martes, 7 de marzo de 2023

Saza, el pequeño de los Saza

SAZA. EL PEQUEÑO DE LOS SAZA "Yo soy Saza. Saza a secas, como mi padre, mi abuelo y todos los hombres de mi familia. En mi familia todos los varones hemos sido siempre Saza y sólo Saza. Y yo de pequeño era 'el pequeño de los Saza', que estaba loco porque me aprendía de memoria los personajes del teatro y los repetía en voz alta en el patio durante los recreos: El pequeño de los Saza está loco, decían, pero a mí no me importaba, yo a lo mío. Aunque luego en la función de clase no actuara, por mal comportamiento. Yo iba al teatro con mi padre los domingos. Los domingos, al salir de misa, íbamos a comprar un postre y mi padre sacaba las dos entradas. Después de comer, mi padre tenía una tertulia, era comerciante en Barcelona, y yo lo acompañaba a la tertulia. Y mientras charlaban, yo, que andaba por allí, me acercaba de vez en cuando ¡con mucho respeto! a la mesa donde estaba mi padre. Sin decir nada, claro, esto no se podía, hasta ahí podíamos llegar. Y él me decía: Todavía no, todavía no." Quien así nos tiene embobados se para un momento antes de continuar con sus andanzas de aprendizaje como actor. Es el otoño de 2.001, Tertulia de Garibaldi, Lunes de Teatro, que nunca antes lo había tenido yo tan cerca a José Sazatornil, Saza, tan cerca como para mirarlo a mis anchas fuera de los escenarios. Y es verdad que parece un personaje del barroco con esa palidez tan grande, con esa estilización tan suya, uno de aquellos que a él tanto le gustaba aprenderse de memoria en el colegio para recitarlos en el patio a solas mientras los demás niños jugaban. Y desde luego lo sería, si no fuera por ese bigote delgado como una línea, tan característico. "Yo iba para galán serio -continúa- y mis primeros papeles fueron de galán. Pero la gente empezó a reírse cada vez que yo salía a escena y claro, aquello no se podía. Y a mí me sentaba muy mal, eh, porque yo quería ser galán. (Risas). Yo era galán, ojo. (Más risas). Galán serio, trágico. Me sentaba muy mal que se me rieran en las barbas, pero no había manera. Hasta que no hubo más remedio que empezar a darme papeles cómicos. Dijeron: oye, que con éste se ríen. Y así fue como empecé. (Silencio. Estamos embobados.) A mí esto al principio me sentó muy mal, fatal. Pero eso fue sólo al principio, porque ahora, cuando oigo que se ríen me entra una alegría tan grande, que bajaría al patio de butacas y daría un beso a cada uno de los espectadores. (Pausa.) A las señoras primero, claro." -¿Cuál es tu personaje preferido, Saza? -pregunta un tertuliano, uno de los pocos que han salido de su asombro. "Ninguno. Los quiero a todos por igual, no tengo predilecciones, les debo a todos muchísimo. A todos les estoy muy agradecido". -¿Y cuál te falta por hacer? -se anima otro tertuliano-. Ese con el que sueñas y que todavía no has hecho. "Ninguno. Estoy encantado con todos los que he hecho y no echo de menos a ninguno. No hubiera deseado hacer ningún otro más que los que he hecho. Por otra parte, con el personaje no se sabe nunca qué es lo que va a pasar, porque uno hace lo que puede pero luego todo depende del público. Mira, ahora llevamos año y medio en El Español cuando sólo contábamos estar tres meses. Y ahí seguimos. Y que dure por muchos años". (Risas. Se refiere a "Los habitantes de la casa deshabitada" de Jardiel Poncela, un éxito rotundo de público y totalmente inesperado). "Y yo hago de esqueleto en la función, así que ustedes dirán. (Sin transición:) ¿Saben ustedes que estoy muy contento de estar aquí? Y estaba muerto de miedo, que conste. Pero eso era antes de venir aquí porque pensaba que ustedes iban a ser muy duros conmigo y que me iban a someter a todo tipo de preguntas incómodas. Sobre todo después de ver al señor del otro día, que ése sí que era un sabio. Pero ahora que los veo a todos ustedes tan risueños y tan simpáticos, pues ya me encuentro mucho mejor. Son ustedes muy majos, sí señor, y les estoy muy agradecido. Y ahora me sacarán ustedes en brazos y gritarán: A la de tres! ¡A la de tres! Y yo me creeré que van ustedes a llevarme a un restaurante de tres tenedores, pero será que me van a dar tres coscorrones contra el dintel de la puerta antes de arrojarme a la calle, que es lo que se hacía con los malos actores". -¿Cómo te haces con el personaje, Saza? -se anima a preguntar otro de los asistentes a la tertulia. "Yo empiezo a leerlo y el personaje me va diciendo cosas. Y así una y otra vez hasta que me lo aprendo de memoria. Y entonces ya me dice de todo porque ya es mío. O yo de él, según se mire. Así es como yo me hago con ellos, o ellos conmigo. Y ésta es la razón por la que no trabajo más en televisión. Lo digo con toda humildad, eh, que yo para eso no valgo porque me lo tengo que estudiar hasta aprendérmelo de memoria: Que cuando mandan un taxi a buscarte a las 6 de la mañana, bien temprano, te vas repasando el guión que te dieron el día antes, y eso para mí es fatal, que ya digo que me lo tengo que llevar sabido al dedillo, y si no, no sirvo. Pero es que cuando llegas al estudio, te quitan el papel y te dicen: éste no es, es este otro. Y yo no puedo. Ahora, en cine sí, porque esto me lo respetan, Berlanga me ha llamado para todas desde que hice La escopeta nacional, lo que pasa es que no siempre puedo, pero llamarme, siempre. (Sin transición.) Yo estoy muy bien aquí con todos ustedes. Son ustedes muy majos y no me han hecho ninguna pregunta incómoda, les estoy muy agradecido". Y un día lunes, algunas fechas más tarde, en la misma Tertulia de Garibaldi, alguien habló de las grandes figuras del teatro que habían muerto literalmente de hambre, o en estado de abandono casi completo. Y del miedo que tenían algunos a acabar igual por la misma razón, lo que motivaba una enorme austeridad en bastantes de ellos. Tacañería, dijo alguno. Maledicencias de cómicos, salió a relucir el nombre de Saza: -Uy, ése no sale nunca por las noches, nunca le verás por ahí. Y cenar, cena una sopa. Una sopa y una loncha de jamón York, no cena nada más. -Pues a mí Saza me ha invitado a comer -dijo Cornejo, el productor-. Y a cenar -añadió alzando la voz y creciéndose varios palmos ante mis asombrados ojos. -Pues si vas ahora (eran las 10 de la noche) a su casa, ya sabes lo que vas a cenar: una sopa -concluyó el maldiciente, que era un autor de éxito. Y yo pensé para mis adentros: Si yo tuviera la suerte de llegar una noche de invierno a una casa. Y que esa casa fuera la de Saza. Y que después de informarse por la criada de quién era yo, me invitara a pasar y a compartir su cena, con esos modales educadísimos de gran señor barcelonés asentado en Madrid. Y que una vez sentados los dos en torno a la mesa camilla, bien abrigadas las rodillas con el faldón de paño, empezara él a decirme entre sorbo y sorbo a la sopa: "Yo, sabe usted, soy Saza. Saza a secas. Y todos los varones de mi familia hemos sido siempre Saza y nada más que Saza. El pequeño de los Saza..." ¡Y qué más quisiera yo que ser esa viajera! Nota: Este texto fue publicado por la revista ACTORES en el número de diciembre de 2003 y nos ha sido cedido por la autora. María Anunciación Fernández Antón

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