domingo, 5 de marzo de 2023

Manuel Alexandre, maestro de ceremonias

MANUEL ALEIXANDRE: GENIAL MAESTRO DE CEREMONIAS Dos ruedas de prensa he tenido ocasión de presenciar con él como protagonista (multitudinarias ambas, llenas de gente entendida, yo sólo ojos y oídos en un rincón) y en las dos pude ver el absoluto dominio de la situación por parte de este personaje de apariencia tan endeble, pero de una energía tan fuera de toda duda, como es el actor Manuel Alexandre. Lo que da idea de su extraordinaria salud es oírle afirmar con absoluta claridad desde la atalaya de la edad casi innombrable: "El pasado no existe para mí. Sólo siento el presente y el posible futuro". Condiscípulo de Fernando Fernán Gómez y Rafael Alonso en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, reconoce sin embargo que "a veces me da un vuelco la memoria y me vienen de repente los años 50". Parece inevitable tener recuerdos. Pero como norma de vida, el pasado no existe. Otra norma tan sabia como la anterior es que cada vez le importa menos todo. La primera vez que lo tuve enfrente fue con motivo del estreno inminente de Atraco a las tres, el ya clásico título de José María Forqué reconvertido al teatro, en el Centro cultural de la Villa (Madrid), hará cosa de un par de años. La segunda fue apenas hace un mes, en noviembre de 2004, con objeto del inminente estreno, aquella tarde misma, de Tres hombres y un destino, en el Reina Victoria, función que desempeña actualmente junto a José Luis López Vázquez y Agustín González. En ambas, parecía a primera vista que a Manuel Alexandre lo del protagonismo le venía grande, cualquier profano podía pensar que quizás le habían colocado a él de adorno en esa posición de premimencia jerárquica que ocupaba en el centro de la mesa. O en consideración a sus muchos años, o a su impresionante trayectoria artística, pero no porque tuviera que decir él gran cosa allí, sólo representar. Todo esto se disipó en cuanto empezó a hablar y todos comprendimos que le reservaban a él ese sitio fijo precisamente para que resolviera. Que los del equipo confiaban plenamente en su capacidad resolutiva para todo tipo de cuestiones, ya que como dice él mismo: "Yo ya no me pongo nervioso con nada porque en el fondo me importa todo un pito, ¡verdad?". Afirma y pregunta a la vez, todos le ríen la gracia, que cada cual piense, y por eso lo habían puesto en el medio. Manuel Alexandre era, en efecto, el centro de la reunión en ambas ruedas y, sin pretenderlo, el objetivo de la mayoría de las preguntas. Con su voz nada estridente, más bien bajita, muy delgada pero perfectamente audible, muy bien timbrada, haciendo gala de una naturalidad en apariencia carente del menor esfuerzo, respondía con mucha calma a las preguntas, todas banales y repetitivas por otra parte, que indefectiblemente iban dirigidas a él. Y al final se cabreó. Las dos veces. ¡No se iba a cabrear si las preguntas iban todas en este plan!: ¿Cómo se siente al interpretar de nuevo este papel? ¿Por qué piensa que se acordaron de usted al elegirlo? ¿Para cuándo la próxima actuación al lado de Menganito? ¿Qué pensó cuando le concedieron tal premio? ¿Y de la crisis del teatro, qué piensa un veterano como usted? Hasta que él, con la actitud de aquel a quien cada vez le importa menos todo, se lanzó: "Vamos a ver, ustedes y perdónenme, pero es que ya estoy harto: Resulta que los periodistas españoles tienen ustedes fama de ser los más sagaces y de hacer unas preguntas muy interesantes porque son grandes entrevistadores. ¿Cómo es entonces, y créanme que me gustaría saberlo, que en las ruedas de prensa ustedes preguntan siempre lo mismo sin sustancia? (Con un hilo de voz y sonrisa de niño:) ¿Están esperando a que me levante? Llevamos aquí media hora y nadie pregunta nada interesante... Interesante para ustedes (Risas del auditorio), oigan. ¿Qué pasa, que están esperando que acabemos para cogerme a solas y preguntarme ya de verdad y de una vez lo que quieren saber de la obra? Si ya lo he oído yo, que ustedes no preguntan nada en público para que no se lo roben (Risas de los periodistas y de la empresa) y por eso lo guardan para sacar cada uno la entrevista con las preguntas que tiene preparadas y que ahora me harán en cuanto acabemos de hablar aquí todos. ¿Verdad? Pues ya me las pueden ir haciendo ahora, que después me voy". Y mientras argumenta de esta manera poderosa y sin posible marcha atrás ni propósito de la enmienda, parece que la voz se le va a quebrar en cualquier momento, ya que no ha dejado de sonreír como pidiendo disculpas. Pero qué va, está tan tranquilo como antes de empezar. Ahora, lo de irse lo cumple, genio y figura. La última vez, en la sede del productor Cornejo (Tres hombres y un destino), lo viví escasamente a cinco milímetros: Trío de jóvenes micro en mano y cámara en ristre, cuaderno de notas también, que se le acercan no bien acabada la reunión, después de la diatriba que acaba de lanzar: "No, no, ni hablar. Han tenido ustedes todo el tiempo del mundo para preguntarme, no me vengan ahora a avasallarme, por favor". Y lo hizo. Y no hubo más. Veamos ahora ese curriculum tan maravilloso, que empieza 1945, cuando debuta en los escenarios. Ya antes, con el estallido de la Guerra Civil, había abandonado la carrera de periodista para lanzarse al TEU (Teatro Español Universitario). Se inicia en la compañía de Társila Criado y Jesús Tordesillas, que representaba en el Reina Victoria "Cuando las Cortes de Cádiz", luego pasó a la compañía del Eslava y más tarde a la del Español. Con "Las de Caín", llevada en gira por toda España con Tina Gascó y Fernando Granada, se decantó definitivamente hacia lo cómico. Desde entonces, ha participado como actor en las más importantes obras de humor teatrales de los últimos treinta años, también en televisión: La petición de mano, de Chéjov, La venganza de don Mendo, de Muñoz Seca, esta última para el famoso programa de teatro Estudio 1. Más tarde Luces de bohemia, de Valle Inclán, Madre coraje y sus hijos, de Beretold Brecht, en versión de Buero Vallejo para la compañía de Lluis Pasqual. En 1993 le fue concedio de premio Pepe Isbert al mejor actor de reparto por todos sus trabajos en teatro. Actualmente expresa sus mayores preferencias por la televisión, que ofrece mejores condiciones y trabajos más cómodos y mejor pagados que el teatro e incluso que el cine. En ella, lo han consagrado series como Fortunata y Jacinta, Los ladrones van a la oficina (Premio Ondas 1993), Esa clase de gente, hecha con José Luis Prendes, Maruchi Fresno y Fernando Delgado... Gracias a Los ladrones... dice que pudo empezar a ahorrar en su vida, al llegar la serie a la segunda temporada. Hasta entonces, nunca. Tal vez por imperativos económicos, ha trabajado también más en cine que en teatro, ya desde 1947, con casi 300 películas en su haber: Con Berlanga ha rodado Bienvenido Mr Marshall, Calabuch, Los jueves, milagro, Plácido (que le valió el Premio Nacional de Cinematografía en 1962), Tamaño natural, París Tombuctú, Todos a la cárcel; con Juan Antonio Bardem, Calle Mayor, La venganza; Extramuros con Manuel Picazo; El bosque animado y Amanece que no es poco, ambas con José Luis Cuerda. La lista es interminable y llena más de medio siglo. Fue premio de la Crítica Cinematográfica en 1980 por el conjunto de su obra y Goya de Honor en 2002, también por el conjunto de su obra. Tan discreto de carácter y con esa débil salud de hierro, es de esperar que nos dé muchos otros éxitos. Tiene que haber alguien que, como él, nos diga las verdades necesarias a los que nos acercamos a él. Si no, esto sería un desierto. Anunciación Fernández AntónMaría Anunciación Fernández Antón

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