a las gentes anónimas y de toda edad y condición que allí nos congregábamos. Tan es así, que en aquella ocasión, yo que no me sabía el programa y la oía desde muy lejos, al fondo de la sala, no pude menos de preguntar a mis vecinos de butaca quién era. Era, me dijeron, Mary Paz Pondal, y bien orgullosos que estaban de contar con ella en la Casa. Como que pertenece a la Junta Directiva, lo que lleva tan a gala como ser miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas. Su nombre me trajo de inmediato resonancias de algo grande pero ya distante, dejado atrás y como muy alejado del momento actual y de mis propios intereses de crítico teatral. ¿Cómo es posible que yo no manejara a diario ese nombre y no lo oyera pronunciar por doquier en los ámbitos en que me muevo? Mary Paz Pondal, Mary Paz Pondal, repetí intentando recordar. Sin duda tenía la culpa de todo una época en que todo envejece de inmediato. Pero sonarme, claro que me sonaba, muchísimo, y no me pareció justo que tan gran señora quedara relegada a una época ya lejana de nuestra historia cinematográfica y teatral, cuando lo cierto es que se encuentra tan viva como entonces. Viva en todos los sentidos. Y bellísima. Enseguida me planteé ahondar un poco más en tan ilustre persona que debió poseer una belleza poco común, tal como lo demuestra la que aún hoy, ya entrada en años, atesora. Por dentro y por fuera. Primero, lo que dice de ella el Diccionario del Cine Español (Alianza Editorial), que dirige José Luis Borau: "Nacida en Oviedo, a los 16 años se traslada a Madrid para realizar estudios de Arte Dramático en la Escuela Superior. A finales de los años 60 se produce su lanzamiento artístico con papeles teatrales en La Celestina (Melibea) y con el inicio de películas como Club de solteros (P. M. Herrero, 1967)", en las que ya apuntaba su gran carisma de actriz erótica. Esta caracterización de erótica, en la que el diccionario insiste mucho como si de un cliché se tratara, ofende a una gran actriz que, sólo a causa de su gran belleza y de la estrechez mental de quien la juzga, sería acreedora de tal calificativo sin más. Pero los diccionarios son así, encasillan, y lo que es peor, se limitan a copiar lo que dicen otros y consagran a Mary Paz Pondal como erótica y a Aurora Bautista como declamatoria... Aunque peor, peor... Peor es que no te saquen en absoluto. Para comprender esto del erotismo, hay que situarlo en su contexto: Eran los años finales de la censura. Trabajos que combinaban el duro y difícil oficio de hacer reír en tiempos de penuria con un cierto aperturismo en lo social y en lo político. Fue algo muy propio de la transición democrática y un movimiento que dio grandes éxitos en películas en que se combinaba el llamado "landismo" con la pretensión de moralidad política y en las que Mary Paz Pondal actuaba junto a estrellas indiscutibles de la talla de Paco Martínez Soria (El padre de la criatura, de Pedro Lazaga, 1971, Estoy hecho un chaval y La Tía de Carlos, de L. Mª Delgado, 1981). Y en el que títulos como Aunque la hormona se vista de seda, de Vicente Escribá, 1971, Mi primer pecado, de Manolo Summers,1976, Esa cosa con plumas, de O. Ladoire,1987, se hacían merecedores del "erotismo desenfadado y opulento" de que habla el diccionario. Pero Mary Paz Pondal hizo más de CIEN películas. Tal vez por no aceptar encasillamientos, aunque éstos fueran motivados por el éxito arrollador, y porque sus inquietudes artísticas la empujaban a explorar otros territorios, Pondal decidió dedicarse paralelamente al teatro, actividad en la que se había iniciado en el papel de Melibea al lado de Milagros Leal: Los inocentes de La Moncloa, de Rodríguez Méndez, El deseo bajo los Olmos, de O'Neill, Ninette y un señor de Murcia y A media luz los tres, de Mihura, La barca sin pescador, de Casona, El baúl de los disfraces, de Jaime Salom, El baile, de Edgar Neville, son títulos en los que hizo papeles destacados. De nuevo el papel de Melibea, esta vez al lado de María Guerrero haciendo de Celestina... Y sólo cito por encima, saltándome las tres cuartas partes de todo lo que hizo, porque en el 73 tuvo que abandonar el trabajo momentáneamente para asistir al nacimiento de su hijo David. ¿Hay quien dé más? Pues suma y sigue: En 1974 forma Mary Paz Pondal compañía propia en la que, bajo la dirección de su compañero Fernando Pereira, muerto recientemente en abril de 2.004, consigue grandes éxitos de taquilla y de crítica: La zorra y el escorpión, de Alfonso Paso, con Armando Calvo; Amando Amanda, de Arteche, con Gracita Morales; Educando a un idiota, de A. Paso, con Máximo Valverde; La decente, de Mihura, con Vicente Parra. De gira por España, lleva El Hotelito, de Antonio Gala, por Guatavo Pérez Puig; La condecoración, de Luis del Olmo, por Vergel; El rayo, de José Osuna, Don Juan Tenorio, en El Español. En 1992 estrena espectáculo propio en el Centro Cultural de la Villa. Se trata de un montaje de diseño original para dar a conocer la obra del poeta García Lorca titulado Mi querido Federico. A éste seguirán los homenajes a otros poetas contemporáneos: Compañero del alma (Miguel Hernández) o Tres poetas (los citados y Antonio Machado), La paz y la palabra (Blas de Otero), trabajos con los que sigue recorriendo los teatros de España y de todo el mundo de habla hispana allí donde se lo soliciten. No descarta volver al cine. De nuevo pregunto: ¿Hay quien dé más? Si además tuvo tiempo de ser erótica, mejor para ella. Lo cierto es que a mí siempre me ha parecido totalmente serio el trabajo de gentes como Paco Martínez Soria, Alfredo Landa, Mary Paz Pondal, y el de todos cuantos se dedicaron con mayor o menor fortuna a hacernos reír o sonreír durante los años difíciles. A estas figuras gigantescas, épicas en cierto modo, se unen también nombres de grandes autores teatrales que iluminaron los años oscuros con su falta total de prestigio para sus contemporáneos (Mihura, Jardiel, Arniches), lo que les hizo trabajar por encima de sus posibilidades, en un verdadero descenso a los infiernos, para dejar una obra grande, inmensa, hecha contra el rechazo de las élites. Recuerdo a este propósito algo que dijo en su día Paco Martínez Soria: "el que tiene miedo de llegar hasta el fondo en todo lo que se propone, es que tiene miedo de lo que va a encontrar dentro de sí mismo". Algunos adoptaron desde el principio el humor, a otros les vino de refilón sólo a fuerza de desastres, porque de repente descubrieron que tenían éxito en lo más inesperado, en lo menos serio y nunca querido (Arniches, Saza) cuando ellos pretendían nada menos que lo sublime, como cualquier hijo de vecino. Además de todas las virtudes descritas, su gran belleza y sus grandes dotes dramáticas, Mary Paz Pondal es la propietaria de algo envidiable, algo que me causa una envidia enfermiza, tremenda: Se trata de un molino en Asturias, un molino a 60 kilómetros de Oviedo, su tierra natal, el Molino de Oviñana, convertido ahora en Casa Rural y donde ella pasa el mes de agosto. Situado en plena naturaleza, el Molino se ubica en un entorno paradisíaco, muy cerca del mar y de la villa de Cudillero, capital del Concejo al que pertenece Oviñana. Cercanas quedan las playas del Silencio, del Aguilar y de San Pedro. Pues que sigas cosechando éxitos, Mary Paz, o que hagas lo que te guste y seas feliz. Te lo mereces. María Anunciación Fernández Antón

Saza, el pequeño de los Saza

SAZA. EL PEQUEÑO DE LOS SAZA "Yo soy Saza. Saza a secas, como mi padre, mi abuelo y todos los hombres de mi familia. En mi familia todos los varones hemos sido siempre Saza y sólo Saza. Y yo de pequeño era 'el pequeño de los Saza', que estaba loco porque me aprendía de memoria los personajes del teatro y los repetía en voz alta en el patio durante los recreos: El pequeño de los Saza está loco, decían, pero a mí no me importaba, yo a lo mío. Aunque luego en la función de clase no actuara, por mal comportamiento. Yo iba al teatro con mi padre los domingos. Los domingos, al salir de misa, íbamos a comprar un postre y mi padre sacaba las dos entradas. Después de comer, mi padre tenía una tertulia, era comerciante en Barcelona, y yo lo acompañaba a la tertulia. Y mientras charlaban, yo, que andaba por allí, me acercaba de vez en cuando ¡con mucho respeto! a la mesa donde estaba mi padre. Sin decir nada, claro, esto no se podía, hasta ahí podíamos llegar. Y él me decía: Todavía no, todavía no." Quien así nos tiene embobados se para un momento antes de continuar con sus andanzas de aprendizaje como actor. Es el otoño de 2.001, Tertulia de Garibaldi, Lunes de Teatro, que nunca antes lo había tenido yo tan cerca a José Sazatornil, Saza, tan cerca como para mirarlo a mis anchas fuera de los escenarios. Y es verdad que parece un personaje del barroco con esa palidez tan grande, con esa estilización tan suya, uno de aquellos que a él tanto le gustaba aprenderse de memoria en el colegio para recitarlos en el patio a solas mientras los demás niños jugaban. Y desde luego lo sería, si no fuera por ese bigote delgado como una línea, tan característico. "Yo iba para galán serio -continúa- y mis primeros papeles fueron de galán. Pero la gente empezó a reírse cada vez que yo salía a escena y claro, aquello no se podía. Y a mí me sentaba muy mal, eh, porque yo quería ser galán. (Risas). Yo era galán, ojo. (Más risas). Galán serio, trágico. Me sentaba muy mal que se me rieran en las barbas, pero no había manera. Hasta que no hubo más remedio que empezar a darme papeles cómicos. Dijeron: oye, que con éste se ríen. Y así fue como empecé. (Silencio. Estamos embobados.) A mí esto al principio me sentó muy mal, fatal. Pero eso fue sólo al principio, porque ahora, cuando oigo que se ríen me entra una alegría tan grande, que bajaría al patio de butacas y daría un beso a cada uno de los espectadores. (Pausa.) A las señoras primero, claro." -¿Cuál es tu personaje preferido, Saza? -pregunta un tertuliano, uno de los pocos que han salido de su asombro. "Ninguno. Los quiero a todos por igual, no tengo predilecciones, les debo a todos muchísimo. A todos les estoy muy agradecido". -¿Y cuál te falta por hacer? -se anima otro tertuliano-. Ese con el que sueñas y que todavía no has hecho. "Ninguno. Estoy encantado con todos los que he hecho y no echo de menos a ninguno. No hubiera deseado hacer ningún otro más que los que he hecho. Por otra parte, con el personaje no se sabe nunca qué es lo que va a pasar, porque uno hace lo que puede pero luego todo depende del público. Mira, ahora llevamos año y medio en El Español cuando sólo contábamos estar tres meses. Y ahí seguimos. Y que dure por muchos años". (Risas. Se refiere a "Los habitantes de la casa deshabitada" de Jardiel Poncela, un éxito rotundo de público y totalmente inesperado). "Y yo hago de esqueleto en la función, así que ustedes dirán. (Sin transición:) ¿Saben ustedes que estoy muy contento de estar aquí? Y estaba muerto de miedo, que conste. Pero eso era antes de venir aquí porque pensaba que ustedes iban a ser muy duros conmigo y que me iban a someter a todo tipo de preguntas incómodas. Sobre todo después de ver al señor del otro día, que ése sí que era un sabio. Pero ahora que los veo a todos ustedes tan risueños y tan simpáticos, pues ya me encuentro mucho mejor. Son ustedes muy majos, sí señor, y les estoy muy agradecido. Y ahora me sacarán ustedes en brazos y gritarán: A la de tres! ¡A la de tres! Y yo me creeré que van ustedes a llevarme a un restaurante de tres tenedores, pero será que me van a dar tres coscorrones contra el dintel de la puerta antes de arrojarme a la calle, que es lo que se hacía con los malos actores". -¿Cómo te haces con el personaje, Saza? -se anima a preguntar otro de los asistentes a la tertulia. "Yo empiezo a leerlo y el personaje me va diciendo cosas. Y así una y otra vez hasta que me lo aprendo de memoria. Y entonces ya me dice de todo porque ya es mío. O yo de él, según se mire. Así es como yo me hago con ellos, o ellos conmigo. Y ésta es la razón por la que no trabajo más en televisión. Lo digo con toda humildad, eh, que yo para eso no valgo porque me lo tengo que estudiar hasta aprendérmelo de memoria: Que cuando mandan un taxi a buscarte a las 6 de la mañana, bien temprano, te vas repasando el guión que te dieron el día antes, y eso para mí es fatal, que ya digo que me lo tengo que llevar sabido al dedillo, y si no, no sirvo. Pero es que cuando llegas al estudio, te quitan el papel y te dicen: éste no es, es este otro. Y yo no puedo. Ahora, en cine sí, porque esto me lo respetan, Berlanga me ha llamado para todas desde que hice La escopeta nacional, lo que pasa es que no siempre puedo, pero llamarme, siempre. (Sin transición.) Yo estoy muy bien aquí con todos ustedes. Son ustedes muy majos y no me han hecho ninguna pregunta incómoda, les estoy muy agradecido". Y un día lunes, algunas fechas más tarde, en la misma Tertulia de Garibaldi, alguien habló de las grandes figuras del teatro que habían muerto literalmente de hambre, o en estado de abandono casi completo. Y del miedo que tenían algunos a acabar igual por la misma razón, lo que motivaba una enorme austeridad en bastantes de ellos. Tacañería, dijo alguno. Maledicencias de cómicos, salió a relucir el nombre de Saza: -Uy, ése no sale nunca por las noches, nunca le verás por ahí. Y cenar, cena una sopa. Una sopa y una loncha de jamón York, no cena nada más. -Pues a mí Saza me ha invitado a comer -dijo Cornejo, el productor-. Y a cenar -añadió alzando la voz y creciéndose varios palmos ante mis asombrados ojos. -Pues si vas ahora (eran las 10 de la noche) a su casa, ya sabes lo que vas a cenar: una sopa -concluyó el maldiciente, que era un autor de éxito. Y yo pensé para mis adentros: Si yo tuviera la suerte de llegar una noche de invierno a una casa. Y que esa casa fuera la de Saza. Y que después de informarse por la criada de quién era yo, me invitara a pasar y a compartir su cena, con esos modales educadísimos de gran señor barcelonés asentado en Madrid. Y que una vez sentados los dos en torno a la mesa camilla, bien abrigadas las rodillas con el faldón de paño, empezara él a decirme entre sorbo y sorbo a la sopa: "Yo, sabe usted, soy Saza. Saza a secas. Y todos los varones de mi familia hemos sido siempre Saza y nada más que Saza. El pequeño de los Saza..." ¡Y qué más quisiera yo que ser esa viajera! Nota: Este texto fue publicado por la revista ACTORES en el número de diciembre de 2003 y nos ha sido cedido por la autora. María Anunciación Fernández Antón

Alberto Closas y el Teatro Muñoz Seca

EN HOMENAJE A ALBERTO CLOSAS, LA SALA PRINCIPAL DEL TEATRO MUÑOZ SECA, DE MADRID, LLEVARÁ SU NOMBRE El pasado día 13 de octubre tuvo lugar un homenaje a ALBERTO CLOSAS en el teatro Muñoz Seca, de Madrid. En la mesa estaban la poeta Fina de Calderón, las actrices Julia Gutierrez Caba y Analía Gadé, el actor Alberto Closas hijo, que momentos antes había descubierto la placa conmemorativa, y el empresario teatral Enrique Cornejo, que hizo las veces de presentador y de anfitrión. Además asistieron al acto un nutrido número de personalidades del espectáculo y de la cultura en general, como José Sazatornil (SAZA), el antiguo alcalde de Madrid José María Álvarez del Manzano, Asunción Balaguer, Rosa Valenty, Federico Luppi y un sin fin de rostros famosos, compañeros todos de andanzas y fatigas del gran actor homenajeado. Julia Gutierrez Caba improvisó un discurso destacando las cualidades de Alberto Closas, no sólo como actor con el que compartió escena en contadas ocasiones, sino también como director, una faceta menos conocida por el gran público. Analía Gadé leyó una emotiva carta en la que glosó su figura de caballero infatigable, amigo incondicional y trabajador inagotable, que hacía planes hasta para mucho después de su muerte, incluso cuando ésta ya estaba anunciada, aceptada y sabida. Porque sencillamente Alberto Closas no quería irse, esperaba el milagro. Así que, cuando le tocó el turno a su hijo, éste no pudo hablar porque, con ser un hombre hecho y derecho, las lágrimas se lo impedían por completo y hubo de disculparse. Pero antes que todos ellos, había intervenido la poeta Fina de Calderón y lo había hecho con un discurso que llevaba muy bien preparado, tanto que casi se lo sabía de memoria, y que me parece interesante reproducir aquí por dos razones: La primera, porque en él se mezclan todas las facetas de la riquísima personalidad de Alberto Closas, artísticas y humanas, y la segunda, por la gracia con que fue leído por esta mujer entusiasta. Tanto, que del esfuerzo hubo de ser atendida, acto seguido, por el SAMUR, pero esta pequeña debilidad fue sólo un momento, y ello sin duda a causa de la emoción, pues casi de inmediato, esta valerosa mujer insistió en volver a casa en su propio coche. Reproduzco, pues, el discurso que ella misma me prestó a insistencias mías en cuanto se lo oí leer: "Queridos amigos: Ante todo, perdón por mi voz que ha pasado, después de una insoportable gripe, de ser soprano a mezzosoprano o casi barítono. Era de rigor un homenaje a ese inolvidable actor que fue Alberto Closas. Para ello, mi buen amigo Enrique Cornejo me ha pedido unas palabras y un poema. Pese a estar inundada de trabajo, he querido complacerle y complacerme a mí misma tratándose de aquel gran hombre de teatro y de cine, que gozaba de tantos amigos actores, entre ellos José Luis López Vázquez. Por cierto, que reconozco entre el público caras admiradas y conocidas como la de Asunción Balaguer, con la que pienso próximamente estrenar al alimón una obra de teatro de la que me siento muy satisfecha y de la que no dudamos les gustará. A Alberto Closas lo conocí en París a través de otro gran actor de La Comédie Française, Robert Manuel, que poseía una magnífica colección de estatuillas de Molière fabricadas en toda clase de materiales. Había Molières negros, amarillos, blancos..., en fin, de todas las razas. A este propósito, la hija de Robert Manuel, Cathérine Salviat, también actriz de La Comédie Française, que en estos días está representando en París "El gran teatro del mundo", tomará parte en uno de mis "Miércoles de la poesía". Con Robert Manuel y Alberto Closas frecuentábamos tanto los bistrots bohemios de Montmartre (sin obviar los de la Place du Tertre) como los más intelectuales de la Rive Gauche. En mi piso parisino del boulevard Saint Germain (¡qué habrá sido de éste!) a menudo aparecían ambos cargados de flores, e incluso recitaban para mí algunos poemas de mi predilección. Los tres amores de Alberto, todos lo sabemos, eran el teatro, las mujeres, los hijos y las flores. A su paso por las floristerías parisinas, iba vaciándolas y acopiando lo mismo rosas que azaleas u orquídeas... exceptuando, claro está, los crisantemos, que, como en nuestro país, tienen un significado en parte funerario. ¡Cuántos encuentros maravillosos me unen a estos grandes artistas de las tablas! Yo sabía todo o casi todo de Alberto Closas: que nació en Barcelona, donde transcurrió su niñez y su adolescencia; que más adelante marchó a Argentina. Allí estudiaría en la Escuela de Arte Dramático siendo partenaire, nada menos, que de Margarita Xirgu y convirtiéndose pronto en primer actor y rompecorazones. Su vida estuvo ligada a esas dos tierras que él tanto amó: Argentina y España, transcurriendo por igual su estancia en los dos países: 6 meses en cada uno. En Buenos Aires, tan pronto en los teatros de la calle Cervantes (tan justamente bautizada "la calle que nunca duerme" por el bullicio que la caracteriza, así como en el grandioso teatro Cervantes conoció mismas ovaciones. ¿Condecoraciones? Muchas. Citaré la Medalla de Buenas Artes, que recibió a la par que Buero Vallejo, y el San Jordi en Cataluña. Fundó también su propia empresa cinematográfica. Pero hay que destacar que, pese a sus elogiados papeles en el celuloide, nunca abandonó el teatro. Debutó en el Teatro de la Comedia y, luego, en el Marquina, que en gran parte era de su propiedad. Dignas de mención serían sus interpretaciones en la serie televisiva "Estudio Uno". Se puede decir que su vida la culminó en la escena, pues cuando interpretaba junto a Amparo Rivelles "El canto del cisne", le fue diagnosticada una implacable enfermedad, causa de su muerte." Aquí termina el discurso de Fina de Calderón al que siguieron nada menos que DIEZ ZÉJELES, compuestos también por ella misma y dedicados a glosar la figura de Alberto Closas, es decir, diez poemas cuya forma se remonta a nuestra primitiva lírica castellana (siglo XIV), y que constan de un estribillo, varias mudanzas y un verso de vuelta que rima con el estribillo. El estribillo dice así: "Recordemos las famosas/ comedias de Alberto Closas". Y éste, el estribillo, nos lo hizo recitar a todos a coro al final de cada mudanza, para que todos participáramos. Una verdadera fiesta. Después vendrían el cava y las delicatessen, a las que todos nos apuntamos también, menos ella, por lo que he contado más arriba. María Anunciación Fernández Antón

José Luis López Vázquez

JOSÉ LUIS LÓPEZ VÁZQUEZ: 40 AÑOS DE ESCENA ESPAÑOLA Así es como define el Diccionario Mundial de Actores, de la editorial JC (1998), a José Luis López Vázquez: "Figurinista y ayudante de dirección de teatro antes que actor, José Luis López Vázquez forma parte, por derecho propio, de los últimos cuarenta años de la escena internacional. A principios de los 50 empieza en el mundo del cine y su trayectoria combina la comedia de sus inicios con el drama de su última época. Premiado como mejor actor en dos ocasiones por el Festival de Cine de Chicago y Medalla de Oro de las Bellas Artes en 1985, posee un historial impresionante y difícilmente superable de nuestra cinematografía". Y se suceden, acto seguido en el citado Diccionario, varias páginas repletas con la enumeración, año a año, de sus incontables películas, obras de teatro y trabajos para televisión. Sin embargo, preguntado hace pocos años, en una entrevista para la televisión, acerca de por qué seguía en el candelero,confesaba José Luis López Vázquez que, si seguía trabajando, era únicamente por necesidad. Pero no por necesidad existencial, sino "por mantener mi status. Que es muy alto. Bueno... (dudando). Bastante bueno". Y aseguraba que, de tener una posición económica holgada, dejaría de trabajar. Acto seguido añadía, aludiendo sin duda a su estado físico, pero también a sus cualidades en general: "Es que te tienes que cuidar mucho, porque si no... Que te quedas hasta sin músculos. Y eso exige un status muy alto". Impresionaba tanta sinceridad en un gran mito (no suelen hacer gala de sus lacras si no es delante del fisioterapeuta) y no dudé de que tenía toda la razón. Mantenerse activo y vigoroso cumplidos los 70, exige, quién lo duda, además de no bajar la guardia, cuidados que requieren muchísimo dinero, o al menos una cierta despreocupación por el vil metal. Ahora bien, en lo de dejar de trabajar, me quedó cierta duda porque, viendo su trayectoria, y sobre todo viéndolo a él, da la impresión de que José Luis López Vázquez no podría estar parado. Ni forrado en oro podría dejar el teatro. Efectivamente, desde que a los 17 años empezara a trabajar como actor en el TEU (Teatro Español Universitario), hasta que obtuvo los primeros éxitos como protagonista, ya en 1951, y hasta el día de hoy en que sigue en perfecto activo ("Tres hombres y un destino", comedia estrenada en noviembre de 2004 en el Reina Victoria, de Madrid), José Luis López Vázquez no ha parado nunca de trabajar. Debutó en el María Guerrero en 1946, con "El Anticuario", al que sucedieron "El vergonzoso en palacio" y "La dama boba". No era él el protagonista ni fueron papeles sonados, por lo que se pasó al cine donde pronto cosecharía los mayores éxitos, primero bajo la dirección conjunta de G. Berlanga y Juan Antonio Bardem (Esa pareja feliz, 1951) y más tarde de la mano de Conchita Montes y Alberto Closas sucesivamente (Una señorita de Valladolid, 1958). Inició así una carrera meteórica en cine y a él están ligados para siempre, en nuestro recuerdo colectivo, títulos de películas tales como "Plácido" y "El Verdugo", ambas de Berlanga, o "El pisito", de Marco Ferreri, o "Atraco a las tres", de José María Forqué, a cuyo inefable cajero puso rostro, voz y ademanes José Luis López Vázquez. Por no hablar de la antológica "Mi querida señorita", de Jaime de Armiñán, con la que ganó el premio al Mejor Actor Protagonista, concedido por la Asociación de Periodistas y Críticos de cine, en 1975. Todavía hoy, cuando se repone alguna de estas películas, algunas en riguroso blanco y negro, resulta admirable de todo punto constatar la extraordinaria calidad de aquellos trabajos. Seguiría después una intensa colaboración con Carlos Saura, del que fue casi el actor totem: "Pipermint frappé"; con Antonio Mercero: "La cabina"; con Mario Camus: "La colmena". Cuenta en su haber con más de 300 películas, amén de las innumerables obras de teatro en las que ha tenido un papel protagonista, así como las incontables actuaciones en televisión, pues en su larga e intensa carrera ha cultivado todos los géneros dramáticos: Baste decir, en lo que al teatro se refiere, que trabajó cuatro años a las órdenes de Luis Escobar, uno de cuyos frutos fue la representación como protagonista de Equus, de Peter Schaffer. Valgan también como ejemplos, títulos tan diferentes como "La muerte de un viajante", de Arthur Miller, en el Teatro Bellas Artes, y "Que viene mi marido", de Arniches, estrenada en el Alfil, trabajos por los que mereció en Premio José Isbert al mejor actor en 1996. A este último autor español, Carlos Arniches, se puede decir que nadie lo ha sabido interpretar como José Luis López Vázquez y José Sazatornil (Saza). O "César y Cleopatra", estrenada en versión de Manuel Martínez Mediero, en el Festival de Teatro de Mérida 2001. A ellos sucedieron más tarde "Cena para dos", de Santiago Moncada, repuesta en dos ocasiones con gran éxito, el ya clásico de Brodway "La extraña pareja", en el Teatro Alcázar, así como la actualísima "Tres hombres y un destino", de Lorente y otros, en la que comparte actualmente papel con Agustín González y Manuel Aleixandre, en el Teatro Reina Victoria. En el año 2002, José Luis López Vázquez fue premiado con el Nacional de Teatro y le acaba de ser concedido el Goya de Honor 2004 por la Academia Española de Cinematografía, galardón cuya entrega tendrá lugar en enero de 2005. Y ahí sigue. Ojalá que por mucho tiempo. JOSÉ LUIS LÓPEZ VÁZQUEZ, FIGURINISTA Muy pocos saben que José Luis López Vázquez, antes de ser famoso actor, era un gran figurinista. En ambas disciplinas se inició como autodidacta, pues para ayudar a su madre, empezó a trabajar enseguida. Uno de sus trabajos fue el de administrativo de farmacia, que ejerció desde los 16 años. De la mano de José Caballero llegó a formar parte del ambiente de La Barraca y fue así como empezó a dibujar figurines. Aquél le presentó a Modesto Higueras (director del TEU), con el que entró ya de lleno en el mundo del Teatro, primero como cartelista y más tarde con papeles sin frase en cine, en teatro, hasta que, ya en los años 50, le llegó el éxito con El pisito, película en la que se consagró. Sus figurines son elegantes y están llenos de influencias: La espera, por ejemplo, tiene todos los ingredientes del Romanticismo y en los colores se advierte una gran sensibilidad. La impronta de Dalí se advierte en sus dibujos, pero también la de Magritte y Giorgio de Chirico y cómo no, la de Jano, el gran cartelista español del que fue gran amigo. Respecto al primero era tal su admiración, que se ofreció a trabajar gratis en la escenografía del Don Juan Tenorio que la compañía María Guerrero, había encargado a Dalí. En el Museo Nacional de Teatro de Almagro se pueden ver figurines, dibujos y otros objetos relacionados con la trayectoria profesional de López Vázquez, quien donó a esta entidad, en 2007, todo el material relativo a su carrera que tenía guardado en sus archivos privados. La Fundación AISGE expone ahora estos trabajos salidos de sus pinceles pertenecientes en su mayor parte a la colección Carmen de la Maza, su última compañera. Al acto de presentación asistieron muchos directores de cine y de teatro y muchos de sus compañeros allí presentes tuvieron palabras elogiosas para él. Irene Gutiérrez Caba, la gran dama del Teatro, contó cómo eran de famosas sus postales de Navidad. Las hacía él mismo. La última Navidad lo habían llamado para felicitarse mutuamente y ya él no estaba de humor para postales. El día de la inauguración (11/03/13) hubiera cumplido 91 años. Murió el 2 de noviembre de 2009. Un gran genio como actor y ahora descubrimos muchos esta otra faceta no menos genial. María Anunciación Fernández Antón

domingo, 5 de marzo de 2023

Manuel Alexandre, maestro de ceremonias

MANUEL ALEIXANDRE: GENIAL MAESTRO DE CEREMONIAS Dos ruedas de prensa he tenido ocasión de presenciar con él como protagonista (multitudinarias ambas, llenas de gente entendida, yo sólo ojos y oídos en un rincón) y en las dos pude ver el absoluto dominio de la situación por parte de este personaje de apariencia tan endeble, pero de una energía tan fuera de toda duda, como es el actor Manuel Alexandre. Lo que da idea de su extraordinaria salud es oírle afirmar con absoluta claridad desde la atalaya de la edad casi innombrable: "El pasado no existe para mí. Sólo siento el presente y el posible futuro". Condiscípulo de Fernando Fernán Gómez y Rafael Alonso en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, reconoce sin embargo que "a veces me da un vuelco la memoria y me vienen de repente los años 50". Parece inevitable tener recuerdos. Pero como norma de vida, el pasado no existe. Otra norma tan sabia como la anterior es que cada vez le importa menos todo. La primera vez que lo tuve enfrente fue con motivo del estreno inminente de Atraco a las tres, el ya clásico título de José María Forqué reconvertido al teatro, en el Centro cultural de la Villa (Madrid), hará cosa de un par de años. La segunda fue apenas hace un mes, en noviembre de 2004, con objeto del inminente estreno, aquella tarde misma, de Tres hombres y un destino, en el Reina Victoria, función que desempeña actualmente junto a José Luis López Vázquez y Agustín González. En ambas, parecía a primera vista que a Manuel Alexandre lo del protagonismo le venía grande, cualquier profano podía pensar que quizás le habían colocado a él de adorno en esa posición de premimencia jerárquica que ocupaba en el centro de la mesa. O en consideración a sus muchos años, o a su impresionante trayectoria artística, pero no porque tuviera que decir él gran cosa allí, sólo representar. Todo esto se disipó en cuanto empezó a hablar y todos comprendimos que le reservaban a él ese sitio fijo precisamente para que resolviera. Que los del equipo confiaban plenamente en su capacidad resolutiva para todo tipo de cuestiones, ya que como dice él mismo: "Yo ya no me pongo nervioso con nada porque en el fondo me importa todo un pito, ¡verdad?". Afirma y pregunta a la vez, todos le ríen la gracia, que cada cual piense, y por eso lo habían puesto en el medio. Manuel Alexandre era, en efecto, el centro de la reunión en ambas ruedas y, sin pretenderlo, el objetivo de la mayoría de las preguntas. Con su voz nada estridente, más bien bajita, muy delgada pero perfectamente audible, muy bien timbrada, haciendo gala de una naturalidad en apariencia carente del menor esfuerzo, respondía con mucha calma a las preguntas, todas banales y repetitivas por otra parte, que indefectiblemente iban dirigidas a él. Y al final se cabreó. Las dos veces. ¡No se iba a cabrear si las preguntas iban todas en este plan!: ¿Cómo se siente al interpretar de nuevo este papel? ¿Por qué piensa que se acordaron de usted al elegirlo? ¿Para cuándo la próxima actuación al lado de Menganito? ¿Qué pensó cuando le concedieron tal premio? ¿Y de la crisis del teatro, qué piensa un veterano como usted? Hasta que él, con la actitud de aquel a quien cada vez le importa menos todo, se lanzó: "Vamos a ver, ustedes y perdónenme, pero es que ya estoy harto: Resulta que los periodistas españoles tienen ustedes fama de ser los más sagaces y de hacer unas preguntas muy interesantes porque son grandes entrevistadores. ¿Cómo es entonces, y créanme que me gustaría saberlo, que en las ruedas de prensa ustedes preguntan siempre lo mismo sin sustancia? (Con un hilo de voz y sonrisa de niño:) ¿Están esperando a que me levante? Llevamos aquí media hora y nadie pregunta nada interesante... Interesante para ustedes (Risas del auditorio), oigan. ¿Qué pasa, que están esperando que acabemos para cogerme a solas y preguntarme ya de verdad y de una vez lo que quieren saber de la obra? Si ya lo he oído yo, que ustedes no preguntan nada en público para que no se lo roben (Risas de los periodistas y de la empresa) y por eso lo guardan para sacar cada uno la entrevista con las preguntas que tiene preparadas y que ahora me harán en cuanto acabemos de hablar aquí todos. ¿Verdad? Pues ya me las pueden ir haciendo ahora, que después me voy". Y mientras argumenta de esta manera poderosa y sin posible marcha atrás ni propósito de la enmienda, parece que la voz se le va a quebrar en cualquier momento, ya que no ha dejado de sonreír como pidiendo disculpas. Pero qué va, está tan tranquilo como antes de empezar. Ahora, lo de irse lo cumple, genio y figura. La última vez, en la sede del productor Cornejo (Tres hombres y un destino), lo viví escasamente a cinco milímetros: Trío de jóvenes micro en mano y cámara en ristre, cuaderno de notas también, que se le acercan no bien acabada la reunión, después de la diatriba que acaba de lanzar: "No, no, ni hablar. Han tenido ustedes todo el tiempo del mundo para preguntarme, no me vengan ahora a avasallarme, por favor". Y lo hizo. Y no hubo más. Veamos ahora ese curriculum tan maravilloso, que empieza 1945, cuando debuta en los escenarios. Ya antes, con el estallido de la Guerra Civil, había abandonado la carrera de periodista para lanzarse al TEU (Teatro Español Universitario). Se inicia en la compañía de Társila Criado y Jesús Tordesillas, que representaba en el Reina Victoria "Cuando las Cortes de Cádiz", luego pasó a la compañía del Eslava y más tarde a la del Español. Con "Las de Caín", llevada en gira por toda España con Tina Gascó y Fernando Granada, se decantó definitivamente hacia lo cómico. Desde entonces, ha participado como actor en las más importantes obras de humor teatrales de los últimos treinta años, también en televisión: La petición de mano, de Chéjov, La venganza de don Mendo, de Muñoz Seca, esta última para el famoso programa de teatro Estudio 1. Más tarde Luces de bohemia, de Valle Inclán, Madre coraje y sus hijos, de Beretold Brecht, en versión de Buero Vallejo para la compañía de Lluis Pasqual. En 1993 le fue concedio de premio Pepe Isbert al mejor actor de reparto por todos sus trabajos en teatro. Actualmente expresa sus mayores preferencias por la televisión, que ofrece mejores condiciones y trabajos más cómodos y mejor pagados que el teatro e incluso que el cine. En ella, lo han consagrado series como Fortunata y Jacinta, Los ladrones van a la oficina (Premio Ondas 1993), Esa clase de gente, hecha con José Luis Prendes, Maruchi Fresno y Fernando Delgado... Gracias a Los ladrones... dice que pudo empezar a ahorrar en su vida, al llegar la serie a la segunda temporada. Hasta entonces, nunca. Tal vez por imperativos económicos, ha trabajado también más en cine que en teatro, ya desde 1947, con casi 300 películas en su haber: Con Berlanga ha rodado Bienvenido Mr Marshall, Calabuch, Los jueves, milagro, Plácido (que le valió el Premio Nacional de Cinematografía en 1962), Tamaño natural, París Tombuctú, Todos a la cárcel; con Juan Antonio Bardem, Calle Mayor, La venganza; Extramuros con Manuel Picazo; El bosque animado y Amanece que no es poco, ambas con José Luis Cuerda. La lista es interminable y llena más de medio siglo. Fue premio de la Crítica Cinematográfica en 1980 por el conjunto de su obra y Goya de Honor en 2002, también por el conjunto de su obra. Tan discreto de carácter y con esa débil salud de hierro, es de esperar que nos dé muchos otros éxitos. Tiene que haber alguien que, como él, nos diga las verdades necesarias a los que nos acercamos a él. Si no, esto sería un desierto. Anunciación Fernández AntónMaría Anunciación Fernández Antón

Fernando Fernán Gómez: el genio al que llamaban dios

FERNANDO FERNÁN GÓMEZ: EL GENIO INABARCABLE E INCOMPRENDIDO Hablar de Fernando Fernán Gómez obliga por fuerza a ser caótico a la vez que selectivo, pues pretender abarcar su inmensa filmografía al mismo tiempo que sus muchos trabajos teatrales y su obra literaria de diverso tipo, nos llevaría a llenar cientos de folios que, por otra parte, ya han sido escritos. Voy a ser por tanto muy personal y a ceñirme a los aspectos que más curiosidad pueden suscitar: Nació Fernando Fernán Gómez en Lima (Perú) en plena gira teatral de sus padres, actores españoles, por Iberoamérica. Tal vez sea esa la causa de que este españolísimo actor y director, genio y figura de fama mundial, se queje de que, mientras su infancia transcurrió de la manera más natural entre escenas de amor, al llegar a la edad adulta, vio cómo tales escenas se le prohibían. Sea como fuere, Fernando Fernán Gómez se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y ya nunca renunció a esta formación, prueba de ello su ingreso en la Real Academia Española en el año 2.000 con un discurso de ingreso titulado La aventura de la palabra. Actor de rápido y duradero triunfo, director a su vez de reconocido prestigio, a su faceta de guionista se deben también algunas de las versiones de los clásicos españoles para la escena, como las tituladas El pícaro o Defensa de Sancho Panza, que otros actores han encarnado para la posteridad sobre las tablas. Pero su genialidad abarca también la pura creación literaria, y de ahí triunfos tan sonados como la obra teatral titulada Las bicicletas son para el verano, representada incesantemente hasta el día de hoy, o guiones de películas que llevan el sello indeleble de su personalidad y de su nombre, como El viaje a ninguna parte (1986), una de las muchas protagonizadas y dirigidas por él mismo, o Styco (1984) de cuyo guión y argumento es autor, además de protagonista. Es también columnista habitual del diario ABC, a la misma o parecida altura de Julián Marías o Francisco Nieva, y hasta llegó a finalista del Planeta con la novela El mal menor. De 2.001 data la publicación de otra novela titulada De capa y espada, sobre la muerte (y la vida) misteriosa y apasionante del conde de Villamediana, y todavía en 2.004, acaba de publicar la obra teatral El tiempo de los trenes, ambas en Espasa Calpe, editorial que tiene en depósito la mayor parte de sus obras publicadas hasta el momento, tanto en teatro (colección Austral) como narrativa y ensayo. Esto que para nosotros es un mundo, al referirnos a tan diversos géneros literarios, lo resuelve él de la manera más sencilla: "Empiezo a escribir y a medida que avanzo, veo si va a ir mejor para guión o para novela". Pero el libro más completo sobre Fernando Fernán Gómez es el que, sobre su persona y su obra, compuso el crítico Enrique Brasó con intención de abarcarlas completas y que, publicado también bajo el sello de la citada editorial en el año 2002, contiene una serie de entrevistas dedicadas a glosar de manera casi exhaustiva, su inabarcable figura. Este libro, titulado Conversaciones con Fernando Fernán Gómez, contiene un repaso completo de la labor de Fernando Fernán Gómez en cine, teatro y televisión, así como una biobibliografía de lo más completa de todo lo escrito sobre él hasta esa fecha. Cuenta en él Fernando Fernán Gómez, cómo, por ejemplo, cuando conoció a Jardiel Poncela, era ya jardielista empedernido, pues había leído sus cinco novelas (entre ellas, Amor se escribe sin h ó Espérame en Siberia, vida mía) que lo habían apasionado. Jardiel era por entonces el autor de la casa en el Teatro de la Comedia, donde Fernán Gómez actuaba en Los ladrones somos gente honrada y era por entonces un autor de proyección internacional, dado que trabajó de manera fija en las versiones españolas de las películas que se hacían en Hollywood. Y fue precisamente actuando en dicho Teatro de la Comedia, como Fernando Fernán Gómez conoció a José Luis Sáenz de Heredia, quien se lo llevaría al cine mediante una tentadora oferta: la película Raza. Era el año 1941, en la más inmediata postguerra. A partir de ahí, la nómina de títulos cinematográficos de Fernando Fernán Gómez pasa de doscientos, y en algunos ha sido a la vez director y actor, tan larga la nómina de uno como de otro. Su faceta de director se inicia con Manicomio (1953) y en una carrera fulgurante, dirige títulos ya clásicos de aquella etapa en blanco y negro, tales como El extraño viaje (1964) o Ninette y un señor de Murcia (1965), donde además es uno de los actores, amén de guionista. En 1974 dirige y escribe para televisión la serie en seis capítulos El pícaro, basada en textos de autores clásicos del barroco español, como Cervantes, Quevedo, Mateo Alemán, Vicente Espinel y el anónimo autor de El Lazarillo. Mi hija Hildegart llegaría a las pantallas en 1977 y El viaje a ninguna parte y Mambrú se fue a la guerra verían la luz ambas en el año 1986. En 1981 es la voz de Don Quijote de la Mancha en la serie televisiva de dibujos animados del mismo nombre. Se vuelca de nuevo en la picaresca que tanto le apasiona con Lázaro de Tormes, en el 2000, obra con la que este mismo año obtiene de la Academia de Cinematografía el Goya al mejor guión adaptado. A sus órdenes, El Brujo y Agustín González, entre otros. En 1993 protagoniza la serie Los ladrones van a la oficina, para la televisión, gracias a la cual Manuel Alexandre confiesa haber podido, por fin empezar a ahorrar.. Actor a su vez en casi doscientas películas, en alguna de las cuales se ha dirigido a sí mismo, como las citadas El extraño viaje, o Ninette y un señor de Murcia, o La venganza de don Mendo (1961), no ha abandonado nunca el teatro: Ya hemos hablado de Las bicicletas son para el verano y de El Tiempo de los trenes, dos de sus obras de creación literaria específicamente teatral. En 1992 creó para el teatro una obra sobre el tema que nunca deja de apasionarle, la picaresca. Es así como compone El pícaro: Aventuras y desventuras de Lucas Maraña, estrenada ese mismo año en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henares. En 2002 escribe para las tablas Defensa de Sancho Panza, un monólogo estrenado ese mismo verano en el Festival Internacional de Almagro, y finalmente traído a Madrid, al Teatro Infanta Isabel, siempre representado por el actor albaceteño Juan Manuel Cifuentes, con un éxito impresionante. Tanto, que la representación se prolongó en dicho teatro madrileño durante varios meses más de lo previsto. Es, como no podía ser de otro modo, gran recitador de textos poéticos, entre ellos los de Bertolt Brecht. Y todavía hoy, mientras escribo estas líneas, pone la voz en off en el Teatro Reina Victoria, a la obra Tres hombres y un destino, que llevan a cabo sus colegas de tantas producciones José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre y Agustín González. Sin embargo es un genio insatisfecho, algo que debe ser inherente a su condición de tal, lo que hace de él un ser doblemente atractivo, rodeado, salvo excepciones de personas incondicionales, de la más absoluta incomprensión. Con ocasión del estreno de La lengua de las mariposas (1988) en la que hace de maestro rural en la Galicia de postguerra, confesaría a Raúl del Pozo: "Cuando era joven, por luchar contra la timidez, ya era antipático. Siempre lo he sido". Ha protagonizado incluso algún escandalillo por mor de su carácter, lo que hace que yo lo admire más aún. Además, cualquier cosa que haga o diga este genio, tiene una repercusión enorme. Tanto mejor para los que no tenemos la oportunidad de hacernos oír. En cuanto a los premios, tampoco es mala cosecha: Estrenó los Goya, en 1987, llevándose nada menos que cuatro galardones. Efectivamente, como que hubieran estado esperándole, para él fueron, seguidos uno detrás de otro, el Goya al mejor director, a la mejor película y al mejor guión por El viaje a ninguna parte; y el Goya al mejor actor por Mambrú se fue a la guerra. En 1978 fue Premio Lope de Vega, que se concede cada año a la escritura dramática, por Las bicicletas son para el verano, obra genial que inmortalizara el actor Agustín González en el Teatro Español y que marcaría toda una época al retratar con mano indeleble la postguerra española en lo que Unamuno llamaría su intrahistoria. Posteriormente Las bicicletas son para el verano no ha dejado de reponerse y fue llevada al cine con gran éxito por Jaime Chavarri en 1983. Fue Premio Nacional de Teatro en 1984 y, ya hemos dicho que llegó a ser finalista del Premio Planeta, en 1987, con El mal menor. En 1995 fue Príncipe de Asturias de las Artes y en 1999, Premio Donostia del Festival de Cine de San Sebastián. "Los premios hacia la misma persona, por ser tantos, se desvalorizan unos a otros", dice él mismo para curarse en salud. Tal vez para compensar, hace más de treinta años que ostenta el Premio Limón, otorgado por la prensa. Ya hemos hablado más arriba de lo que él piensa sobre el mal carácter que injustamente se le achaca: es pura timidez. Sin embargo, lo más grande le falta aún por hacer y reconoce que le quedan muchos territorios y muchos saberes por explorar, culpa de ello, en parte, su pasión reconocida por la interpretación de personajes vulgares. Ha abandonado ambiciosos proyectos cada vez que le ofrecen uno. De ser así, lo vulgar tendría una acepción distinta a la que entendemos por tal. Hace dos días que vi El Abuelo, de Galdós y de J. L. Garci (1888), por enésima vez. Espero verla muchas más veces. Él tiene la cualidad de convertir lo vulgar en inolvidable. Anunciación Fernández AntónMaría Anunciación Fernández Antón

La Bardem, nada menos

LA BARDEM. NADA MENOS QUE TODA UNA AUTOBIOGRAFÍA La Bardem. Memorias. Plaza y Janés, abril 2005. 22 euros. Desconfío de entrada de los muy famosos. Pienso, casi siempre con razón, que todo ello puede deberse a una operación de marketing. Tampoco soy propensa a reírles las gracias ni a formar parte de su comparsa de admiradores porque ya son demasiados los que se dedican a eso. Por ello tardé en decidirme a leer este libro de memorias que se titula "Bardem", en letras muy grandes, y que lleva delante un "La" pequeñito, tan escondido que apenas se ve: La Bardem. Como NOTICIAS TEATRALES es una publicación que va dirigida a los 5 continentes, tengo que aclarar que el apellido Bardem da título a toda una raza de famosos actores españoles, cada vez más famosos y más grandes puesto que su fama se extiende gracias al más pequeño de ellos a todo el mundo globalizado, y que preside ahora mismo la matriarca, Pilar, autora del libro y persona de quien toman apellido sus hijos, de los cuales el coautor, Carlos, es el primero en edad. De todo esto me he enterado muy bien al leer el libro, que me he leído entero, repito, a pesar de su gordura, ¡y que no lo presto! Porque todos mis recelos contra el famoseo se disiparon en cuanto le hinqué el diente a este libro gordo, voluminoso, abriéndolo al azar "por mital medio", que es como mejor se sujeta un libro entre las sábanas, una noche de insomnio e inmediatamente vi que estaba muy bien escrito, con un estilo fluido y potente, ausente por completo de repeticiones, pero por encima de todo divertidísimo. Tanto que me dormí riéndome a carcajadas esa primera noche, lo que me hizo mucho bien. Después vendrían otras en que casi me hizo llorar y tendría que cerrarlo para no acabar haciéndolo, pero no muchas más noches ya que acabó ocupándome también los días desbancando así a todas mis otras devociones lectoras. Hay en él retratos, como el de Umbral, eficaces con sólo dos pinceladas definidoras de un carácter; el de Espartaco Santoni; el de Nieva, de quien tiene recuerdos entrañables y por el que guarda una admiración sin fisuras desde que la dirigió en La carroza de plomo candente y gracias al cual conoció al Nóbel Vicente Aleixandre, el poeta; de Jaime Salom, "extraordinario oculista que invierte todo lo que gana en estrenar sus obras de teatro"; de Adolfo Marsillach, quien la dirigió en Las Arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca, de José Martín Recuerda, y en Silencio se rueda, para la TV de Pilar Miró; de Fernando Fernán Gómez, un genio de hombre, un verdadero extraterrestre que, además de dirigirla en la serie El Pícaro, para TV, descubrió como actor a Javierito, un niño a la sazón; de su hermano Juan, difícil y controvertida la relación entre hermanos; de Alfonso Lusón, Zori y Santos, que le dieron trabajo en sus cafés teatros; el de todos los compañeros de profesión con los que compartió rodaje o escenario, vivencias y roces múltiples: Helga Liné, Teresa Vico, Laly Soldevilla, Juanjo Menéndez, Lola Flores, Tina Sáinz, Julia Trujillo, Rosa Valenty, María Luisa Ponte, Fernando Delgado, Charo López, Damián y Paco Rabal, Asunción Balaguer, Analía Gadé, María Asquerino, Concha Velasco, Paco Marsó, Marieta Dúrcal, Juan Diego, Jesús Puente, Agustín González... De sus amores, siempre azarosos y contados de manera mágica, con actores que también son hoy devociones mías y que salen reforzados al verlos en este libro. Repasa así la actriz sus experiencias en cine y en teatro, en la televisión y en la pasarela, famosa o no, solvente o suplicante, compartiendo y compatibilizando hasta cuatro trabajos a la vez, sin tiempo para dormir y siempre a verlas venir en cuanto a los dineros. De la lucha sindical, a la que ningún agobio la hizo renunciar. Y cómo no, los avatares de toda su familia, niños, padres, marido y criadas, heroicas algunas de éstas, como las de Galdós, que no sólo eran capaces de no cobrar sino que aportaban el fruto de otros trabajos al escaso peculio familiar porque consideraban a aquélla su verdadera familia. Todo está contado con una gran naturalidad, pero no se engañen, nada de desaliños del lenguaje ni faltas ni pecas que requieran comprensión para pasar adelante sino muy bien pensado todo y muy en limpio. Es como si Pilar Bardem recordara para sí misma y su hijo Carlos fuera mero transcriptor y eliminador de muletillas del habla, por la falta de concesiones al lagrimeo y una especie de distanciamiento que impide el regodearse, ni con lo bueno ni con lo malo. No sé cuál fue la división de tareas, pero hay una conjunción extraordinaria entre los dos y está escrito a la manera de una novela picaresca, en que los acontecimientos más serios, incluso los más dramáticos, se revisten de un humor cáustico y tremendista, pero sin una sola concesión a la frivolidad ni un solo guiño al lector, cuya complicidad se supone que se pide desde estas páginas de memorias. Es el libro de alguien que se lo pasa muy bien contando y que, salvo rarísimos segundos, no generaliza ni sermonea. Uno de los encantos del libro es que se detiene precisamente en los detalles ínfimos, aquellos que los clásicos llamaron primores de lo vulgar, y lo hace de una forma magistral, hablando sólo lo necesario y dándonos sin embargo todo un fresco de situaciones que a la manera galdosiana, sitúan ante nosotros la ya lejana postguerra y las gentes que la poblaron, ya sea en Madrid, Las Palmas, o en cualesquiera otras ciudades españolas. Es divertidísimo el viaje en tren, a la edad de 18 años, al encuentro de su novio, donde fue casi violada por uno de sus guardianes custodios. Con emoción creciente leí sobre la muerte de su madre, tan inesperada y viniendo de tan lejos, como un mazazo surrealista cuando era la del padre, más mayor, la que se anunciaba. La muerte del primer Javier, la de la primera Pilar, la lucha contra la miseria y la enfermedad, el encuentro con las buenas gentes (siempre aparece algún ángel protector, lo que justifica un cierto providencialismo en el relato aun viniendo de alguien que no se confiesa creyente). Emocionante, emocionante y emocionante. Emocionante y muy divertido. Apasionante es la palabra que mejor lo define y si no, no estaría yo aquí hablando de él. Sorprende en las fotos ver siempre a esta mujer rodeada sólo de sus hijos, a cualquier edad, y de sus hijos y de su nieto a edad más avanzada. Es como una foto de las que se hubiera recortado una figura, falta algo y ese algo llama la atención, porque por muy modernos que seamos, la cosa es llamativa. Cuenta, en efecto, Pilar, cómo se casó enamorada y jovencísima y cómo se fue desmoronando todo en torno al amor, asfixiándolo, al tener que hacer ella frente, casi en solitario, a las responsabilidades del hogar y la crianza de los hijos. Sin embargo lo cuenta desde las consecuencias en la vida cotidiana de todos ellos de aquel comportamiento, nunca juzga al padre ante los hijos. Llegó un momento en que odiaba los libros porque todo el dinero se iba en ellos, cuando en casa faltaba lo más elemental, y así el encanto de los irresponsables contrasta con el drama que originan en torno. La falta de dinero hace que el otro se vuelva villano y práctico, lo cual es injusto para todos, los niños lo primero, al estar escindidos en el amor. Por eso pienso que tal vez la causa de este libro sea también el explicar a sus hijos el porqué de esa ausencia en las fotos, para que entiendan que no fue ella la causante de la misma. Tiene razones para ser una gran actriz Pilar Bardem, puesto que ha vivido mucho y así lo confiesa. Y sobre todas las cosas, es muy de agradecer ese grito valiente e irrenunciable, sean cuales sean las circunstancias y los peligros a que se expone, ese grito de "¡Delante de mí no se humilla a ningún ser humano!", algo que viene muy a cuento en esta sociedad tan cobarde, cada vez más, que tenemos. Anunciación Fernández Antón María Anunciación Fernández Antó

Concha Velasco: la chica yeyé

CONCHA VELASCO: EL CARISMA INCANSABLE DE UNA CHICA YÉ-YÉ "Una señorita de Valladolid" ó "La chica yé-yé" son epítetos (bellísimos) que corresponden en exclusiva a una sola persona y todos sabemos quién es sin necesidad de mencionarlo: la actriz Concha Velasco. Como ocurre con todos los grandes personajes de la Historia con mayúsculas, ella ha hecho que palabras como éstas, tan ausentes de solemnidad por otra parte y que multitud de personas podrían apropiarse y atribuirse con toda lógica, porque en sí y por sí abarcan a multitud de seres, le pertenezcan por derecho a ella y sólo a ella hasta el punto de definirla por antonomasia. Y eso, repito, sólo ocurre con los grandes. Ella es por antonomasia, gracias a una película definitoria de lo que ella fue, aquella joven en quien todos pensamos cuando oímos decir "una señorita de Valladolid" y ella es también, sin duda, "La chica yé-yé", por una canción tan afortunada que después se hizo película y que todos finalmente cantamos. Ha sido la musa y compañera de actuaciones del Dúo Dinámico y ha compartido pantalla y escenario con los más grandes del cine y del teatro español, además de ser la partenaire indiscutible, en decenas de películas, del inefable Manolo Escobar. Lo ha sido finalmente durante mucho tiempo para varias generaciones de españoles y de hispanohablantes, pues la fama le viene de muy lejos y ahora, con la misma presencia menuda y ligera, que sin embargo llena por completo el escenario por grande que sea, Concha Velasco es, aquí y ahora, una escuela viviente de actores. Porque nunca le falta trabajo, al contrario, y por ello, porque se sabe querida y necesaria, nunca envejece. Una figura de fama mundial (véase el Diccionario Mundial de Actores) que cuando ve una tarima (escenario) se vuelve loca y no para hasta subirse a él (es su medio natural). Pero también una gran maestra que aprende a diario y que se pone como un flan cada vez que tiene que subirse a un escenario, por la responsabilidad, de ahí la gran humildad y la gran humanidad que destella. Tal pude comprobar, hace tan sólo unas breves fechas, nada menos que en el Salón de Tapices el Ayuntamiento de Madrid, yo no me muevo por menos. Paso a contarlo: La tuve muy cerca el pasado viernes, 28 de enero de 2005, cuando en el Salón de Cristales del Ayuntamiento de Madrid, actuó como madrina de la XXVI Semana de Cine Español de Carabanchel, que allí se presentaba. La habían elegido a ella y ella había vuelto a Madrid de su gira por España con la obra que ahora representa, junto a Nati Mistral, la obra de Gala Inés Desabrochada. Ya me resulta familiar el evento desde que en el mismo día y lugar conocí de cerca, pero el pasado año, al actor Agustín González, que oficiaba de padrino en aquella ocasión. Y entre la tristeza por el gran actor que nos acababa de abandonar y al que todos teníamos en el recuerdo y la necesidad de mirar hacia el futuro, todos estábamos un poco cariacontecidos y sobrecogidos. Casi nos parecía una traición empezar sin él una ceremonia en que se iba a hablar de cine español. Yo con más motivo, puesto que a raíz de conocerlo, inicié la sección de semblanzas de Noticias Teatrales titulada ¡A ESCENA! Mi gratitud hacia él considero que es, por tanto, doble o triple que la del todo el resto de la humanidad. Nos consolaban en el trance los ojos de Concha Velasco, que tenían un brillo de profundo sentimiento y a la vez de ánimo, porque Agustín González era uno de sus compañeros y amigos, pero la vida sigue. No hay más remedio. Estaba muy elegante Concha Velasco, de rubia y con abrigo a juego, negro y con pinceladas naranja, la chica yé-yé. Para colmo, se anunció allí mismo que el Cine España va a ser demolido en breve, con el propósito (al menos hay promesa, parece ser) de levantar en el solar un gran Centro de las Artes para el barrio de Carabanchel. Tuvo Concha, cuando le llegó el turno, una intervención absolutamente natural en que contempló a pie firme, con todos los allí presentes, un vídeo resumen de toda su carrera y a continuación, cuando por fin hizo uso de la palabra, dijo unas cuantas palabras verdaderas: "Qué va a ser del Cine Español cuando desaparezca el cine España (de Carabanchel), que está a punto de ser demolido en cuantito que termine esta XXVI Semana. ¿Será el viaje a ninguna parte?" Luego mencionó a multitud de compañeros que le habían ayudado en su carrera, dio las gracias a todos con sentidísimas palabras y posteriormente departió con todos hasta el final, pues para aliviar tanta tristeza, se sirvió una copa. El crítico Andrés Arconada, gran amigo de Concha Velasco, le leyó una carta cariñosísima que llevaba escrita (ya lo hizo el año pasado con Agustín González) en que destacó la huella dejada en todos con sus trabajos como actriz de teatro, de cine y de televisión, pero sobre todo resaltó su generosidad personal. Así, dijo Andrés, por poner un ejemplo de lo último, cómo agradecía a Nati Mistral el haberla puesto en cartel en la primera obra que hicieron juntas, siendo Concha entonces una casi desconocida, poniéndola ella a su vez en primer plano y cediéndole con ello tal puesto, en Inés desabrochada, obra de Antonio Gala con la que ambas recorren y han recorrido toda España. La obra ya lleva su rodaje, pues se estrenó en Santander en 2003 antes de llegar a Madrid en 2.004, y después de triunfar en el Teatro La Latina, siguen de gira. El autor Antonio Gala ha declarado escribir sus papeles de mujer madura pensando únicamente en ella, su Concha, y así lo hizo en Las manzanas del viernes (Teatro Fígaro, Madrid, 1977) y Más allá del jardín, película basada en la novela homónima de este autor que protagonizó Concha Velasco (c. 2000). A Concha Velasco tuve la suerte de verla de cerca mucho antes por primera vez, aunque siempre sobre el escenario, varias veces en El Teatro Alcázar cuando representaba La rosa tatuada (1997), de Tennessee Williams, y su voz desgarrada respondía al drama de la mujer abandonada por el marido que era su papel en aquella ocasión. Sus gestos eran los de una heroína trágica, hasta el punto de que los entendidos no pudieron evitar compararla con Ana Magnani, que también había hecho el papel en su día. Raro es poner la televisión y que no salga ella en cualquiera de los canales, pero sobre todo, y ya que de televisión hablamos, es inolvidable su interpretación de Teresa de Jesús, cuya voz y gestos serán para siempre los de Concha Velasco, pues su trabajo constituyó una verdadera recreación del personaje. En las tablas, se consagró con el éxito de Filomena Maturano (1979) y continuó con una serie de títulos entre los que destaca Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, de Adolfo Marsillach, junto a José Sacristán (1981), hasta el punto de convertir esta obra en un pequeño clásico que no deja de reponerse en televisión. En sus comienzos por los años 50, fue bailarina antes que actriz, y hasta artista flamenca con Manolo Caracol, por lo que fue titular del ballet de La Coruña y por fin aterrizó en la Revista de la mano de Celia Gámez. Era por entonces la Revista un género de enorme prestigio y en él descollaron artistas que se consagraron en él, como Esperanza Roy. De su largo e imparable caminar dan fe los innumerables premios que van desde el otorgado por el Festival Internacional de Valladolid en 1985 hasta el Puente de Toledo, que acaba de recibir ayer mismo (6 de febrero de 2005) otorgado por la XXVI Semana de Cine Español de Carabanchel. Géneros, se puede decir que los ha cultivado todos. La comedia fue durante décadas su género favorito, aunque con la madurez, ha demostrado su enorme carisma para hacer papeles dramáticos. Como digo, múltiples veces cerca en el escenario, nunca como hasta ahora en carne mortal. Y como dice Umbral, Concha gana con la cercanía, cuando se la ve sólo como mujer. Lo cual me parece un triunfo después de haber triunfado tanto en todos los escenarios.