sábado, 28 de junio de 2008

Atacá y sin dormir

Estoy atacada de los nervios. Contra todo lo esperado, Rodrigo, el organizador del Festival de Almada, me sorprende esta mañana con que estoy invitada. Y el Festival empieza el día 4. Le he dicho que sí, que me diga él qué día pueden ir a buscarme para llevarme a Costa Caparica. Así me dijeron en Cádiz que lo hacían, pero desde octubre no me han dicho nada más y ahora me dice que sí, que cómo lo dudo y que me ponga en camino. ¿En camino a dónde? Yo sólo pienso ir a Lisboa, tal como me dijeron, de lo demás que se ocupen ellos. De momento, así lo dejo. Ayer me llegó la invitación para Castilla y León, La Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo que, menos mal, es a finales de agosto. Ya les contesté inscribiéndome, es una inscripción seria que te hace especificar los días, las dormidas, etc. En Portugal, vivalavirgen, ni inscripción ni nada, que digas tú la vaina.
No he dormido nada porque anoche, cuando volvía de Palace (y esto lo cuento porque es cultural, aquí otra cosa no cabe) a eso de las 3'30 de la madrugada, me encuentro con toda la Plaza ocupada (la de los Moros, la de los Carros, de las dos maneras se llama) por la litrona. Excepto las bolsas y botellas por el suelo, todo era de la mayor civilidad: sentados o de pie, en corrillos o en parejas, aquello era una armonía total. Una verdadera fiesta del intercambio y de la tertulia. De repente, dice un chico: "Hablando del rey de Roma" y todos alerta vemos llegar al mismo tiempo a no menos de 6 motos de policía. La desbandada es inmediata y las botellas, las de refresco, algunas de dos litros mediadas de contenido, allí se quedan, no así las de licor, que siguen a sus dueños desplazándose por las callejas laterales a la plaza. Yo me fui tb por miedo a ser yo capturada como ejemplo, siempre tiene que haber algún tonto útil, pero no tenía sueño y volví. Para colmo en casa, en el piso de al lado, los viernes tb hay tertulia toda la noche, con lo cual. En aquel momento a la plaza llegaba unos titiriteros que lanzaban al aire unas hogazas pilladas en la basura que alguien había desparramado toda antes de pasar yo, muchas hogazas tiradas vi, no sé qué habrá pasado con la previsión del pan, y que empezaron a dar cuenta de los hallazgos: aquí un cartón de morapio, allí media Coca. Antes había pasado un mendigo de los muchísimos que duermen en el pórtico cegado de San Andrés que da a La Paja y había hecho buena provisión de todo lo que tuviera algún grado, de manera que los titiriteros se quedaron con lo de menos precio. Curiosamente un grupo de bebedores tertulianos no se había mivido. Los polis estaban con sus motos al lado de la iglesia, y este grupo, a lado de la fuente, bien visible, tan tranquilos. Por fin los polis se toman su tiempo, suben a las motos y van, las cucarachas locas, poniéndose moradas de todo lo arrojado al suelo en la huida o por los polis, según me contaron unas chicas que allí seguían sentadas en el suelo, esto último es ritual. Van los polis al grupo, descabalgan sus motos y se ponen de charla con los chavales que ni se inmutaron y debían saber muy bien sus derechos porque ni se inmutaron ni se oyó una voz, la policía se fue (supongo que llegaron a un pacto a una promesa de acabar cuanto antes) y ellos siguieron allí lo que creyeron conveniente. Los restos de éstos, que por fin se fueron vía Don Pedro, les vinieron muy bien a los malabaristas. No tenían tabaco y tan desvelada estaba que subí a buscar el que guardo como reliquia. Cosa curiosa, le entrego el paquete a uno de ellos y al poco me viene otro: ¿Usted tenía un paquete, señora? -Ya no, lo di. Creí que estábais juntos. -Ah, perdone. Y no le pidió un cigarro al colega al que yo se lo había entregado. Sí vi no en cambio un mendigo lenguaraz que contaba un chiste tras otro y era conocido del grupo y recibió un cigarro, no el supuesto colega que ni lo pidió. A la drogadicta guapa, cómo tuvo que ser esa mujer de joven, se la llevaron a la fuerza dos (conocidos, habitantes perpetuos de la plaza) a tomar una cerveza, ella quería dormir sobre un banco, estaba agusto, decía, pero la levantaron por la fuerza. Uno era un tipo casado y con hijos que es camarero de profesión. Los titiriteros tenían una guitarra, dos chicas eran preciosas y los chicos parecían universitarios disfrazasos. Ya casi a las 5, llegó un grupo de chicas que sin escrúpulo ninguno, descubrieron a gritos las litronas con algún resto dentro tiradas en el suelo y con júbilo inenarrable las guardaron en una mochila mientras una de ellas exclamaba: Métemelas en la mochila y vamos a mi casa, que tengo yo un congelador divino, hemos hecho el tesoro de la noche. Eran monísimas, vestidas a la última, con una camaradería ideal. ¿Verdad que no hacemos mal, señora? Digo: Al contrario, en la naturaleza la mayor función social la hacen los carroñeros. Después me arrepentí, pero ellas no se lo tomaron a mal, me hubiera ido con ellas de tertulia aunque no me hubiera amorrado a las litronas, no creo. No se puede querer todo. Ellos fueron los que me garantizaron que podía estar tranquila porque eso se repetía cada noche. Los de Selur llegaron, vieron la cosa, hablaron por sus móviles y arrancaron de nuevo hacia otros escenarios. Fueron los que me dijeron se vuelven locas, por las cucarachas. Alguno había abandonado, en su huida, el cigarrillo a punto (despellejado y temblando) para el tema, como los amantes de Pompeya al ser sorprendidos por el volcán.

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