sábado, 4 de marzo de 2023

María Isbert

MARÍA ISBERT, GRAN CÓMICA DEL CINE Y EL TEATRO (1917-2011) María Vicenta Ysbert Soriano, más conocida como María Isbert, nació en Madrid el 21 de abril de 1917 y murió en Albacete el 25 de abril de 2011. Hija y madre de actores, murió a los 94 años después de 75 años en la profesión. Su familia siempre estuvo muy vinculada a la localidad de Tarazona de La Mancha, allí tienen una finca con sus viñedos y su ermita a la Virgen de la Soledad, de ahí que ella se encontrara en Albacete cuando le sobrevino la muerte. La capilla ardiente de María Isbert fue instalada en el Teatro Circo de Albacete, donde permanecería abierta al público hasta el momento de ser trasladada al panteón familiar del cementerio de Tarazona de La Mancha, y por eso, más recientemente, el Circo Price de Albacete le ha dedicado un homenaje al que asistieron todos sus hijos y nietos y muchos amigos. Esta actriz tan prolífica que intervino en 250 largometrajes, tuvo su debut en la obra dramática Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, en 1936, en la que compartía reparto con su padre, Pepe Isbert. Junto a él trabajó a lo largo de ocho años en su propia compañía teatral. "En el teatro siempre he sido muy feliz, ahora estoy muy vieja y lo echo de menos, pero lo revivo otra vez a través de la memoria", eran sus palabras cuando en 2008 recibió el homenaje de la Academia de Cine, la placa que la reconocía, a sus 91 años, como miembro de honor de esta institución. En esta ocasión, acompañaban a la intérprete, sus hijos, y amigos como Manuel Alexandre, Pepe Sancho, Álvaro de Luna, Teresa Rabal o Tito Valverde. Muchas son las instituciones que le ha rendido homenaje por sus casi ocho décadas de carrera y ha tenido una vida larga en años y rica en aventura, en hijos y en trabajos de teatro, cine o televisión."A estas alturas lo único que sé es que la vida funciona como una tragicomedia maravillosa. Se anda entre susto y susto entre muchas cosas bonitas". Así era la vida para María Isbert, una de las grandes cómicas de reparto que ha dado el cine y el teatro español del siglo XX. Y se va sin celebrar sus bodas de platino con la profesión a la que se entregó durante tantos años sin perder nunca la ilusión por actuar, qué joven era. Su padre, el gran actor Pepe Isbert, hizo lo imposible para que su hija no se dedicara a la revista sino que se preparara para la vida estudiando una carrera. Aunque, eso sí, en muchas ocasiones la actriz señaló que todo lo que logró fue gracias a su padre, que le advirtió que para ser una buena actriz había que prepararse. Pero la guerra impidió su proyecto y desde el principio no paró de trabajar. Se casó a comienzos de los años 1950 con el profesor de húngaro Antonio Spitzer y con él tuvo siete hijos, lo que haría que abandonase el teatro para dedicarse a su familia. No así el cine, en el que realizaría trabajos tan reconocidos como Recluta con niño, de Pedro L. Ramírez (1955); El rey de la carretera (1956), de Juan Fortuny; Lo que cuesta vivir (1957), de Ricardo Núñez; Los ángeles del volante (1958), de Ignacio F. Iquino; y El gafe (1958), de Pedro L. Ramírez, El indulto, de José Luis Sáenz de Heredia; Un rayo de luz, de Luis Lucía (1960); Viridiana de, Luis Buñuel (1961), La gran familia, de Fernando Palacios (1962), El verdugo, de Luis García Berlanga; Un demonio con ángel, de Miguel Lluch (1963); Más bonita que ninguna, de Luis César Amadori (1965); o La mujer perdida, de Tulio Demicheli (1966). La muerte de su marido en 1968 le hace volver al teatro, esta vez con la Alfonso Paso ¡Cómo está el servicio! para la compañía de la actriz Florinda Chico. A esta obra la seguirían otros éxitos teatrales como Milagro de Londres, Lo mío es de nacimiento, Los chaqueteros, Un espíritu burlón, El cianuro solo o con leche y El día que secuestraron a papá. Igualmente en la pequeña pantalla dejó memorables interpretaciones, casi siempre de registro cómico, en series como Escuela de maridos (1963-64), La casa de los Martínez (1967-1971), al igual que en el exitoso Estudio 1. A pesar de que su pasión era el teatro, llegó a participar en más de 300 películas. Su actividad en el cine hizo que estuviera unos años retirada de los escenarios, aunque en 1968 se reincorporó al teatro para intervenir en la compañía de Florinda Chico, en la obra de Alfonso Paso ¡Cómo está el servicio! En 1981 reapareció, una vez más, con Los chaqueteros, de Antonio D. Olano y un año después, estrenó Rematadamente locos, de Víctor Valldey bajo la dirección de Eugenio G. Toledano. En noviembre de 1986 celebró sus bodas de oro en el teatro y ya convertida en una actriz de gran presencia en la televisión, interpretando un papel de cómica en la obra Patatús, dos años después rodó en Albacete Amanece que no es poco, del director José Luis Cuerda. Durante 1994 intervino en la grabación de la serie de TVE Villarriba y Villabajo. Sus últimas apariciones en el cine han sido en La Gran aventura de Mortadelo y Filemón, bajo la dirección de Javier Fesser, R2 y el caso del cadáver sin cabeza y Semen, una historia de amor de Inés París y Daniela Fejerman. Muchos son los que han aportado testimonios de su forma de ser en el escenario y fuera de él, con ocasión de los homenajes recibidos y todos los periódicos importantes le han dedicado sentidas despedidas: En teatro trabajó ya octogenaria con el escritor y humorista José Luis Coll en Cianuro... ¿solo o con leche?, obra de humor negro de Juan José Alonso Millán, que fue dirigida por el propio autor. Era una adicta al humor negro. Llegó a afirmar que había heredado de su padre el gusto por las noticias de sucesos: "Las veo todas, y mientras lo hago, paso un rato muy amargo. ¡Cómo son las cosas!". El actor Pepe Viyuela fue uno de los últimos que trabajó con la actriz, haciendo de hijo suyo en Mortadelo y Filemón, la versión cinematográfica de los populares personajes de Ibáñez, que dirigió Javier Fesser. "Aunque Fesser la decía que no se forzara, ella replicaba que había que intentarlo, por encima de todo", relataba ayer Viyuela. "Ella preguntaba antes que nada qué había que hacer, lo intentaba y lo conseguía. Aunque era muy impactante trabajar con una cómica de su talla, ella te preguntaba, te consultaba, y te hacía sentir importante, nunca pretendía enseñarte nada y su humildad, y la capacidad de hacerte sentir actor, era impresionante", sostiene Viyuela. Andrés Peláez, director del Museo Nacional del Teatro, trató a María Isbert en profundidad durante la entrega del Premio José Isbert de Teatro, en Albacete, a Mari Carrillo, gran amiga de la actriz desparecida: "El diálogo entre las dos actrices era absolutamente delirante. Como si lo hicieran Mihura y Jardiel Poncela. Es decir, el absurdo total. Pero si algo me quedó en el recuerdo, de María, era el amor infinito de una madre con sus hijos y nietos. Y viceversa. No he visto nunca tan claramente desarrollar en esto el papel de una primerísima cómica como lo hacía la Isbert", señala Peláez. Creyente y practicante desde antes de hacer la primera comunión, Isbert declaró en más de una ocasión que desde muy pequeña comulgaba diariamente: "Los actores somos muy creyentes, todos tenemos los camerinos llenos de estampitas y hasta el más ateo se santigua tres veces antes de salir al escenario", decía. (Testimonios publicados por Rosana Torres, El País 26/04/2011) Y éste es el testimonio que aportaba el 25 Abril de 2011 Lluís Fernández en la edición de Valencia de La Razón: María Isbert fue una de las actrices cómicas más queridas y respetadas de la profesión. Su inclusión en un reparto era garantía de éxito popular. María Isbert pertenece a la vieja estirpe de las geniales damas del teatro y el cine español, encabezadas por Guadalupe Muñoz Sampedro, Julia Caba Alba, Isabel Garcés, Mari Carmen Prendes, Rafaela Aparicio, Aurora Redondo y Mary Santpere. Muchas de ellas figuras centrales de las sagas de actores que han configurado la escena española como una gran familia. A falta de grandes intérpretes y galanes portentosos, España ha proporcionado a la escena patria geniales actores y actrices de reparto, cuyo físico, no muy agraciado, los empujaron a la comedia y a protagonizar colectivamente lo mejor y lo peor del cine español. «A mí, por ejemplo, me ha merecido la pena no ser guapa porque había tantos papeles de secundaria que he trabajado en más de 300 películas con mis papeluchos», confesaba María Isbert en una entrevista. Además, la Isbert era parte fundamental de otra de esas sagas que unen el ayer del cine español con el presente. Su padre, Pepe Isbert, es sin duda uno de los mayores actores del cine español y ella una magistral intérprete y madre del actor Tony Isbert. Fueron tantos los papeles cómicos que protagonizó María Isbert en las comedias en blanco y negro de la posguerra, en el cine en color del desarrollismo y el destape del cine de la Transición que resulta fácil encasillarla en el papel de chacha o maruja respondona y metete, de pelo alborotado y ojos abiertos y desafiantes pero siempre con un aire triste, conmovedor. Una actriz que robaba el protagonista a sus compañeros de reparto sin apenas notarlo en los pocos minutos que le dejaban los directores. Cada vez que aparecía la Isbert, la cámara se detenía, apenas un instante, para celebrar su singular fotogenia y lamentar las pocas veces que tuvo la oportunidad de demostrar lo gran actriz que era. Como hizo en el teatro y en películas tan dispares como «Amanece que no es poco» (1989), «La gran aventura de Mortadelo y Filemón» (2003) y en el corto «Envejece conmigo» (2005), de Alberto Moreno, en el que lograba una de sus mejores caracterizaciones en un papel de viejecita que encara, sin diálogo alguno, la recta final de su vida. Yo, quien les habla, la conocí personalmente una mañana no hace muchos en años en el Ministerio de Cultura, un día en que se presentaba el Festival de Teatro de Málaga. Qué mujer tan espontánea, natural y acogedora. Trataba a todo el mundo por igual, no se le iban los ojos detrás de los organizadores, ni de los reporteros del corazón, sino que estaba agusto rodeada de gente anónima y joven que se reía con sus ocurrencias y admiraba su forma de expresarse, tan natural y tan cómica, lo llevaba en la sangre. De repente, ella tenía ojos sobre todo para su Tony, el actor Tony Isbert, único de sus hijos allí presente, y me dio la impresión de que ambos estaban muy unidos. Él iba y venía al tiempo que merodeaba a su alrededor, siempre pendiente de ella, y en un momento dado vi que ella le cogía la mano y ya no se la soltaba hasta que él, forcejeando, se ponía de nuevo en marcha. Era un diálogo mudo que había entre ellos dos y que discurría paralelo al que ella mantenía con todos nosotros. Luego conocí a otro de sus hijos, empresario de éxito y escritor en la Costa Azul, en Cannes, José Spitzer Isbert, uno de cuyos libros contiene precisamente sus Historias inmortales, glosando la amistad entre su abuelo Pepe Isbert y Jacinto Benavente. Estas lecturas y estas amistades me dieron la oportunidad de conocer mejor en lo humano a esta gran actriz que se nos ha ido, y su gran conexión sentimental con sus raíces de La Mancha. Nunci de León Nunci de Leó

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