sábado, 19 de enero de 2013

Incongfesables

Acabo de llegar de León, desde donde he seguido la crisis de Argelia, subsiguiente a la de Mali. El ministro Margallo me dice que tenemos a Al Qaeda a las puertas. Muy serio, sin bromear ni nada, y hoy, sábado de mañana estoy en la Biblioteca del IIC, qué buen sitio, y súbitamente oigo hablar en árabe y descubro que es la bibliotecaria, y he sentido miedo, no es justo pero lo he sentido. Esta chica tiene una sonrisa preciosa y acogedora. A las puertas, no, dentro, aquí mismo en esta fortaleza monástica que es ahora mismo, en esta mañana de sábado, el IIC (Instituto Italiano de Cultura), los tenemos ya. Y se ríen de nosotros (la bibliotecaria ríe cuando habla por teléfono), se ciscan en nuestra angustia de europeos en África. O de españoles en Al-Abndalus.
Ha exclamado "eso" mi corazón traicionero, olvidando así toda la cultura que le han querido inculcar y de la que se sentía solidario. No puedo usar el participio "inculcado" porque ya veo que no, que la capa es tan superficial que a la menor, falla, y falla todo lo hecho en ese sentido. Y por eso, olvidando todas mis amistades argelinas tan cultas que yo guardo desde París como un tesoro escondido (Nashira, doctor doble en físicas; sus dos hermanos: médico la una, arquitecto el otro), posiblemente asesinados por los talibanes a su regreso a Constantine, mi corazón ha reaccionado como corresponde (con miedo) y se ha puesto a condenar. ¿Los he olvidado (a mis amigos) o es precisamente por ellos por los que mi corazón salta a la deriva? Ellos tres eran muy fieles a su cultura, pero no eran del gusto de los que por entonces imponían su ley de asesinatos en Argelia, sabían lo que les podía pasar si regresaban a sus puestos. Aceptaron el martirio volviendo a su país porque era allí donde estaban sus padres, sus trabajos, su casa. Por todo ello, mi corazón ha saltado, pero ha sido un salto complejo si lo analizo bien. Tengo que comprender a mi corazón. Injusto y traicionero, sí, como todos los corazones, pero también por ellos, por Nashira y sus hermanos, musulmanes muy creyentes y respetuosos, gente muy culta y hospitalaria de la que no sé nada hace ya más de una década, desde su vuelta a Árgel  aquel verano de 1995.

"Se vende pan y hielo" es la inscripción que figura, pegada en un folio, sobre el cristal de los escaparates de los chinos (perdón, no es políticamente correcto llamarlos así, pero cómo los llamo para que se me entienda). Esa expresión me tiene a maltraer desde hace tiempo porque me imagino metiéndole un bocado al hielo y luego al pan. Exactamente como hacíamos con el chorizo y el pan. Pan con chorizo. Parece, me parece a mí (a mi traicionero corazón) que hemos cambiado el chorizo por el hielo, y eso no está bien ni medio bien. Entre otras cosas, porque da mucho frío, porque da grima. Pero por lo visto, hay que tener muy buen estómago para digerir todo lo que uno ve cuando va por la calle. Ese folio mustio colgando en un escaparate, en casi todos los escaparates de comestibles del Centro de Madrid, es un contrasentido para una ciudad que obliga a adecuar los escaparates al producto que se vende en cada comercio. Y que cierra galerías de arte por no respetar la fachada del edificio. Non capisco niente.  

No hay comentarios: