martes, 12 de agosto de 2008

Vuelta del pueblo

No se me dio mal esta semana en Sahagún, aunque el empiece fue horrible. Después de que me lanzo a pagar más para ir en Alvia, el bisoño que no sabía cómo se escribía Sahagún ni dón de estaba, me vendió un billete que era duplicado de otro ya vendido y puesto ya un pie en el estribo, con las maletas a cuestas después de pasar más controles que un aforado, carga y descarga las maletas en el detector de metales que la legión de azafatos/as no te echa una mano, me encuentro con mi asiento ¡Ya ocupado! y para arriba a "Vaya a hablar con Atención al cliente y que se lo resuelvan" cuando estaba a punto de despegar el tren de mis sueños y mi madre me esperaba, sin teléfono, en la iglesia. Esto sí que son películas. El vértigo que me invadió es para no contarlo, deberían tener cuidado los renferos de no procuratre estas sensaciones tan cerca de las vías... En esto, subiendo ya por la escalera, cargada otra vez como mula (ellos no te echan una mano, son inflexibles: ¡y vaya de prisita!) me acuerdo de que sale tb para León el malo, el regional que de "express" sólo tiene el nombre y voy a la taquilla como una bala, total en Atención al cliente hay cola: Mire lo que me ha pasado, le digo a bocajarro. -Yo no la puedo ayudar en eso, me dice sincero, lo único que puedo es venderle otro billete para el otro. Y a aello me agarré: Deme y díageme de dónde sale. De la 6, el otro, el caro estaba en la 17. Corre que te corre y me lanzo por la primera puerta que veo abierta. Como digo, estas sensaciones nos las deberían evitar cerca de las vías, blindarlas un poco, no sé, tipo Viaducto acristalado, paar evitar la atracción del abismo en medio del caos. Allí es donde me doy cuenta de que el buen hombre me había dado billete para León, media hora y tres euros más allá de mi destino, más vértigo y a apechugar. Es allí donde veo a una pareja de ancianos, totalmente perdida, con la reserva del Alvia (el mío) que acababan de ser desalojados de este tren barato al que yo me acababa de trepar. Es el Alvia, el nuestro es el... Balbuceaba la mujer, tenemos que buscar el Alvia! ¡Es en la 17!, les grité, indicando con el brazo el camino inverso al que yo acababa de hacer, y no sé si les serviría para algo porque minuto más tarde ya arrancábamos y el Alvia una de las cosas que tiene es que es superpuntual. Consuela que los ancianos pagan como la mitad, porque a mí me jodieron bien 37 euros y pico! Más los 3 del plus a León, que adquirí y no disfruté, alelluia! Mi madre estaba mal cuando llegué, y yo no digamos, cuando ella me vio cómo llegaba y en qué estado dos horas más tarde, excusó contarme las que había pasado.
Ahora bien, sobre la perrea de la seguridad paranoica del detector de metales, los 40 azafatos/as que te tocan el billete con guantes, etc., resulta que sólo es en Madrid. Si un terrorista quiere subirse en Segovia, o en Valladolid, o en Ávila, allá penas, ellos el control lo hacen sólo en Madrid. ¡Serán marranos y absurdos! ¡Sórdidos!
Esta mañana me encuentro con que tengo que reservar ya las entradas para los espectáculos en Ciudad Rodrigo, las reservo todas, y les recuerdo que aún no me han dicho nada de mi alojamiento y estancia allí. Los de Teloncillo me contestan con que salen desde Valladolid, lástima de año que fui desde allí, me tocó hacer noche en la estación con loq ue aquel clochard me susurró en el oído aquellas palabras, y llegué a Civitas en el tren Madrid Lisboa medio fantasmal: yo, el tren y la estación. Todo era pura fantasmagoría.
Voy a ver si de civitas me dicen el email de alguien aquí de Madrid, ya que Agada me contestó un poco estreñido que no actúan hasta el 29.
Mi madre es que cada vez me parece más genial, con 85 años y cómo discurre, lo malo son las ideas negativas que le vienen y que, como siempre, te las vierte para prevenirte. Eso es lo peor, y que "no calla de discurrir por to lo malo", como ella misma dice.
Hablando de vertir, o de verter, lo que me vertió en el oído el clochar de Valladolid era: Yo no quería, yo no quería, susurrándomelo en mi oído mientras yo dormía agotada en la Estación de Valladolid, bajo una luz cenital y rodeada de vagabundos, vigilados todos, ellos y yo, por dos securatas. Yo no quería, yo no quería, me despertó el cosquilleo en mi oído, no reconocía el paisaje, lacara de aquel hombre bajada sobre mí, vertiendo en mi oído semejantes palabras de disculpa: Era una culpa antigua, la misma quizás que había determinado su vida haciendo de él un clochard? Yo no quería, yo no quería, qué había hecho aquel hombre tal vez cuando era un niño y que lo perseguía impidiéndole dormir cuando los demás caíamos? Sorprendido al abrir yo los ojos, se puso a dar vueltas en la misma postura, sin cambira un ápice como quien es sorprendido hablando a solas y disimula canturreando, doblado por la mitad y arrastrando los pies de un lado para otro del cuadrilátero que ocupábamos. Pobre clochard, sea lo que fuera que hiciste, yo te perdono, me tomo ese poder en nombre de lo que te causa esa desazón. Otros las hacen muy gordas y no sienten ningún remordimiento.

No hay comentarios: