martes, 7 de marzo de 2023

María Fernanda DÓcón y María Jesús Valdés

MARÍA FERNANDA D'OCÓN Y Mª JESÚS VALDÉS, DOS DAMAS DE ROMANCE Madrid, 24 de mayo, 8 de la tarde. El espacio era ameno, pues se trataba del Casino de Madrid en la Calle Alcalá, foro ya de cultura y no de juego, donde los libros conviven con la nouvelle cuisine y demás zarandajas rococó por techos y escaleras (no hay culpabilidad en ello, que todo esto es cultura, ya lo vamos entendiendo las masas cerriles) en una armonía difícil pero lograda. Salón Real, augusta denominación que ya de por sí invita al descanso, tanto más logrado cuanto que uno asiste al grato evento en calidad de último mono y así es como debe ser. Lo demás, vanidad de vanidades, dijo El Eclesiastés. Ya había allí abundante surtido de académicos (Gregorio Salvador, muy seco él, de la Lengua; Gonzalo Anes, encantador, de la Historia) y teatreros (Gustavo Pérez Puig, siempre accesible), algunos que reunían las dos características juntas (Antonio Mingote, todo gentileza) y celebridades en general del mundo de la cultura y hasta de la política (el exalcalde de Madrid José Luis Álvarez, Federico Trillo, Fernando Suárez, Marina Castaño) como para que una no pudiera tomarse un merecido descanso entre tanto canapé indescifrable y sopa de ajo de diseño. Y por encima de todos ellos, dominando el espacio escénico como una aureola, las dos damas del teatro español y universal cuya presencia ya habría bastado, y de hecho bastaba, para llenar y aún iluminar por sí sola, aquellos salones: María Jesús Valdés y María Fernanda d'Ocón. Tan era así, que el mayor acierto de los organizadores del acto era el haberlas convocado juntas a ellas dos como anfitrionas y madrinas y como reclamo al fin de la fiesta. Dos auténticas damas de la escena que hacen grande hasta lo más ínfimo. Porque el evento no eran ellas, eso estaba claro y era evidente que ellas estaban sólo de adorno y acompañamiento, pero el que las invitó bien sabía lo que iba a ocurrir y a eso vamos, que cuando pienso que Jaime Campmany fue crítico teatral en sus inicios periodísticos, doy saltos de alegría sólo de pensar en el brillante porvenir que me espera. Pues se trataba, en efecto, de la presentación de un libro del citado periodista Jaime Campmany, un libro de romances modernos titulado nada menos que "Romancero de la Historia de España. De Atapuerca a los Reyes Católicos)", título que nos hace esperar (o temer, según se vea) una segunda parte para los más de cinco siglos que quedan sin tocar. La editorial, LA ESFERA. La concurrencia, numerosa. Bien. Hasta aquí todo de lo más trivial, pues ya sabemos que en Madrid, cualquier tarde a esas horas, o das una conferencia o te la dan. Pero el avezado periodista echó mano, en un acto de sagacidad envidiable por demás, de sus conocimientos y de su experiencia como crítico teatral, para invitar, so pretexto de que recitaran sus romances, a las dos damas cuya actuación estelar no sólo le iba a resultar útil a la hora de realzar la indudable calidad de los octosílabos sino también para llenar con su sola presencia los locales del Casino y asegurar de este modo el éxito total del evento y del libro. Así, cuando los oradores que escoltaban al autor en la mesa (Gonzalo Anes, presidente de la Real Academia de la Historia, y Federico Jiménez Losantos, de la COPE) concluyeron su papel de oficiantes padrinos, cuando a los parabienes y felicitaciones de los padrinos se sumaron las palabras del propio autor agradeciendo la presencia allí de todos, se concretó la sorpresa largamente anunciada de las dos actrices madrinas intervinientes, y fue sólo entonces cuando las dos damas, sentadas hasta entonces entre el público asistente, subieron al estrado para recitar. En ese momento María Fernanda D'Ocón tomó por su cuenta el Romance de Florinda La Cava y el rey Don Rodrigo, no el que escribiera aquel poeta anónimo del XV sino el del libro de Campmany, y le añadió todo el ardor guerrero y pasional que ella es capaz de crear para tales personajes sobre un escenario. El escenario que sea. A continuación fue el turno de María Jesús Valdés y con ella en el estrado, La Jura de Santa Gadea, que tan mal deja al gran rey Alfonso VI, pareció que suavizaba, al conjuro de su voz, las rencillas entre reyes y nobleza. Las dos cosecharon enormes aplausos y lo único que puedo desear es que cunda el ejemplo y que se repita el caso. Ojalá que para cualquier evento se contara con las gentes del teatro porque seguro que ellos sabrían poner, con sus actuaciones, el punto de reflexión en medio del desbarajuste que suele reinar en las reuniones y "saraos" culturales en general. Y quién sabe si ello acercaría a las gentes al teatro haciéndolas acudir más tarde a las salas. Nota: Mientras escribía este artículo, la autora tuvo que hacer grandes esfuerzos para que no le salieran pareados. María Anunciación Fernández Antón

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