miércoles, 3 de junio de 2015

Una paloma se posó en una rama para reflexionar sobre la existencia

Boliden es la propietaria de Aznalcoyar, ele, de ahí la escena con el bombo donde se obliga a entrar a los negros con sus hijitos, guerreros, mamás... ¡Para comerte mejor, hija mía!
Entronca plenamente con el teatro del absurdo. Ya desde el título mismo, que luego dará pie a uno de los capítulos, Roy Anderso, el director sueco, nos lleva de asombro en asombro. Sus protagonistas son payasos de cara mortalmente maquillada y actitudes repetitivas y extáticas. No se sabe si viven en un asilo para indigentes, si están locos o son una especie de payasos que llevan su vida como pueden dedicados a la "industria del espectáculo". Una sociedad patética, enferma, moribunda, en que los más vivos son ellos dos que sin embargo, no consiguen colocar ni uno solo de sus artículos.
Temas como el colonialismo, el primer mundo, la experimentación química o el militarismo se traducen en viñetas que de una manera misteriosa aluden a temas fuertes a veces desconocidos por nosotros. Lo más inquietante es el bombo de BOLIDEN donde se obliga a entrar a los negros esclavos a punta de bayoneta y todo empieza a echar humo al darle a una manivela. ¿Qué será esto? 
No puedo menos que estar de acuerdo con lo que dice El País, que firma Javier Ocaña:

Como suele ser habitual en Andersson, su película se alimenta de viñetas de pocos minutos rodadas en plano fijo, sin un solo movimiento de cámara, en las que sus criaturas hablan poco o nada y repiten esquemas. Un mundo tristón, vacío y melancólico, en el que el hilo conductor lo guía una pareja de comerciales de productos de "la industria del espectáculo", según definición propia.
Unosclowns maquillados con una capa de mortal palidez que los hace parecer más muertos que vivos, quizá como su sociedad, y cuyo producto estrella es "un clásico": el saco de la risa, ese artilugio sin gracia que, al apretarse, expulsa un insoportable y artificial sonido de regocijo que, junto a la banda sonora de contraste que utiliza Andersson, acaba conformando una inimitable comedia de la crueldad. Como un Jacques Tati de ultratumba, como un Buster Keaton escandinavo, su cine, premiado con el León de Oro en Venecia, ilumina nuestra sonrisa, tenue, cómplice y sutil. Una mueca de placer y dolor con la terminamos parafraseando a sus personajes: "Me alegra saber que todo os va bien".
Roy Andersson, carrera de pocas películas y largo recorrido, desde su personalísimo cine de comedia bufa, absurda y metafísica, lleva décadas intentándolo. Y consiguiéndolo. Con Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, tercera entrega de su trilogía sobre el sentido de la vida que también integran las insólitasCanciones del segundo piso (2000) y La comedia de la vida (2007), el creador sueco reincide en su universo de payasos tristes que dicen cosas aparentemente banales que esconden toda una declaración de intenciones sobre el disparate de la vida.

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