viernes, 2 de octubre de 2009

katyn

Acabo de ver esta peli que revive nada menos el tiro en la nuca a 20000 polacos por parte de los rusos en 1940, un hecho que se achacó a los alemanes y que nadie desmintió por cobardía, por miedo, porque hay que vivir. Los polacos odian mucho más a lso rusos que a los alemanes. Ambos los atacaron como a un sandwiche, no sabían en brazos de quien arrojarse, pero lo de los rusos duró muchos más años, al perder los alemanes la guerra. El mito de Antógona revive en una joven que no puede soportar que su hermano, ingeniro constructor, quede sin sepultura pues está seguro de lo que ocurrió y así lo hace poner en una lápida. para pagarla, se corta el pelo y vende su trenza, pero cuando llega con el carretón a la iglesia, han detenido al cura por el funeraloficiado en Katyn, donde se han exhumado los cuerpos, y el nuevo cura no se lo consiente para no perjudicar: "Yo quiero que mi hermano tenga la tumba que se merece, los otros no me importan", recita la actriz a la que le vende la peluca que ha quedado calva en Auswitch, cuyo recitado resulta profético. A Antígona le bajan a la tumba, por su hermano. Le despojan del cinturón. Hay tb otro chaval, hijo de Katyn, con el mismo espíritu de no olvidar, futuro pintor que acaba muriendo. Me resulta familiar el afán de los soviets por los botones, hebillas, insignias de los uniformes... Todo lo metálico les atraía y creo que a los nazis tb. De hecho, se han podido identificar judíos por los botones, lo que prueba que lso nazis no se los quitaban, esto es extraño. Resulta que en el barrio, cuando arrojan a la basura las ropas de alguien mayor, se supone que de buena familia por los tejidos, han arrancado los botones, que se supone de buena calidad, y que son dignos de conservar por metálicos (sin adherencias), mientras que las ropas, aunque de estupenda calidad, se tiran (marcan más al heredero) a pesar de haber pasado por la tintorería. Yo misma a veces he visto botones tan hermosos en las basuras que he icho, qué lçstima unas tijeras, pero el otro día en mi calle, de unas lanas inglesas preciosas, ya faltaban los botones, y ello sin violencia en las ropas: la familia.

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