jueves, 30 de abril de 2015

Fernando Sánchez-Castillo en la Galería Juana de Aizpuru

Ayer en esta Galería bordaron la parábola evangélica de los panes y los peces, pero a la inversa. Después de hora y media de escucha atenta de sus palabras (léase "contemplación de sus obras fotográficas y Tiananmenn"), dijeron a sus seguidores que esperaban sedientos, hambrientos y merdentos: Id ahora como os plazca a seguir con vuestros asuntos, o al infierno si os da la gana, que al ágape van a pasar sólo los amigos.
-¿Y entonces para qué la invitación? 
-La invitación es para ver "aquello", no para entrar "aquí". Se os ha invitado a ver "aquello", "aquí" no podéis entrar.
El "aquí" es el sitio donde normalmente se da un ágape, el "aquello" señalaba al lugar donde se exponen las obras, donde ya llevaba la multitud hora y media.

Lo mejor fue que el éxito de la convocatoria se debe a estos rechazados, mientras que los amigos, ya sin duda prevenidos con anterioridad, llegaban hora y media tarde, justo a la hora de empezar el convite, justo el tiempo que la multitud de infelices desprevenidos, que sabían su deber de cortesía para merecer el ágape, llevaban allí desde las 8, hora en que se había anunciado (tanto en las invitaciones por mail como en los tarjetones) el comienzo de la inauguración, con lo cual después de hora y media de contemplación ambulatoria, estaban poco menos que desmayados cuando se les negó la entrada al festín. 
Nada, ni un agua. Las invitaciones enviadas sólo servían para acudir de comparsas (figurantes gratis y engañados), al banquete que no era para ellos, eso era otra cosa y tenía otras claves.
Entre tanto, los que entraban triunfantes con aspecto muy progre al banquete y veían el espectáculo de los rechazados que ya llenaban la escalera de subida y bajada hacia los pisos superiores y hacia la calle, pasaban tan frescos adelante sin importarles un rábano el destino de aquellos infelices, en su mayoría ancianos, que eran rechazados miserablemente en la puerta de entrada al ágape. 
Decían los cancerberos que era cosa del artista, que quería estar él solo con sus amigos, pero los que habían hecho de aquella inauguración todo un evento, repito, eran o habían sido precisamente los que desconociendo las reglas del juego, habían llegado puntuales y ahora se quedaban fuera.
Algo, ya digo, contrario al milagro bíblico aunque calcado de él.  

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