martes, 10 de diciembre de 2013

El último de los injustos

A Benjamin M. no le gusta mirar atrás y para explicarlo echa mano de la mitología: Orfeo y Eurídice: Cuando Eurídice no puede evitar mirar hacia tras, debe quedarse (Yo. Igual la mujer de Lot). El último de los injustos se inicia citando un proverbio del Talmud: Un hombre pobre es un hombre muerto, y en ese sentido yo estoy muerto, afirma Benjamin Murmelstein, rabino de la sinagoga de Viena cuando empezaron las persecuciones y el Holocausto, ahora en Roma, año 75. En realidad, todo había empezado en el 34, todo estaba preparado de antemano, afirma en alguna parte, y considera ridículas las alegaciones de Hanna Arendt para salvar a Eichmann. Él conoció muy bien a Eichmann, era el diablo y su obsesión eran las migraciones. Constantemente le pedía, le obligaba a preparar en tiempo record, informes sobre migración. Luego se vería el tipo de migraciones que apasionaba a ese demonio a quien Hanna Arendt acusa de banal y pusilánime, únicamente fiel servidor, algo que asquea a B.M. Pero sobre todo, la codicia: Tenían que liquidar todo antes de irse al spa refugio de Terezin y aún lo que llevaban les era confiscado, luego se les recluía en antiguas cuarteles, en buhardillones sin baños de donde los ancianos (que eran mayoría), llenos de piojos y hediendo, no volvían a bajar a la calle. Pero el régimen, conociendo muy bien la propaganda, lo vendía como la ciudad que el Führer regala a los judíos y posteriormente los documentales mostraban lo bien que estaban todos allí, cómo trabajaban y cómo comían. Lo cierto es que se les ve delgadísimos y hambrientos, con unas carillas de engañados... Y a la menor pregunta, a la horca!  Esto era en Nisko, donde BM veía señañes de muerte retroctivamente por doquier: Hay que encontrar aguas nuevas y si no... ¡será la muerte! Este ¡será la muerte! era la clave que sólo después vi. En 1939 fue a Londres y volvió con el avión vacío. Volvió, eso era lo sobresaliente: Tenía mujer e hija en Viena. Hasta Totterdam, dos pasajeros, de Rotterdam a Viana, la azafata y yo. Todo el mundo buscaba un pasaporte cueste lo que cueste, y él vuelve. A lo de Madagascar le da un valor también simbólico, acabó significando el exterminio. Era el primer lugar en el que pensaban confinar a los judíos, al ser una isla francesa, pero se adelantó Inglaterra en poseerla, y ya no había nada que hacer, pero pasó a siginificar exterminio: A Madagascar!, como los capos cuando ordenan "envíeenle flores". Es un tío con una capacidad de análisis textual interesantísima, el último de los injustos. Y dice: Hay muchos mártires, lo que no significa que sean santos.  

Sus conversaciones se centran sobre todo en el año 39, y más que en otros meses, en noviembre, que es cuando los campos de concentración de Theresienstadt y de Nisko, en la República Checa a 40 km de Praga, el segundo en Polonia (dividida en 2 al estar tomada por los nazis y los rusos) produjeron sus horrores. El último de los injustos, saca a la luz las largas conversaciones que mantuvo en 1975 durante una semana en Roma con el rabino Benjamin Murmelstein, portavoz de la comunidad judía en Viena (lo que le comportó entablar duras negociaciones con Adolf Eichmann), posteriormente máximo responsable del Consejo Judío en el campo de Theresienstadt y único superviviente tras la Segunda Guerra Mundial de estos Consejos. La recuperación de este testimonio le permite a Lanzmann incidir en dos aspectos de la Shoah. Por un lado retorna, como es habitual en él, a diferentes espacios de la memoria. Sobre todo a Theresienstadt, la “ciudad que Hitler regaló a los judíos”, como proclamaba una de las películas propagandísticas rodadas allí. Lanzmann, tan desconfiado de las imágenes de archivo, encuentra sin embargo otras imágenes que le permiten ilustrar aquello que de verdad sucedía en esta fortaleza: los detallados dibujos que llevaron a cabo algunos prisioneros. El relato sobre cómo funcionaba el campo lo extrae de un libro brillantemente escrito por el propio Murmelstein en 1961. Para Lanzmann el campo de Terezín, proyectado para “tranquilizar” las conciencias de las instituciones internacionales respecto lo que sucedía a los judíos, es por el contrario una de las pruebas de que la solución final fue largamente planificada y no improvisada. El cineasta resigue geográficamente las etapas ideadas por Eichmann y compañía para primero concentrar y luego exterminar a los judíos. Tras un intento fracasado de aislarlos en Madagascar, el pueblo polaco de Nisko ya se convirtió en 1939 en una “reserva” judía donde se deportó a millares de personas. La mala prensa del lugar, donde se dejaba fallecer a los prisioneros, empujó a construir los campos “modelos” como Theresienstadt, antesala de los campos de exterminio. Lanzmann subraya que Madagascar y Nisko no fueron apuestas temporales para dar una solución territorial al “problema” judío sino simples eufemismos de la solución final.

Claude Lanzmann | Francia, Austria | 2013 | 218 min. | V.O. francés, alemán subtitulada en español.
Cuesta pensar que entre los brutos rodados de ese implacable film-monumento sobre el Holocausto que es Shoah existiese un personaje tan controvertido como para que Claude Lanzmann tuviese que dejarlo fuera. Es Benjamin Murmelstein, judío administrador de Theresienstadt, gueto modelo que bajo la tapadera de ser “la ciudad que el Fuhrer regaló a los judíos” escondía una siniestra maquinaria de exterminio. Compleja figura entre dos bandos a través de la cual Lanzmann retoma esta historia desde una perspectiva presente de incansable brío.  

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