martes, 14 de diciembre de 2010

De dioses y hombres, golem

En las montañas del Atlas argelino, año 1966 (seguramente el de la desaparición de mi amiga Nashira, y su familia, en Constantine) una comunidad de frailes franceses en un monasterio cisterciense deciden quedarse, fieles a su karma, a pesar de que todo aconseja salir del país. A pesar de su integración en la comunidad local, musulmana, son tomados como rehenes por el partido en el poder (la semana pasada lo tenían los terroristas, más tolerantes con los monjes, con lo que en un momento dado se produce empatía) a cambio de la liberación de soldados en manos de franceses y son asesinados. Hay un proceso judicial en marcha. Nuestra Navidad no es sólo lo que hemos vivido hasta ahora sino lo que está por venir, reza el abad, y los salmos y toda la escritura van en este sentido: el pastor no huye dejando al rebaño ante el peligro, etc. Me pareció maravillosa y la debo, asombraos, a que mi móvil no recibió ninguna llamada de las que me hicieron desde la dentista desde las 9 de la mañana, todos reunidos y con todo a punto esperándome. Luego la orgía mañanera, que podía haber sido un rollo, me llevó a El Prado donde Telefónica presentaba el Libro La hora del recreo, sobre el trabajo infantil, y más tarde, quiero decir que todavía llegué, el Ateneo celebraba la entrega del Adonais en el Hotel de enfrente, la monda, no daba abasto. Después dormí la mona y ya descansada aunque estropajosa, escribo un artículo y me voy a la dentista, sólo por ver qué fatalismo había impedido mi intervención implantológica. Allí me contaron que toda la mañana em habían esperado y llamado. Yo, consternada. Pero no cabe duda de que esta vez el fatalismo me había proporcionado una mañana muy pingüe de eventos la monda. Ya con mis dientes y preocupada por mi móvil, si no funcionaba y yo hubiera perdido llamadas urgentes y necesarias, Premios Júbilo XII, no pude comer ni una uva por culpa de mi dentadura recién estrenada. Asqueada de lo que veía con los capapes persiguiendo bandejas, me fui. Esta mañana me corroboran que mi móvil está perfecto, pues mejor para mí. Voy al Banco a incrementar el fondo implantológico y al Círculo de Lectores donde Zúñiga presenta relatos: Brillan monedas oxidadas, leo el primero y la verdad. Vientos de Maeterlink que no llegan a cuajar y cierre en falso de lo que yo llamo sin desarrollar. Tenían Doctor Zivago en el escaparate: ¡me lo perdí! Yolanda y Pilar cotorreaban sin parar de comer como dos marujas, los de logística miraban por la cortina el tendido, la voz de Luis Mateo me llegaba de atrás, Lois y la de cine querían llevar a Zúñiga a su molino sin que viniera a cuento, Joan Tarrida me echaba miradas pícaras.

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