lunes, 23 de junio de 2008

verano y películas

Estoy teniendo suerte con los libros, me enfrasco con un interés que creía olvidado en Verano, de Manuel Rico (Alianza Literaria), y me dejo atrapar por la intriga, pero más que nada por lo bien descritos que están los personajes y los ambientes. Sólo en este orden de cosas se le puede perdonar la cantidad de llamadas a la literatura, con títulos en cursiva y autores con su nombre completo alusivos al verano o a la palabra en sí (Pavesse, Hortelano), lo cual es como un rompimiento de la cuarta pared, un aquí hay un gran lector que os hace guiños a otros lectores tan apasionados como él y contemporáneos, etc., sobre las lecturas que quiere compartir para que entendáis lo que significa para él la palabra verano. Todo ello forma una amalgama narrativa muy bien llevada que resulta apasionante y que llega a excitar la curiosidad hasta el punto de no querer dejarlo para más tarde. Tampoco disminuyó mi interés por el libro el verlo al autor en el I. Cervantes el día que presentó el disco Lebrijano, rebuscando entre las sobras del escaso y desorganizado festín (yo me emborraché de vino tinto a falta de comida) con el mismo traje claro que el día de la presentación en el Hotel La Reina, Gran Vía 22, y el saber por una revista de ese mismo centro que es no sé que cargo del Cervantes. Un branché, que dirían los franceses. Estoy metida ahora hasta las trancas en a ver qué pasa con los "regresados" que llamo yo, esos personajes aparentemente sin historia a los que un anónimo ha puesto a recordar su pasado, pero no me molestan las digresiones, ya digo, sobre el paisaje mallorquín, que conozco, y el de la Sierra madrileña.
No coincido con él en que las fiestas de los pueblos le parecen míticas, hermosas, todos en pandilla a los sones de la orquesta, reunidos gozosamente y encantados de conocerse todos, con todas las generaciones mezclándose, cosa que a mí siempre me parecieron un horror y una tortura. Esas fiestas. Con todo el mundo al acecho a ver qué hace el vecino, o la chica del vecino, si baila o se está parada, si tiene novio o no lo tiene. Como sensación, me vale, pero a mí no me engaña sobre lo que esconde todo eso.
Caos calmo, la peli italiana que vi en el Princesa, tb empieza en un verano con un rescate de dos casi ahogadas por parte de dos hermanos, pero al volver a casa el mayor encuentra a su mujer muerta, lo quele marcará en adelante todo el año. Hay grandes excesos, como la escena de amor imaginaria con la mujer salvada por él, pero en general la película es fabulosa, Nino Moretti creo que se llama el prota, más un montón de apellidos célebres como comparsas.
Lo de la marica de la pubella, exprensión tronchante que capturé anoche, viene a que cada vez hay más gente que rebusca sin ningún pudor entre las basuras, en las papeleras, etc, por la calle Arenal al cierre de los restaurantes. Anoche, tras el partido exitoso para España, mientras la poli debía estar repartiendo estopa en Colón-Recoletos, me paseo por ella y veo a un anciano estirado que parece Drácula, al que conozco de verlo en Palace y que baila muy bien con otra estirada aunque todo el mundo dice que es marica. El compañero dicen que es otro que baila también muy bien pero con otras. ¡Pasa a mi lado mirando dentro de una papelera! Dos hombres que caminan delante de mí con pinta ambos de ídem, uno estilo camionero, otro la fotógrafa de La Colmena, se han vuelto a mirarlo y parecen reconocerlo:
-Ha mirado dentro del cubo, va mirando los cubos!- exclama de los dos el camionero.
-Vaya! ¡La marica de la pubella! -exclama el otro, mucho más malicioso, que parece La fotógrafa. Cuando llegamos al Metro Ópera, se paran y miran uno por uno a todos los hombres jóvenes que desfilan arriba y abajo por las escaleras. Ven que les miro y el camionero me hace una seña de complicidad. Entonces es cuando desde la marquesina del bus, dos jóvenes me hacen señas y me dicen que si quiero entrar a Palace con ellos, que solos no se atreven. Son clarísimamente de ambiente, saladísimos, me hago la tonta y les digo que a mí a esa sesión no me dejan entrar, que hay que cumplir unas condiciones y que te abracen en la puerta unos fornidos, si no, no entras, y a mí me han dicho que no. Se parten de risa, me hacen fotos abrazándonos los tres y se las mandan a otro que está ya dentro: -Mira, que esta señora va a poner una denuncia por malos tyratos de género (y el otro: Que no, que también entran chicas). Bueno, de género no, porque quiere entrar y no la dejan. De lo que sea, pero ella quisre entrar, ¿verdad? Venga, para adentro con nosotros.
Al final acabaron metiéndose para allá, pero los tengo que volver a ver porque eran muy locos y tronchantes ambos. Cuando ya iban hacia la esquina iluminada de los fornidos de Palace, volvió uno, el que menos había hablado, a preguntarme: ¿A ti cómo te gusta que te lo coman? Todo era en un contexto de lo más enloquecido: Cuídate y haces muy bien en entrar, que aquí hay drogas. Y ese abrazo que se dan a la entrada es por algo.

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